EL
PATITO era de goma, estaba sucio y tenía los ojos despintados. Sin saber por
qué lo recogió del montón de basura y se lo llevó a su casa. Y lo lavó y le
pintó los ojos. Al otro día, al sonar el despertador, sintió como unas manos lo
agarraban del cuello, lo conducían fuera de la casa y lo dejaban quién sabe
dónde. Se sentía sucio y no podía ver. Entonces quiso pedir ayuda, pero lo
único que consiguió articular fue un triste y solitario «¡Cuac!».
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8 comentarios:
Terrorífico!
Esto de la transmigración de las almas está llegando a cotas inimaginables :D
Me ha gustado mucho.
Tan breve como contundente. Una rápida maldición por una buena acción.
Lo he disfrutado.
La culpa la tiene Kipling, Ángeles ;)
Miguel Ángel, la próxima vez, si tiene una, seguro que se lo piensa mejor.
Saludos cordiales
Por razones como las que relatas es que nunca ayudo a nadie, ni a nada.
Saludos,
J.
La piedad peligrosa, que decía mi padre... Yo, a veces, también tengo esa impresión, pero procuraremos ser más optimistas ;)
Besos, Gabriel.
Julio, José y Sara: ¡gracias por vuestros comentarios!
Saludos funambulescos
Vaya con el patito ¡¡¡
La culpa no la tiene el patito... Saludos, Manuela.
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