viernes, 22 de febrero de 2013

Círculo de partida



HABÍA UNA VEZ una i tan presumida que le demandó a un escritor que en lugar del clásico punto la coronara con un círculo. El hombre alegó que no estaba para esas trivialidades pero, como la i porfiaba y porfiaba, optó por ceder. Media página de escritura después las otras íes le exigieron a coro un trato igualitario o se declararían en huelga. Mas dado que las negociaciones para llegar a una solución viable para ambas partes resultaron infructuosas, el escritor retomó su obra prescindiendo de aquellas palabras que contuvieran a las descocadas. Todo parecía marchar bien hasta que una u, claramente insensible a las normas, le reclamó una diéresis al estilo del círculo de cierta i.
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viernes, 15 de febrero de 2013

Ventanás



NORA da vueltas para un lado y para otro, no puede dormir. Se desemboza y siente un aire gélido en la cara. Al encender la luz observa que las cortinas de la ventana se hinchan como velámenes. Se levanta, corre el cortinaje y descubre que las hojas de vidrio y los postigos están cerrados. De repente aquellas se empañan, salvo en un pequeño círculo del tamaño de una moneda. Se inclina hacia el mismo y descubre un ojo.
Con furor y miedo entremezclados, Nora trata de desempañar los vidrios pero no lo consigue. El ojo no deja de mirarla y ella apoya un dedo sobre el círculo. El dedo lo atraviesa y queda apresado. 
Una lengua áspera, como de gato, lo lame.
Nora ciñe con la mano libre la muñeca de la atrapada y tira hacia sí con todas sus fuerzas. Cuando se libera, se halla de vuelta en la cama.
Enciende la luz y observa. El cortinaje cubre los vidrios como si jamás lo hubiese apartado. «Ha sido una pesadilla», murmura, y sonríe. Al instante las cortinas se agitan, un aire gélido le pega en la cara y una lengua áspera, como de gato, lame su espalda.
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El presente texto ha recibido en el mes de enero pasado una mención en el III Certamen de relato corto... para mesilla de noche que organiza el sitio Esta noche te cuento.
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domingo, 10 de febrero de 2013

El castigo



SE ENCONTRARON en la Plaza de San Marcos y, aunque ambos sabían que los suyos no eran disfraces, bailaron, rieron y se amaron como si no hubiera un mañana.
Pero lo hubo.
Un amanecer en el que maldijeron la efímera noche de gozo que, aparte de costarle las alas a ella y los cuernos a él, los condenó a la indecorosa tarea de engendrar humanos.
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jueves, 7 de febrero de 2013

Sobre la importancia de la escritura



Hay algo muy importante en la escritura que los pueblos más antiguos tuvieron que haber comprendido antes de inventarla: la necesidad de dar a la memoria un respaldo que la hiciera más recia; pero también, la convicción de que aquello que querían preservar era tan valioso que no debía perderse. Antes de la escritura ―y precisamente como requisito para sentir la necesidad de inventarla― los seres humanos tuvieron que haber entendido que el tiempo y la muerte terminaban con lo que ellos consideraban valioso. En el origen de la escritura están implicados un saber hondísimo y un afán altísimo: el saber es sabernos mortales y el afán es vencer a la muerte. Conciencia de la importancia, conciencia de muerte y afán de inmortalidad están reunidos en el origen del lenguaje.
Idear unos símbolos parecidos a lo que se quería significar con ellos (ideogramas) o idear unas muescas con la punta de un palo sobre una tablilla de arcilla fresca (escritura cuneiforme), o un alfabeto o un abecedario o un sistema binario a base de ceros y unos es ya un asunto secundario. El paso genial, quizá el paso más genial de cuantos ha dado la humanidad, porque por él pasamos de la prehistoria a la historia, fue la invención de la escritura.
Y hoy, a milenios de ese origen, ¿por qué escribir? Los motivos siempre son y serán los mismos: quien escribe cree que posee algo valioso: una idea, un testimonio, su muy particular manera de ver las cosas o de soñarlas, y quiere salvarlo de la muerte; pero no sólo: quiere además ofrecerlo a los otros, porque la escritura es también un acto de generosidad. Gracias a ella es por lo que el ser humano de hoy ―biológica y fisiológicamente idéntico al primer homo sapiens― resulta totalmente distinto del homo sapiens: sólo piénsese en las diferencias sociales, culturales, espirituales que nos distinguen de nuestros ancestros. Estas diferencias, el sostén de nuestro ser histórico, se deben a la generosidad que sigue brotando de la escritura. La escritura es la columna vertebral de lo humano. Lo que somos bueno y malo, lo que hemos alcanzado bueno y malo, sería inconcebible si nos hubiéramos quedado en una cultura solamente oral.
Pero la importancia de la escritura no es sólo ontológica: a ella debemos nuestro ser, también de ella dependen innumerables ventajas de carácter individual y práctico. Quien escribe no sólo plasma sus palabras, las organiza y las aclara, sino que se plasma a sí mismo: uno se ve en lo que escribe, uno se descubre en el texto; al escribir no sólo organizan las palabras, uno organiza su cabeza: el aclarado es uno. Al objetivar el pensamiento, al escribirlo, se piensa más fácilmente, pues se dialoga con uno mismo, se reflexiona. Al escribir uno descubre que sabía más de lo que creía saber, pues la escritura nos hace introspectivos y al explorarnos resulta que tenemos más de lo que suponíamos, porque escribir no sólo nos permite fijar la atención o activar la memoria trayendo al papel nuestros recuerdos, sino que nos permite inventar, imaginar, descubrir aspectos que jamás habíamos considerado: escribir nos permite sabernos.
Escribir también es un arma. Un arma defensiva y ofensiva; un modo de poner los puntos sobre las íes, de establecer nuestras diferencias o nuestros acuerdos, de marcar a los otros sus límites, de pelear por nuestros derechos, de convencer, de disuadir. La palabra escrita es un instrumento de seducción, pues lo mismo es eficaz para la conquista amorosa que para la persuasión política. La escritura es poder.
En fin, por muchas razones es importante la escritura, pero para mí, escritor al fin y al cabo, es sobre todo porque escribiendo hago más posibles las mejores cosas de la vida y si no, con escribirlas basta, pues es como si las hubiese vivido.
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viernes, 1 de febrero de 2013

La cita



ÉL la esperó una hora, un día, una semana, un mes, un año, un lustro, una década, un siglo; cuando finalmente ella llegó, él sólo se limitó a decirle: «Lo siento, pero no puedo amar a alguien que sea tan impuntual», y se marchó.
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