lunes, 30 de marzo de 2015

«El libro de la vida», artículo de S. H.



Quien se guía por la lógica, podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un océano Atlántico o las cataratas del Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos. Toda la vida es, asimismo, una cadena, cuya naturaleza conoceremos siempre que se nos muestre uno de sus eslabones. La ciencia de la deducción y el análisis, al igual que todas las artes, puede adquirirse, únicamente, por medio del estudio prolongado y paciente, y la vida no dura lo bastante para que algún mortal llegue al sumo conocimiento de esa ciencia. Antes de volcarse a ciertos aspectos morales y mentales de esta materia, que representan las mayores dificultades, el investigador debe empezar por controlar problemas más elementales. Empiece, siempre que conozca a otro mortal, por aprender a leer, de una sola ojeada, cuál es el oficio o profesión que ejerce. Aunque este ejercicio pueda parecer pueril, lo cierto es que agudiza las facultades de observación y enseña en qué cosas hay que fijarse y qué es lo que hay que buscar. La profesión de una persona puede ser revelada con claridad, ya sea por las uñas de sus manos, la manga de su chaqueta, su calzado, las rodilleras de sus pantalones, las callosidades de los dedos índice y pulgar, su expresión o los puños de su camisa. Resulta inconcebible que el conjunto de todas estas cosas no lleguen a mostrarle claramente el problema a un observador capaz.
Sherlock Holmes
De Estudio en escarlata
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miércoles, 11 de marzo de 2015

Voces



SIEMPRE había sido sordo. Nunca supo cómo sonaba una voz hasta aquella tarde en la sala de anatomía en que una lengua en formol le habló. Se sintió en otro mundo. Al principio le bastó con las charlas después de clase, pero un día no fue suficiente. Tenía tanto para intercambiar. Así que la hurtó. Mas con el tiempo resultó un tanto insulsa, y quiso entablar nuevas relaciones; dándose, entonces, a una meticulosa búsqueda de posibles interlocutores. Cuando creía toparse con uno, lo libraba del cuerpo sobrante haciendo uso de sus dotes de estudiante de cirugía. La prensa habló de quince víctimas, pero se le confirmaron trece; las otras dos fueron obra de un imitador chapucero, hambriento de notoriedad, que pronto cayó. Hace tres años, los ataques cesaron, y el expediente quedó abierto. Ayer, para nuestra sorpresa, se entregó. El teniente me reasignó, junto con Martínez, al caso; y nos informó que el imputado no podía hablar, un cáncer le había arrebatado la lengua. En nuestro primer interrogatorio, vía intérprete, lo supimos desesperado; ya no soportaba los monólogos.
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El presente texto ha sido uno de los 26 micros seleccionados en el 1º Concurso de Microrrelatos de Terror convocado por Librerío de la Plata y los organizadores del IV Festival de Cine de Terror de Sabadell.
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jueves, 5 de marzo de 2015

Credo, de Felipe Garrido



El cuento corto es un cuento: un relato donde un personaje afronta un conflicto.
Una metáfora, una paradoja, un poema en prosa, una estampa, una frase ingeniosa, un chiste, los géneros aledaños comparten el gusto por lo breve, pero no son cuentos. Dos greguerías de Gómez de la Serna:
La luna necesita gatos.
Los ojos sin tiempo de las estatuas.
Otra greguería, con personajes y conflicto, un cuento:
Enceraba el piso con esmero, a ver si resbalaba la patrona.
No tengo nada contra las metáforas, las paradojas, los poemas en prosa, las estampas, las frases ingeniosas, los chistes, los géneros aledaños; señalo que no son cuentos. Yo he procurado cultivar el cuento corto.
En un cuento corto toda palabra que pueda sobrar, sobra.
En un cuento corto, más claramente que en ningún otro género, el lector es cómplice. De otro modo no podría apreciar relatos como «La Venus de Milo», de Salvador Novo:
¿Qué cómo, en fin, tenía yo los brazos? Verá usted: yo vivía en una casa de dos piezas. En una me vestía y me desnudaba. Y siempre ha habido curiosos que se interesan en ver. Ahora me quieren ver los brazos. Entonces querían verme lo que usted ve. Y yo, en ese momento, trataba de cerrar la ventana.
O «Lot», de Olga Harmony:
¡Qué tedio puede llegar a padecerse al lado de un justo! Todos se divierten en Sodoma, menos esta familia en la que tanto se teme al pecado.
Y exasperada, la mujer de Lot prosiguió su soliloquio: ¿Es que nada vendrá a darle sabor a mi vida?
Para comprenderlos hay que conocer a la Venus de Milo, y la historia de la estatua de sal.
Los cuentos cortos aspiran a tener menos palabras. La elipsis, el humor, la paradoja, la intertextualidad, las referencias a personajes históricos y mitológicos, los giros inesperados, las conclusiones deslumbrantes son recursos del cuento corto.
Los lectores de cuentos largos y de novelas no siempre pueden apreciar el deslumbramiento que representa un cuento corto.
La estética del cuento corto es la estética del relámpago.
Felipe Garrido
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