lunes, 12 de diciembre de 2016

Sueño de una tarde de otoño



CUANDO empecé a trabajar con mi padre en el bote, conocí a muchos pasajeros extraños, pero ninguno como aquéllos de una tarde de otoño. Primero aparecieron un par de pingüinos que, muy educadamente, solicitaron nuestro servicio. Mi padre aceptó cruzarlos siempre que pudieran pagar el pasaje.
—¿Y por qué no nadan? —quise saber mientras subían.
—¡No molestes a los señores! —me reprendió mi padre.
—Señor y señora —intervino la pingüina—, y tu pregunta, jovencito, no molesta. Lo cierto es que ya estamos grandes para esos menesteres.
—¡Ah! —dije yo, pero no por la respuesta, sino porque apareció de repente un elefante.
—¿Cuánto cuesta el pasaje? —dijo.
—Cien pesos, aunque no creo que el bote aguante —juzgó mi padre.
—¿Tiene seguro? —dijo el elefante.
—No.
—Yo tampoco. —Y su risa sonó como una andanada de artillería. Luego, guiñándome un ojo, agregó—: ¡Perdón! Lo cierto es que soy más liviano que una hoja. —Y acto seguido se subió al bote.
A mitad del río, una fuerte brisa levantó al elefante por los aires, pero, de un salto que casi nos puso a todos a nadar, alcancé a sujetarlo por la trompa.
—¡Gracias, muchas gracias! —repetía él sin cesar, y los pingüinos y yo, para su tranquilidad, completamos el viaje subidos a su lomo.
.

5 comentarios:

Torcuato dijo...

:-)
Qué gusto da pasar por tu casa y leer lo que escribes.
Un abrazo, Gabi

Ángeles dijo...


No hay nada como un elefante simpático y agradecido. Yo siempre lo he dicho.

Gabriel Bevilaqua dijo...

A mí me da gusto que pases, Torcuato. Gracias.

Gracias, Julio.

Totalmente de acuerdo, Ángeles :)


Saludos funambulescos

Sara dijo...

Un sueño preciosísimo. Ya quisiera yo soñar así (jejeje).

Besitos.

Gabriel Bevilaqua dijo...

Seguro lo haces, Sara, sólo que no lo recuerdas ;)

¡Saludos y felices fiestas!

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