AQUELLA
SOMBRÍA NOCHE, el esqueleto de una de mis víctimas salió intempestivamente del
armario, buscó entre mis viejos discos de pasta y puso en el equipo de música
«La cumparsita». Con vehemencia me exigió que bailemos. Le respondí que me
había doblado el tobillo mientras corría en el parque, pero, lógicamente, no me
creyó y me vi en la obligación de aceptar. Imaginé que la cosa terminaría ahí,
pero el convite volvió a repetirse, noche tras noche; por lo que
concluí que debía conseguirle una pareja —aunque eso
me apartara de mi línea de trabajo— con las adecuadas habilidades
tangueras. No miento al decir que recorrí la ciudad de punta a punta, y de
milonga en milonga, sólo para toparme con principiantes. Sin embargo,
reconozco que hubo un par de excepciones: una rubia jovata, pasada de
quilos, que movía las piernas con la elegancia de un ángel; y una
veinteañera tímida que apenas pisaba la pista de baile se transformaba en
una «femme fatale»; pero, lamentablemente, la estructura ósea de sus
respectivos esqueletos —sobra decir que soy un especialista en estos menesteres— no
se correspondía con la de mi bailarín de armario. De todas maneras no pienso
abandonar la búsqueda; me han comentado que en la ciudad vecina hay una
milonga, «El cachafaz», donde le sacan viruta al piso. Mientras tanto
tengo que pedir turno con mi analista; me preocupa que el bailar
con otro hombre —aunque técnicamente se trate sólo de su esqueleto— se me dé
cada vez mejor.
.
5 comentarios:
Una historia inquietante y subrealista. Me parece magistral.
¡Gracias, Miguelángel!
Saludos domingueros
Gabriel, las imágenes con tu sello personal, me ha gustado mucho. Saludos.
Alfonso
Me da que aunque le busque pareja, seguirá queriendo bailar con él (el asesino con el esqueleto).
Buen relato Gabriel!
Gracias, Doc.
Puri, se me da lo mismo ;)
Saludos cordiales
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