martes, 28 de febrero de 2017

Últimas cortesías



EL HOMBRE arrojó una palada de tierra y recién entonces se dio cuenta de que la mujer conservaba los ojos abiertos. Sin pensarlo, clavó la pala en el suelo y descendió al pozo. Una, dos, tres veces pasó su mano por aquellos ojos que, en otras tantas ocasiones, volvieron a abrirse. Bufó. Durante veinte años ella nunca le había dado el brazo a torcer, y pese a las limitaciones de su nueva circunstancia, parecía dispuesta a seguir con su costumbre. El hombre, incapaz de resignarse a esta última derrota por pequeña que fuese, salió de la fosa raudamente. Tras desordenar media casa, regresó con el pegamento que su mujer le había encargado comprar. Leyó el prospecto, le cerró los ojos y, manteniéndolos apretados, los colmó de adhesivo. Cinco minutos después, al retirar la mano, la mujer volvió a abrir los ojos con el añadido de que se clavaron, viva e intensamente, en los suyos. El hombre profirió un alarido al tiempo que una palada de tierra golpeaba su rostro. Pensó que era eso lo que súbitamente le vedaba la visión, pero, tras recibir una segunda palada, la mujer dijo:
—Yo tampoco quería que te entrase tierra en los ojos.
Safe Creative #1701200405808

Foto © Desconocido
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sábado, 18 de febrero de 2017

Ropa de estación



CON LA LLEGADA de los primeros fríos, te dirigís al armario y buscás en el segundo cajón aquel pulóver verde con filigranas de ositos.  Ponés el pulóver sobre la cama y sacás de otro cajón un par de medias gruesas de lana. Luego abrís la puerta con luna y pasás percha tras percha, hasta que das, debajo del guardapolvo, con la camisa leñadora que tanto le agrada. Finalmente, cuando la muda de ropa está completa, apagás la luz y salís de la habitación esbozando una leve sonrisa.
Durante días y más días la ropa persiste allí, intacta; como intacta persiste tu esperanza de que un día ya no la encuentres sobre la cama… Y que lo de la curva no haya sido más que un largo y triste sueño de invierno.
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