«AL
que llamás papá no es tu verdadero padre», me espetó mi vieja como
quien lanza un guijarro al río para hacer patitos. Me quedé en silencio,
la mirada perdida en el azul profundo de sus ojos. Entonces, cuando la
primera piedra aún hacía piques en mi conciencia, arrojó una segunda.
«Te cuento esto porque quiero que sepas la verdad antes de irme». ¿Te
imaginás qué significaba ese «antes de irme»? No, seguro que no... Tiene
cáncer. Le quedan semanas de vida, a lo sumo un par de meses. Te
juro que no sabía si abrazarla o putearla. La abracé, y ella tuvo que
consolarme a mí en lugar de yo a ella. Si la hubieras visto, tan digna y
tan hermosa. Hablamos de su enfermedad, de hacer un viaje, de pasar
unos días juntos en la costa como cuando era niño y me ayudaba a
edificar castillos de arena. De improviso, sin que yo lo quisiera,
retomó la cuestión de la paternidad y sus palabras, esta vez, se
hundieron directamente hasta el fondo de mi alma.
¿No
te has preguntado, amor, por qué tanto ella como tu papá veían hasta
con mal disimulado júbilo que nuestra relación se estuviera
desbarrancando?
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5 comentarios:
¡Dura situación! No sé si el momento propicio de hacer patitos en el agua o si tragarse el sapo indigerible. Me ha gustado.
¡¡patitos en el agua!!, aquí le llamamos ..."hacer onditas" ...
Muy bueno Gabriel, y como dice Francisco igual es cuestión de tragarse el sapo porque menudo interrogante has plantado al final como quien no quiere la cosa.
Un abrazo para tí.
Muchas gracias, Francisco.
Sí, Laura, recibe diversos nombres según el lugar; lo que sí es una costumbre que viene desde el fondo de la historia. Muchas gracias.
Saludos cordiales
Auch, qué amargo. Y esa piedra, después de enturbiar la calma se hunde tan campante, como si nada.
Hola Yunuén, gracias por comentar.
Saludos
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