UN
TIPO va y viene delante de mi ventana, situación que no sería llamativa si yo
no viviera en un décimo piso. De repente
el tipo se detiene, mira hacia adentro y golpea en el cristal. Me hago el
distraído, pero su insistencia me derrota.
—¿Ya
pasó el ómnibus? —me pregunta.
—Mudaron
la parada hace un mes —le respondo como para sacármelo de encima.
—No
puede ser, el viernes tomé aquí mismo el de las once y cuarto.
Iba
a asegurarle que se habría confundido con la parada del edificio de la otra cuadra,
cuando una mujer nos interpela:
—Caballeros,
¿ésta es la parada del 218?
—Sí,
señora —le responde el otro, sonriendo.
—¿Ya
pasó?
—Mire
usted, eso es precisamente lo que le preguntaba al señor.
Los
dos me miran como si yo fuera una especie de profeta.
—Creo
que… —y me quedo con el «no» en la boca al descubrir que se aproxima el 218.
—¡Adiós
y gracias! —me dice sardónicamente el hombre tras subir al ómnibus, en cambio,
la mujer no me dice nada. «Mal educada», susurro.
Y
cuando me dispongo a cerrar la ventana, una chica punk, dos policías y una
monja me preguntan casi al unísono:
—¿Ésta
es la parada del 218?
—Sí
—les digo, resignadamente—. Pero recién acaba de pasar.
—¡Ay,
qué pena! —suspira la monjita—, ya no me dan las piernas ni para estar de pie.
Los
policías me miran con gesto ceñudo y no me queda más remedio que sacar una
silla a la cornisa.
.
3 comentarios:
Y qué mejor que leer (y escribir) por diversión, ¿no? Gracias, Julio, y saludos.
La vida es muy aburrida, sumémonos a la la locura. :-)
Sin duda, Miguel. Saludos
Publicar un comentario