Hay
algo muy importante en la escritura que los pueblos más antiguos tuvieron que
haber comprendido antes de inventarla: la necesidad de dar a la memoria un
respaldo que la hiciera más recia; pero también, la convicción de que aquello
que querían preservar era tan valioso que no debía perderse. Antes de la
escritura ―y precisamente como requisito para sentir la necesidad de inventarla―
los seres humanos tuvieron que haber entendido que el tiempo y la muerte terminaban
con lo que ellos consideraban valioso. En el origen de la escritura están
implicados un saber hondísimo y un afán altísimo: el saber es sabernos mortales
y el afán es vencer a la muerte. Conciencia de la importancia, conciencia de
muerte y afán de inmortalidad están reunidos en el origen del lenguaje.
Idear
unos símbolos parecidos a lo que se quería significar con ellos (ideogramas) o
idear unas muescas con la punta de un palo sobre una tablilla de arcilla fresca
(escritura cuneiforme), o un alfabeto o un abecedario o un sistema binario a
base de ceros y unos es ya un asunto secundario. El paso genial, quizá el paso
más genial de cuantos ha dado la humanidad, porque por él pasamos de la
prehistoria a la historia, fue la invención de la escritura.
Y
hoy, a milenios de ese origen, ¿por qué escribir? Los motivos siempre son y
serán los mismos: quien escribe cree que posee algo valioso: una idea, un
testimonio, su muy particular manera de ver las cosas o de soñarlas, y quiere
salvarlo de la muerte; pero no sólo: quiere además ofrecerlo a los otros,
porque la escritura es también un acto de generosidad. Gracias a ella es por lo
que el ser humano de hoy ―biológica y fisiológicamente idéntico al primer homo
sapiens― resulta totalmente distinto del homo sapiens: sólo piénsese en las
diferencias sociales, culturales, espirituales que nos distinguen de nuestros
ancestros. Estas diferencias, el sostén de nuestro ser histórico, se deben a la
generosidad que sigue brotando de la escritura. La escritura es la columna
vertebral de lo humano. Lo que somos bueno y malo, lo que hemos alcanzado bueno
y malo, sería inconcebible si nos hubiéramos quedado en una cultura solamente
oral.
Pero
la importancia de la escritura no es sólo ontológica: a ella debemos nuestro
ser, también de ella dependen innumerables ventajas de carácter individual y
práctico. Quien escribe no sólo plasma sus palabras, las organiza y las aclara,
sino que se plasma a sí mismo: uno se ve en lo que escribe, uno se descubre en
el texto; al escribir no sólo organizan las palabras, uno organiza su cabeza:
el aclarado es uno. Al objetivar el pensamiento, al escribirlo, se piensa más
fácilmente, pues se dialoga con uno mismo, se reflexiona. Al escribir uno
descubre que sabía más de lo que creía saber, pues la escritura nos hace
introspectivos y al explorarnos resulta que tenemos más de lo que suponíamos,
porque escribir no sólo nos permite fijar la atención o activar la memoria
trayendo al papel nuestros recuerdos, sino que nos permite inventar, imaginar,
descubrir aspectos que jamás habíamos considerado: escribir nos permite
sabernos.
Escribir
también es un arma. Un arma defensiva y ofensiva; un modo de poner los puntos
sobre las íes, de establecer nuestras diferencias o nuestros acuerdos, de
marcar a los otros sus límites, de pelear por nuestros derechos, de convencer,
de disuadir. La palabra escrita es un instrumento de seducción, pues lo mismo
es eficaz para la conquista amorosa que para la persuasión política. La
escritura es poder.
En
fin, por muchas razones es importante la escritura, pero para mí, escritor al
fin y al cabo, es sobre todo porque escribiendo hago más posibles las mejores
cosas de la vida y si no, con escribirlas basta, pues es como si las hubiese
vivido.
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2 comentarios:
Estoy muy de acuerdo con lo que aquí se expresa y en especial con "el aclarado es uno". Quien escribe se transparente en lo que hace como quien se coloca ante un espejo, no para ver su físico, sino sus adentros.
Saludos
Coincido, Francisco :)
Saludos
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