PLANTÓ
un trocito de pulpo en una maceta. Su vecino le había asegurado que el animal
se desarrollaría íntegramente si tomaba la precaución de regarlo con agua de
mar durante un mes. Esa misma tarde la mujer condujo cuatrocientos kilómetros
para proveerse del vital elemento. Mientras tanto, en la comodidad de su casa,
el hombre se reía como un niño. Y así continuó haciéndolo cada vez que
recordaba su embeleco; hasta que un día su vecina lo invitó a ver el pulpo.
Entonces fue la mujer quien se rió cuando aquellos ocho vigorosos tentáculos
abrazaron al bromista por el cuello.
El presente microrrelato fue seleccionado como ganador del corriente mes de diciembre de la convocatoria Calendario Microcuentista 2016, que organiza mensualmente la Internacional Microcuentista. La imagen que ilustra el post debía emplearse como disparadora de la historia.
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