sábado, 22 de diciembre de 2012

Consagración



A POCO de que aquel mago se arrojase al vacío sin paracaídas, el suelo aterrizó mansamente bajo sus pies.
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El presente hiperbreve llegó a las deliberaciones finales del pasado mes de noviembre en La Microbiblioteca.
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martes, 18 de diciembre de 2012

Lectura a flor de piel



TRAS abordar el tren le llama la atención que todos los pasajeros estén leyendo un mismo libro de apariencia antigua. Interesada por el contenido, de soslayo, descubre que el libro del muchacho junto a ella tiene las páginas en blanco. Se levanta y comprueba que tal circunstancia se repite en cada caso. Entonces pasan por un túnel. Segundos de oscuridad que se le hacen eternos. Con la luz se reencuentra sentada junto al joven. Vuelve a husmear de soslayo y suspira ante las páginas rebosantes de palabras. «He debido quedarme dormida», susurra, y, al pasear la mirada, descubre que las caras de los pasajeros están desprovistas de bocas, narices, ojos… como si fueran páginas en blanco.
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Les dejo el análisis que sobre el presente microcuento hizo el escritor Félix Amador-Gálvez al seleccionarlo como tercer puesto en Ficticia.
Pongamos que hay un tercer lugar. Aquí es más difícil elegir porque habría que dejar al resto de los relatos en el cajón de “el resto”. He elegido, a pesar de todo, “Lectura a flor de piel”, un relato fantástico que podría haber escrito Cortázar entre mate y mate. Como en “Entrecruzamientos”, el despertar de un mal sueño no es siempre ponerse a salvo. Lo que es terrible en el sueño, la carencia de un elemento tan imprescindible como las letras, se vuelve horror en la realidad al contagiarse la falta a los seres humanos... La fugacidad del relato (la del paso por un túnel) es esencial. Ese túnel, además, se eleva en este relato a la altura de elemento fantástico, como una puerta a otro mundo o simplemente un despertar, como sugiere el personaje en su narración. La apostilla (“como si fueran libros en blanco”) sobra, a mi parecer, porque el lector debe haber sido lo suficientemente inteligente para haber captado ya el paralelismo sueño/realidad o libro/rostro pero no desmerece este párrafo que, como un flechazo, nos ha sumergido en una pesadilla de la que hubiera sido mejor no despertar.
Aunque por el momento se queda, ¿ustedes qué opinan sobre lo apuntado por Félix respecto a la frase final?
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lunes, 10 de diciembre de 2012

Sucedió en el campo junto a un eucaliptus



FÓBICO a la marea de celulares, computadoras y tabletas, emitió un ultimátum: “O mi cariño o la servidumbre tecnológica”.
Abatido por la soledad se disponía a quitarse la vida cuando la aparición de un carruaje ―conducido por un viejo amish y su bella hija― retrasó cuarenta y ocho veranos, siete hijos y treinta nietos, su cita con la muerte.
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jueves, 6 de diciembre de 2012

4



A mediados de 2008 tomé la decisión de comenzar a escribir. Lo hacía, claro, desde antes, pero de manera esporádica, circunstancial, sin orden ni método. Unos meses después, y como parte de una estrategia para no morir en el intento, abrí El elefante funambulista. Desde entonces han pasado cuatro años y, puedo asegurarlo, la bitácora ha cumplido con su misión original largamente pero, sobre todo, la ha trascendido...
Queda el compromiso renovado de continuar ensayando pasos en la cuerda, de aprender y mejorar.
Gracias a todos por la compañía. Ustedes son los que le otorgan sentido al Elefante.
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domingo, 2 de diciembre de 2012

¿Por qué no la tuya?



TODAS las mañanas mi esposo me pide que le lleve un vaso de agua a la cama. Dice que mi alma depende de ello porque él hizo un pacto con el diablo por mi amor: si un día yo dejo de cumplir su petición, supuestamente, el ángel caído vendrá por mí. «¿Cómo que por mí? ―rezongo―, si fuiste vos el que firmó el contrato, a vos te tendría que llevar». El sinvergüenza me dice que cuando un hombre ama a una mujer como él me ama a mí, puede comprometer el alma de ésta para el pacto, que así lo establecen las reglas. «¿Qué clase de amor es ése ―replico― que te hace poner el alma de quién decís amar en riesgo?». En este punto mi esposo guarda silencio, bebe parsimoniosamente el agua y, con los ojos tan colmados de amor como hace veinte años, dice: «El más grande del mundo». En tales circunstancias siempre hallo un pretexto para terminar con la discusión, y evadir la pregunta que ruego jamás me permita hacerle.
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