Pero
tampoco hay que fiarse mucho de la Brevedad. Contra la brevedad convendría
recordar que, en una guerra, un soldado encontró en la mochila de un cadáver
dos libros, a saber: Viaje al centro de
la fábula, de Augusto Moterroso y El
conde de Montecristo. Como llevarse los dos le pareció ya rapiña, y por no
agravar la soledad del muerto, decidió apoderarse sólo de uno. Tras muchas
dudas, y por ir más ligero de equipaje, eligió el de Monterroso. Lo acomodó
bajo la guerrera y, andando que te andarás, continuó su camino. Y he aquí que, más allá, siente un golpe en el pecho. Da un traspié,
suspira, se desploma: una bala perdida lo ha acertado de lleno. En el último
instante saca el libro y observa que la bala lo ha atravesado limpiamente desde
el copyright hasta el código de barras, y que además le ha llegado hasta el
centro mismo del corazón. Viaje al centro
del corazón, es el sarcasmo que se le ocurre antes de morir, y aún alcanza
a pensar que si hubiese elegido el de Dumas, a estas horas estaría vivo, y que
su mala suerte se debe exclusivamente a la excesiva concisión del autor.
He
aquí uno de los peligros de la brevedad.
Claro
que, de haber tenido tiempo para más sarcasmo, también la víctima podría haber
pensado que quizá casi todas las novelas extensas son en el fondo breves, e
incluso brevísimas, por la sencilla razón de que casi nadie las lee. Allí donde
las balas se equivocan, la sociología no yerra: si uno compra una novela de
quinientas páginas y lee sólo treinta, para ese lector la novela constará
exactamente de treinta páginas. Lo que ocurre es que, para muchos, los libros
voluminosos ofrecen al menos dos ventajas: una, que al ser caros, el prestigio
y el placer del consumo son también mayores; y otra, que al ser muy extensos,
el comprador compra de paso una coartada para no leerlos. Pero con los libros
breves no hay escapatoria. Quien adquiere un libro breve contrae de rebote el
engorro de tener que leerlo
A
mí, particularmente, hay muchos libros breves que me ha engañado muchas veces, y así, por
ejemplo, hubo un tiempo en que lograron convencerme de que tenían sólo por
ejemplo cien páginas. A la cuarta vez que lo leí, me di cuenta, sin embargo, de
que encubrían cuatrocientas, y como todavía no he acabado de releerlos, resulta
que el autor me ha vendido como prosa breve lo que en realidad es un libro poco
menos que interminable.
Luis Landero
De Entre
Líneas: El cuento o la Vida
.
7 comentarios:
Recuerdo este libro maravilloso. Se lo regalé a mi hermana y ella después me lo prestó. Voy a tener que pedírselo de nuevo para releerlo. Gracias por recordármelo.
Muchas gracias por este texto, Gabriel. Muy buena referencia.
Abrazos.
El último párrafo es genial y verídico como el solo, anda que no hay trampas en los libros de microrrelatos, agujeeros negros diría yo.
Por lo tanto, todos somos tramposos y todos somos valientes.
Un saludo, Luisa
Gran texto de Luis Landero. Me gusta mucho la ironía que rezuma por los cuatro párrafos. Ahora bien, no habla de una especie de libro particularmente monstruosa: libros extensos que, además, resultan infumables y, por definición, más interminables -infinito más uno-. Siempre tendré uno en mente, que no mencionaré por respeto a la autora... ¡Qué leches! Menudo tostón El ocho.
Un saludo.
Sin duda, aunque el Conde de Montecristo me gusta mucho, me quedo con Lo breve. Gracias por traernos siempre estupendas referencias del género breve. Un abrazo.
Yo me habría llevado los dos :)
Muy buen texto. También tengo varias novelas que no llegaron ni a la mitad...
¡Saludos!
Elisa, Susana, Luisa, Adrián, Mar y Sergio, muchas gracias a ustedes por pasar y comentar. Me alegra que perlitas como esta sean de vuestro agrado.
Por cierto, Adrián, bienvenido al Elefante.
Saludos cordiales
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