UN
HOMBRE hace footing en la playa
cuando se topa con un viejo pescador que ha lanzado el sedal de su caña en la
arena.
—Abuelo
—dice el corredor esbozando media sonrisa—, ¿están picando?
—Todavía
no, hijo —responde el viejo, arrellanándose sobre su cobija.
El
hombre sonríe abiertamente.
—Tal
vez debería intentarlo en el mar.
—Tal
vez… pero de acá nunca me voy con las manos vacías —arguye el viejo, y mientras
el hombre se aleja, añade—: ¡Hijo, aunque pensés que me falta algún tornillo,
andá con cuidado; estas arenas suelen ser peligrosas!
—Claro,
abuelo; ¿será que son movedizas? —dice el corredor soltando una carcajada.
El
viejo, cariacontecido, se pone de pie pero sin salirse de su cobija; y, a la
par que siente que un pez ha picado, contempla cómo una aleta surca
vertiginosamente la arena tras los pasos del hombre que aún ríe.
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5 comentarios:
Un cuento que dice mucho en muy pocas palabras.
Sobre todo nos recuerda que los "viejos" tienen mucho que decir y siempre hay que escucharlos.
Me ha gustado mucho.
Saludos.
Realismo mágico. Una gozada. ¿Cuándo aprenderemos que ante un viejo siempre tiene, por propia experiencia, la razón él?
¡Asun y Luisa, gracias por vuestros comentarios!
Saludos cordiales
Delicioso en la forma, me gusta y a la vez me entristece el reflejo fiel de la consideración hacia nuestros mayores.
Gracias, Miguel Ángel.
Saludos funambulescos
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