DEPOSITA
EL CORAZÓN de su décima tercera víctima en el baúl, junto a los otros, y
sonríe. Tras cinco años ha logrado rendir la superstición de que el número
trece lo llevaría a la cárcel. «La única prisión ha sido la de mi propia
ignorancia», dice, y cierra el baúl. Luego marcha hacia su mesa de trabajo y,
dispuesto a recuperar el tiempo perdido y la atención de los medios, mira y
remira una docena de fotografías. Finalmente escoge la de una veinteañera rubia
que asiste a sus clases, y la pega con suma delicadeza en un frasco vacío.
Vuelve a sonreír y, antes de irse a la cama, dispone en su maletín los libros
de Borges y Cortázar, el cloroformo y el estuche de pana con su escalpelo
favorito. Ignora aún que, apenas pose su cabeza sobre la almohada, la viva voz
del corazón de su décima tercera víctima jamás le permitirá conciliar el sueño.
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4 comentarios:
¡Volvieron tus textos! Qué alegría, Gabriel. :-)
¡Gracias, Vero!
Saludos cordiales
Supuso mal su maldición. Un placer leerte.
Gracias, Miguel Ángel.
Saludos funambulescos
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