jueves, 27 de octubre de 2016

Blusas



INÉS se compró una blusa igual a la mía. Dijo que era pura coincidencia y que la iba a estrenar para la fiesta de cumpleaños de nuestra mejor amiga. Pese a que le señalé que esa prenda no se correspondía con su figura alta y distinguida —¡tanto como una jirafa!— ni que combinaba con el color de sus ojos —¡saltones y amarillentos!—, ella no se resignó.
—En vez de los hermanos, vamos a parecer las hermanas corsas —gruñí.
Inés me festejó la ocurrencia con una risita en falsete y me subrayó que las blusas no eran iguales.
—La tuya es verde y la mía es azul. —Y arqueando las cejas, agregó—: ¡Verde!, vos siempre tan ecológica.
—¡Hasta aquí llegamos! —exploté—. ¡Ponete en mi lugar! ¡A mí estas cosas me dan vergüenza! Así que, aunque yo compré antes que vos la blusa, no la voy a usar; ¿sabés por qué?... Porque no voy a ir al cumpleaños.
Inés se puso seria.
—A mí también estas cosas me dan vergüenza, pero no te preocupés; la que no va a ir al cumpleaños soy yo.
Entonces nos miramos largamente sin mover un pelo, hasta que, entre lágrimas, convenimos que unos trapos no iban a interponerse en nuestra amistad. Ninguna de las dos iría al cumpleaños.
Sobra decir que ambas concurrimos a la fiesta con nuestras respectivas blusas. Lo que no sobra decir es que a la cumpleañera la blusa verde azulada que vestía no sólo le quedaba mejor que a nosotras, sino que, además, la coincidencia le provocaba auténtica y malsana alegría.
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Foto © Autor desconocido
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viernes, 14 de octubre de 2016

Las maletas



—LLEVO una mujer dentro de la maleta —dijo el hombre al tomar asiento a mi lado en la estación ferroviaria.
—Y yo llevo en la mía un elefante —le respondí.
—No, en serio —insistió—, llevo una mujer, pero confieso que me hizo gracia lo del elefante.
—La mentira no figura entre mis pasatiempos —le previne secamente.
—¡Disculpe! Sólo que un elefante… por la cuestión del tamaño… usted me entiende, ¿no?
—Mi maleta adapta cualquier cosa a su tamaño —argüí.
El tipo se quedó pensativo.
—¿Y por qué lleva una mujer en su maleta? —quise saber.
—¡Para ahorrar!, pero no se preocupe, esta chica es contorsionista.
—¿Esta chica? Creí que se trataba de su mujer.
—¡Qué va! Sólo somos compañeros del circo —dijo, y atusándose el bigote, agregó—: Si su maleta es como dice, quizá pudiera hacernos un lugar.
—Mire —sonreí—, mejor le pago el boleto.
Los ojos de mi interlocutor brillaron con malicia.
—¡Sabía que bromeaba! —gruñó.
—¡Tanto como usted! —repliqué.
El hombre demudó su cara, se puso de pie y abrió la maleta. Para mi sorpresa, una bella joven salió de la misma. Sin vacilar, le di al tipo el dinero para los pasajes y me quedé conversando con la contorsionista. Había química. Entonces abrí mi maleta, saqué al elefante y la invité a entrar. Cuando el hombre regresó, el elefante le dijo:
—Llevo una pareja de tortolitos dentro de la maleta.
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