lunes, 23 de febrero de 2015

Suspirar de alivio



A AQUELLAS primeras gotas sobre el espejo supuse que las había salpicado yo mismo, como de costumbre, mientras me cepillaba los dientes. Pero a aquellas otras que habían comenzado a mojarme la cabeza y el torso, no podía, obviamente, atribuirles dicho origen. Entonces levanté la vista hacia el cielo raso. Una muchedumbre de nubes grises y negras lo enmascaraba por completo. Atónito, y con el cepillo aún entre los dientes, me refregué los ojos. Al abrirlos, las nubes no sólo permanecían allí, sino que ahora dejaban caer una cortina de agua tenaz y gélida. Me enjuagué la boca y salí del baño escoltado por la lluvia. A medio camino de la puerta de calle, me sorprendió una letanía de relámpagos y truenos. Corrí el trecho que me faltaba, introduje la llave en la cerradura y procuré, una y otra vez, hacerla girar. Pero la llave se rompió, y al arrojarla al piso me percaté de que el agua me llegaba hasta las rodillas; y subía y subía. Desesperado, busqué el auxilio de las ventanas del living, el comedor, la cocina…
Una hora después, mientras me encontraba haciendo la plancha a escasos centímetros de las nubes, la lluvia cesó tan inesperadamente como había comenzado. Suspiré de alivio. Lo que aún no sabía era que el agua iba a demorarse una semana en bajar.
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sábado, 14 de febrero de 2015

Tristeza y arte



Puedo adivinar una peculiar tristeza dentro de la armonía y la belleza de casi todas las obras de arte. Se podría decir que es simplemente la tristeza de la vida, pero es una tristeza que de alguna manera se convierte en el motor generador, en un eslabón de la cadena de energía que hace que el artista persista cuando la haya vivido, que la transforme mediante su instrumento de expresión. Considero un postulado, casi un axioma, el hecho de que para cuando la personalidad creadora ha llegado a la madurez, tiene acumulada en el fondo una gran melancolía que clama por liberarse.
León Edel
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