Secreto de sumario

UNO era dado a las apuestas y a las pequeñas estafas, el otro, trabajador y honesto; dos identidades opuestas cohabitando el mismo cuerpo. Como no podían someterse entre sí, pactaron un acuerdo: el estafador daría rienda a sus desatinos siempre que el honrado tuviera ocasión de enmendarlos. El arreglo duró hasta aquel fatídico día en que el tahúr, por evitar la golpiza de un peligroso y violento cobrador de apuestas, le descerrajó tres balazos, todos ellos mortales.

Furioso y abochornado, su otro Yo asumió entonces el control y amartilló el 38 en su sien. Justo antes de apretar el gatillo, la mano opuesta lo contuvo. Forcejearon y el revólver cayó al piso. La lucha no tardó en extenderse a brazos, torso, piernas… Unas horas después, agotados los rivales, el combate cesó. Al poco, una nueva personalidad emergente observa con detenimiento las huellas y señales por toda la habitación y se sirve un trago: «Qué hermosa escena del crimen. No quisiera estar en el pellejo de ese par de idiotas que van a tener que sufrirme».

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