LA MANO DE ALEX abandonó la tibieza de las frazadas para apagar el despertador. «Un día de estos, se decía, voy a apagar el reloj, me voy a hundir nuevamente entre las frazadas y voy a seguir durmiendo; pero, agregó en un suspiro, no hoy.» Alex ganaba una miseria en su trabajo y no podía darse el lujo de perder el premio por presentismo. Sin esa plata, tendría que elegir entre dejar de pagar la luz o el gas, o quedarse cuatro o cinco días sin comer. Así que Alex se levantó como todas las madrugadas y combatió los restos del sueño, que aún después de lavarse la cara le persistía, con un café bien cargado. Eran las cuatro y ya estaba listo para patear las cinco cuadras hasta la parada del colectivo. Constató que el gas estuviera cerrado y abrió la puerta que daba al largo pasillo común que llevaba a la calle. Entonces lo vio. Había un león acostado en el pasillo. Cerró la puerta con un golpe y el animal levantó la cabeza. Alex se preguntaba si aquello sería un sueño, si inconscientemente había cedido a su deseo de faltar al trabajo. «¡Imposible!», exclamó. Necesitaba la plata y la única manera que tienen los pobres de conseguirla es partiéndose el lomo. Morosamente, Alex volvió a abrir la puerta. Sólo una luz del grosor de un libro flaco. El león estaba mirando hacia la puerta y lo vio. Ambos se vieron, se miraron a los ojos y se quedaron perplejos por un instante. Alex volvió a cerrar la puerta. «¿Se habrá escapado de algún circo?», se preguntó, al tiempo que sacaba el celular del bolsillo de la campera. No tenía señal. Miró la hora, las 4:07. Ocho minutos para patear cinco cuadras. Nada mal si saliese ahora, sorteara al león y ganara la calle. «¡La plata, la maldita plata!», resopló. Alex no quería perder el premio y quedarse sin gas o sin luz, y menos aún quedarse sin comer durante una semana. No eran opciones admisibles. ¡No! Así que volvió a abrir la puerta y observó con detenimiento. La fiera en realidad más que un león parecía una parodia de león: descarnado, roñoso, macilento. Y aunque sintió algo parecido a la pena, fue por la pala que le habían prestado hacía meses, junto a otras herramientas, para elaborar la mezcla y revocar la pieza. Esta vez abrió la puerta de par en par. Sin ambages. Llevaba el bolso de trabajo al hombro y la pala en una mano. Había pensado llevar la pala en alto pero enseguida se dio cuenta de que eso habría sido poner en guardia al animal. Entretanto, el león lo miraba de reojo. Alex comprobó que había suficiente espacio para pasar, bien pegadito a la pared, por el flanco derecho del felino. «Parece inofensivo», se dijo, como para darse valor. Y en efecto el león era inofensivo pero el hambre y los malos tratos lo empujaban. Lo habían empujado primero a escaparse del circo, luego a correr en vano tras un perro, y ahora a este pasillo donde desfallecía con la panza soldada al lomo y la boca seca como un desierto. Alex dio un paso y luego otro. Se afirmó de espaldas a la pared. Dio otro paso y de repente, junto a las patas del león, se detuvo. Un escalofrío le transitó la piel como una corriente eléctrica. Entonces se imaginó el recibo de sueldo sin el importe por presentismo. Y volvió a dar un paso y luego otro. Ya casi había sorteado el flanco del león cuando oyó lo que parecía la sombra de un rugido. Como pudo, la bestia se puso de pie; y Alex apretó el paso sin ofrecerle la espalda. El león en verdad estaba a punto de dejarse caer de nuevo al piso, sin ánimo ya de matar por primera vez, cuando Alex instintivamente levantó la pala, y algo recóndito, como el eco de la sabana, se despertó de pronto en el león. Y dio un paso y luego otro, y sacando fuerza de donde no la había, saltó sobre Alex. La pala, entonces, descendió certera y mortalmente sobre la cabeza del animal. Tan certera como la garra del león que a la par le cortó la garganta. Mientras Alex se desangraba, miró al animal, le acarició la desvaída melena, y aún alcanzó a pensar que ambos habían sido víctimas, no el uno del otro, sino de otra cosa.
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El presente relato ha sido publicado en el número 15 de «La sirena varada» (páginas 70-72), que lleva adelante la Editorial Dreamers, de México. La misma puede descargarse desde la web de dicha editorial.
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