miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tras cuarenta días y cuarenta noches de lluvia



UN HOMBRE CALVO, que flotaba como un ahogado profesional, golpeó ayer a mi puerta. Supuse que la responsable era la corriente, aunque jamás existió corriente alguna en esta calle ni en ninguna otra. No respondí. A veces, pienso que tanta soledad me está volviendo loco; a veces, que debí de haberme ido con los demás…
Esta mañana, el hombre calvo regresó en compañía de una mujer, tres niños y un perro. Todos flotaban de maravillas. Rogué para que pasaran de largo, pero vinieron directamente hasta mi puerta. Y comenzaron a golpear.
—¡Vayan a la casa de al lado que tiene dos baños, tres cuartos para los chicos y hasta una cucha para el perro! —grité de repente, y los golpes cesaron.
Yo no creo en lo sobrenatural. La corriente —en la que sí creo, pese a que no existe—, por suerte, se llevó los cuerpos. Lo que verdaderamente me preocupa ahora son esas, veamos, una, dos, tres… diez familias que se acercan flotando derechito hacia mi puerta.
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jueves, 15 de noviembre de 2018

La niña y los cuerpos astrales



EL HOMBRE puede verse a sí mismo tendido en la calle. Recuerda un dolor en el pecho, como un nudo de espinas, y los árboles y las casas girando a su alrededor. Recuerda, también, el rigor de la vereda al recibir su cuerpo. Y los ojos entreabiertos a los que asomaba una niña. Y de repente la nada.
Y en este verse a sí mismo tendido en la calle, vuelve a asomar aquella niña, quien ahora se acuclilla a su lado parsimoniosamente. «Pobrecita, se va a asustar», piensa, al tiempo que la niña saca unas tijeras y corta la cuerda con la que el alma del hombre aún permanecía unida al cuerpo. Acto seguido, un túnel con una luz al final se abre. El hombre acepta su destino y comienza a adentrarse en la oscuridad. La niña, con una sonrisa de ceja a ceja, sujeta la cuerda que retiene el alma y, decidida, camina en sentido contrario. Al llegar a la esquina, una mujer, con voz firme pero no exenta de dulzura, le espeta:
—Cariño, ¿qué te he dicho al respecto?
La niña baja la cabeza, mueve un pie como si estuviera aplastando un insecto, y alega:
—¡Pero, mamá, es que este de verdad sí se parece a mi papi!
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Foto © Desconocido, Luz al final del túnel
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