martes, 27 de junio de 2017

La chica del paraguas



A LA HORA de la siesta, la ciudad era un horno. Y yo me estaba cocinando en la esquina de Lavalle y Belgrano, cuando vi que una chica venía caminando hacia mí con un paraguas abierto. Con este sol eso no tendría nada de extraño, si no fuera por el hecho de que llovía dentro del paraguas. Era una lluvia tenue, de esas que mojan al cabo de un rato.
—¿No sabés si ya pasó el 223? —me preguntó.
—Debe pasar en cualquier momento —demoré en responder.
La chica giró una perilla en el mango del paraguas y la lluvia se incrementó de manera considerable. Se la veía tan a gusto que dolía.
—¡Qué sol para esta esquina sin sombra! —dije chambonamente al tiempo que me secaba el sudor de la cara.
—Si no te importa mojarte… —me susurró la chica, haciéndome un lugar bajo el paraguas.
Y de repente oí mi nombre como un eco lejano, y sentí que me zamarreaban y que me palmeaban las mejillas. Era la impuntual de mi novia.
—¡Estás empapado!, ¿qué te pasó? —dijo.
—No le pregunté cómo se llamaba —atiné a contestar.
—¿Cómo se llamaba quién?
—¡La chica del paraguas! —exclamé, mientras la observaba ascender, completamente seca, al 223.

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lunes, 12 de junio de 2017

La ordenanza



UNA MULTITUD se había reunido al pie de un par de edificios. No soy hombre de seguir los hábitos de las multitudes, pero me detuve y levanté la cabeza a imitación de mis congéneres. Un tipo, paraguas en mano, recorría sobre un alambre la distancia entre ambos edificios.
—¡Pobrecito! —exclamó una mujer a mi lado—. Ya llegó la policía.
—Sí, me temo que va a ir preso —dije.
—¿Ir preso?... ¡No! ¡Le van a cortar la cuerda!
—¿De qué está hablando usted?
—La ordenanza 9083, en su artículo 56, inciso C, dicta que: «Nadie usará los edificios para caminar sobre un alambre, so pena de cortársele, en pleno uso del mismo, el susodicho alambre».
—¡Eso es una locura!
—Así son nuestros concejales, caballero; siempre tan atentos a las necesidades de la comunidad. —Y levantando los brazos, agregó:— ¡Mire! ¡Qué rapidez cuando quieren!
Puse una mano en visera y observé que, efectivamente, uno de los policías se disponía a cortar el cable.
—¡Hay que hacer algo! —grité.
—¿Pero qué? —dijo la mujer mientras se persignaba.
Entonces la cuerda ganó el vacío y fue a parar, como un latigazo, sobre la cara del otro edificio; pero el hombre permaneció allí, flotando en el aire, riéndose de la autoridad, hasta que, tras hacernos una gentil reverencia, cerró el paraguas y se dejó caer lentamente hacia el cielo.
La multitud vitoreó al funambulista, yo invité a mi interlocutora a tomar un café, y, claro está, los concejales derogaron, aquel mismo día, la ordenanza 9083.

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