LA
NIÑA se sienta en el umbral de la puerta y mira a la gente pasar, lee, se suena
la nariz. Su madre seguramente no ha de demorarse. Si tan solo le hubiera
confiado la llave de la casa como lo hacen las otras madres con sus hijos. Pero
no. «Todavía sos muy pequeña», le ha dicho, en su momento, entre grave y
jovial. A veces la niña piensa que su madre la percibe como mucho más chica de
lo que ella realmente es. ¡Si ya hace los mandados sola! Y se tiende la cama y
se prepara el desayuno… «No es justo», murmura, de a ratos, hasta que se queda
dormida. Y sueña que su mamá no la quiere más, que la ha abandonado. Tiembla y
llora. Entonces la madre la zamarrea suavemente de los hombros. «¡Mamá!», grita
la niña y la abraza. «¡Perdoname, tesoro, no pude seguirte antes; los médicos
no me dejaban!», se disculpa la madre, mientras le seca las mejillas, y agrega:
«Ésta ya no es nuestra casa». Y tomadas de la mano se pierden por la calle,
bajo el círculo de la luna, sin la compañía de sus sombras.
El presente texto ha recibido en el mes de agosto próximo pasado una mención en el IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que organiza el sitio Esta noche te cuento.
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2 comentarios:
Merece una mención y mucho más. Es un relato crudo lleno de dulzura y sutileza en el final. Enhorabuena.
¡Gracias, Miguel Ángel!
Saludos funambulescos
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