lunes, 30 de diciembre de 2013

Bugs



CUANDO KLAUS Y ANGÉLICA entraron por último al desván de la vieja casona abandonada, tampoco descubrieron nada raro. «¡Viste!, todas esas historias sobre fantasmas y seres fabulosos no eran más que desvaríos de gente ignorante», dijo el muchacho, algo desilusionado, en el preciso instante en que, desde una hendidura abierta fugazmente en el aire, surgía una esfera verde. Esta tendría unos dos metros de diámetro, palpitaba como un corazón y engullía los objetos —un baúl destartalado y un diccionario Larousse de sinónimos, entre otros— del espacio que la circundaba. En su interior, entre latido y latido, se podía ver un sinnúmero de máquinas, parecidas a calamares, moviéndose al unísono. Impertérrito, Klaus sacó su celular y comenzó a tomar fotografías; mientras Angélica, asida a su brazo, lo exhortaba a salir del desván. Veinte clics después, el joven atendió su pedido; y se dejó conducir, a toda prisa, hasta un par de cuadras del lugar. «¿Estás loco?», le dijo ella entonces, casi sin hálito. «Tengo que subir esto a internet —le dijo él, mirando las fotos, y agregó—: ¿Venís a mi casa?». Klaus nunca pudo entender por qué la muchacha le pegó una cachetada; pero se alegraba de ello, ya que tan molesto se había quedado con Angélica que, al colgar en sus cuentas de Facebook, Pinterest y Flickr las fotos, ni siquiera la mencionó. Como tampoco se la mencionó a su madre, ni antes ni después que esta se transformara, convulsiones mediante, en un agente de la Matrix.
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Tras cinco años de actividad casi ininterrumpida, «El elefante funambulista» se toma unas merecidas vacaciones. Volvemos a encontrarnos, si así lo desean, en marzo de 2014.
¡Y Feliz Año Nuevo para todos!
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sábado, 28 de diciembre de 2013

«El tío Iván», en la voz de Celia Carnovale


El pasado 23 de diciembre, Celia Carnovale ha vuelto a tener la gentileza de leer un texto de mi autoría en su programa radial «Te cuento» (que se emite los martes de 20 a 21 horas por AM 1090 Radio Décadas). Se trata de «El tío Iván», una minificción que escribí hace ya bastante tiempo pero que, afortunadamente, no ha dejado de ser propicia para esta época del año.
Gracias, Celia.



martes, 17 de diciembre de 2013

El ingrediente



TRAS años de insistirle, el Maestro me confió el secreto:
―El ingrediente final para que la fórmula sea efectiva es la sangre completa de la mujer amada.
Quise saber más:
―Maestro, ¿por qué usted nunca repitió el experimento?
Me miró con el ceño fruncido; luego caminó hasta la puerta y, antes de abandonar el laboratorio, dijo:
―Pensé que no eras tan idiota como yo. ¿Crees acaso que después de hacer oro alguien se vuelve a enamorar?
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viernes, 6 de diciembre de 2013

Páramo



A LA EDAD DE 83 AÑOS, Ezequiel Delgado está decidido a cometer un asesinato. Ignora de dónde le viene este oscuro deseo, pero sabe que no podrá descansar hasta que lo convierta en realidad. Para elegir a su víctima, ha hecho una lista de faltas, vicios y miserias; anotando junto a estos, según corresponda, el nombre de familiares y amigos de su misma generación. A la hora de sumar, el hermano de su esposa ostenta nueve puntos. El siguiente paso consiste en determinar el modus operandi del crimen. Por el reuma, descarta cualquier acción violenta. «Lo mejor será usar veneno —dice, y agrega entusiasmado—: Sí, veneno en el mate». Se levanta y llama por teléfono. Lo atiende la hija de su cuñado. Cuando le pide que le diga a Víctor que lo espera para compartir unos mates, la mujer lo insulta y corta. El viejo se queda pensativo, hasta que al fin se palmea la frente. «¡Mi cuñado se murió de un síncope el año pasado!», vocifera, al tiempo que una inquietud le recorre la piel como una serpiente. Vuelve a sentarse y repasa los nombres de sus otros candidatos. Pedro, Marta, Hilario… todos están muertos; incluso, Isabel, su esposa, que suma dos infidelidades, lo abandonó irreparablemente hace un par de semanas. Entonces, mientras se seca los ojos, se da cuenta de que ha incurrido en un pecado de omisión. Toma la lista y escribe —una y otra vez—: «Ezequiel Delgado». Sonríe. Y se va hasta la cocina para poner la pava a calentar.
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Hace exactamente un lustro nacía «El elefante funambulista». ¡¿Cómo ha crecido la criatura?!
   
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sábado, 30 de noviembre de 2013

Paso - inspiración - barrida



A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.
Cuando barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso - inspiración - barrida. Paso - inspiración - barrida. De vez en cuando, se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después proseguía paso - inspiración - barrida.
Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí y la limpia detrás, se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, cuando se sentaba con Momo, le explicaba sus pensamientos. Y como ella lo escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y hallaba las palabras adecuadas.
—Ves, Momo —le decía, por ejemplo—, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.
Miró un rato en silencio a su alrededor; y siguió:
—Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.
Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:
—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.
Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir:
—Entonces es divertido; eso es importante, porque de ese modo se hace bien la tarea. Y así ha de ser.
Después de una nueva y larga interrupción, siguió:
—De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento.
Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:
—Eso es importante.
Momo, de Michael Ende
Páginas 38 y 39
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sábado, 23 de noviembre de 2013

Mientras leo el diario



CON ENVOLTURAS DE CARAMELOS, mi hijo ha confeccionado una flotilla de aviones que despegan desde una cartulina y lanzan, entre la mesa ratona y mi sofá, un sinnúmero de estruendosas bombas que interpreta fielmente con los labios. Poco después escucho una nueva explosión, mayor que las anteriores, y enseguida mi hijo se dirige hacia la puerta con los avioncitos. «¿Ya terminaste de jugar?», le pregunto, y me dice que le han torpedeado el portaaviones y que debe llevar sus F-18 Super Hornet a la base más cercana antes de que se les acabe el combustible. «¡Mirá vos! —exclamo, ya solo—; y yo que pensaba que la cartulina era una pista de aterrizaje en tierra». Entonces, envuelta en una densa columna de humo, la cartulina se hunde. Dejo el diario sobre mis rodillas, me restriego los ojos, y vuelvo a mirar; pero ya no quedan rastros del portaaviones. En su lugar descubro, cinco o seis baldosas más allá, lo que parece un diminuto periscopio. Al instante, un torpedo se aproxima raudamente hacia mi sofá; y lo único que atino es a levantar los pies antes del impacto.
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sábado, 16 de noviembre de 2013

«Cuarto oscuro», de Verónica Andrea Ruscio




Cuarto oscuro, de Verónica Andrea Ruscio
Páginas: 56
Editorial: El Mono Armado
Año: 2013

Cuarto oscuro es un pequeño gran libro de poesía. Pequeño porque está constituido por apenas 25 poemas. Grande porque todos los textos están minuciosamente trabajados y pensados; al punto que en cada uno de ellos se advierte la mano de una verdadera orfebre de la palabra que, línea tras línea, nos deja entrever su respeto y, sobre todo, su amor por el arte que profesa. Sin embargo lo que más me gusta de la poesía de Verónica no es su perfección, sino lo que nos cuenta. Y digo cuenta porque la autora desarrolla una poesía predominantemente narrativa a partir de instantáneas de la vida cotidiana. Así acontece en poemas como Bolsa, de terrible resolución; o en Habitación 409, donde nos sumergimos en el presente eterno de su anciana protagonista; o en El hijo, un poema de silencios en el cual se dice todo a través de aquello que callan las palabras:

EL HIJO
La ventana de la primera planta está abierta.
Es domingo y hace fresco.
Un jilguero ha anidado en el árbol
y se hace oír.

El hombre sigue en la casa.
Está subiendo la escalera.
Ahora abre la puerta de ese cuarto y se asoma.

Mira la cama y los trofeos.
Los libros de lectura, el dinosaurio de plástico
y la número cinco en el rincón.

Todo está igual.
Todo está igual,
Martincito.

Baja el sol y el jilguero canta.
Eso es lo distinto.
Ese maldito nido, que no estaba.
Y la ventana abierta es lo distinto.

Hay que cerrar,
hay que cerrar.
Y que no entre más la tierra,
Martincito.

La ventana de la primera planta está cerrada.
Es domingo, noche calma.
Solo falta la canción del jilguerito.
El resto está igual.
El resto está igual.

En la contratapa del libro, Griselda García afirma, sobre la poesía de Verónica, algo que suscribo plenamente: «La mirada extrañada hacia las escenas cotidianas genera el efecto de estar ante ellas por primera vez, aunque hayan sido vistas antes mil veces. Para poder captar la esencia de las cosas, sus detalles más íntimos, es necesario saber esperar, como indica el acápite. Entonces, en el momento adecuado, el alma sale a la luz y ahí clic, se toma la foto o escribe el poema».
Entre esos clics poemáticos, además de los ya citados, y teniendo en cuenta que todos los textos son de valía, destaco en especial a: Año nuevo, donde la alegría de tenerse unos a otros, de haber pasado el día juntos, prevalece a la pobreza; Teresita, que plasma los entretejidos de una moderna Penélope; El signo, que da pie a un poema de vuelos compartidos; El nadador, con un protagonista al que, una vez en el agua, ya nadie podrá parar; Manzana, donde la poeta, al igual que Eva, cede a la tentación… Pero si tuviera que quedarme sólo con uno, elegiría Mamushka; un prodigio de imágenes y de ritmo que me encantó desde la primera vez que lo leí en la web.


MAMUSHKA
Ella,
la que lleva un pez adentro,
se mete radiante como un numen
en la pileta.
Mamushka.

No sabe de espejos, ni de Borges,
ni de sus vidas repetidas.
No ha leído más que un par de veces
algunos versos chilenos.
Mamushka.

Se sienta en el borde
a bambolear las piernas.
Después pasa grávida
(ingrávida)
en posición de sueño.
Onírica pasa junto a mí
hacia la parte honda.
Mamushka.

Llega, saca la cabeza, mira.
Respira por la piel.
No sé si es un pez o una sirena.
Mamushka.

En su bikini negra a rayas,
cargadas ubres de hidromiel
niegan el agua y flotan.
Mamushka.

Aguas cálidas y primeras.
Una igual a ella le nada dentro.
Mamushka.
Mamushka.
Mamushka.

En cuanto a la estructura del libro, el mismo está organizado, al modo de un álbum de fotos, en tres secciones: Retratos, Animales y Objetos, con 17, 3 y 4 textos respectivamente; más un Epílogo: Foto de cara. Y al igual que todo libro que se precie, Cuarto oscuro cuenta con su propia página en Facebook y un más que interesante booktrailer:




Cabe acotar que Cuarto oscuro es el primer poemario que publica Verónica, aunque la autora cuente en su haber —y pese a su edad— con una dilatada experiencia literaria. Dicho lo cual, no sorprende un debut tan sólido; de textos envidiablemente logrados y maduros, tanto desde la forma como desde el contenido.
Por último, para los interesados en la obra de Verónica más allá del presente libro, recomendarles que visiten su bitácora, Poesía es revelación, donde podrán tener acceso a poemas nuevos, reflexiones literarias, reseñas, etc.; siempre desde una mirada sutil y talentosa. Imperdibles resultan, por ejemplo, dos de sus más recientes trabajos: Esa rebeldía y La edad de las preguntas.

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viernes, 8 de noviembre de 2013

La caída (II)



AQUEL HOMBRE siempre dejaba las cosas a medio hacer, a tal grado que a nadie le extrañó que, al arrojarse de un vigésimo piso, se sirviera de la ventana abierta del tercero para abandonar la caída. No obstante, he de decir en su defensa, y como testigo imparcial que, en dicha ocasión, de verdad, le puso ganas al asunto: de otra manera no se explica que dejara pasar las del noveno, el séptimo y el quinto.
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viernes, 1 de noviembre de 2013

Una cuestión de oído



TODAS LAS TARDES la muñeca le sirve el té a la niña, le ofrece unos bizcochitos que se ha encargado de hornear y le limpia la boca con servilletitas de papel. Luego la peina y le cuenta cómo le fue en la escuela y en el club, mientras la niña, sin chistar por los ocasionales tirones de pelo, le festeja cada una de sus peripecias.
Esta tarde, la mamá de la muñeca vuelve a irrumpir en la habitación con una niña nueva y, tras colocarla junto a la otra, le pregunta a cuál de las dos prefiere. Espera que finalmente su hija se desligue de aquella poco agraciada niña vieja. La muñeca camina alrededor de la niña nueva y se detiene a su espalda para pasarle el peine por la extraordinaria melena roja. «Parece, mi amor —dice la mujer—, que ya has elegido». Pero ante una queja, imperceptible para el oído humano, de la niña nueva, la muñeca torna a sentarse a la mesa y exclama: «Laurita, ¿quieres más té y bizcochos?». Entonces la madre alza por los cabellos a la niña nueva, la mira desconcertadamente, y se la lleva a la cocina susurrando platillos para la cena.
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domingo, 27 de octubre de 2013

«En la estación», en la voz de Celia Carnovale


El pasado 15 de octubre, Celia Carnovale tuvo la gentileza de leer «En la estación» en su programa radial «Te cuento», que se emite los martes de 20 a 21 horas por AM 1090 Radio Décadas. Gentileza a la que sumó el detalle de hacerme llegar un video con el audio de dicha lectura. 
 Gracias por todo, Celia.



jueves, 17 de octubre de 2013

Capitán de mar y guerra



DE CHICO me gustaba encarnar al capitán de un submarino. Mi nave consistía en una vieja cama plegable que mamá me dejaba usar a condición de que no hiciera demasiado ruido a la hora de la telenovela. Una vez a bordo, desparramaba sobre el colchón partes de electrodomésticos inservibles: la pequeña bobina de un secador de pelo devenía en el motor diesel del submarino; el dial de una radio, en sonar; el cooler de una computadora, en el mecanismo propulsor… Como armamento, unas pilas hacían las veces de torpedos. Al divisar a los barcos enemigos —algunas cajas de fósforos—, las pilas se deslizaban rápidamente a través del océano de baldosas. Pero mi puntería no siempre era buena, y a cada fallo seguía una obligada inmersión y el estruendo de un sinnúmero de cargas de profundidad. Entonces mamá decía «Más bajito», y yo apagaba los motores y hacía silencio; hasta que sobrevenía el crujir del acero mientras el submarino se abismaba más y más. Recuerdo que en una ocasión me preguntó qué representaba ese sonido. Con aire trágico le respondí que era un canto fúnebre, ya que nos hundíamos sin remedio. Se acercó sonriente y, al tiempo que me tomaba en sus brazos, dijo «Yo te salvo». Enfadado, alegué que eso le restaba seriedad al juego y volví al submarino. Nunca supuse que años después, hostigado por el crujir auténtico del acero, iba a rogar por aquellos brazos salvadores de mamá.
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domingo, 13 de octubre de 2013

El buen cuento (decálogo apócrifo), de Edmundo Valadés



1. Un cuento debe saber contar bien una historia.
2. Un buen cuento no debe incluir elementos innecesarios.
3. Un buen cuento debe tener un buen principio, un buen diálogo, una buena estructura y un mejor final.
4. Un buen cuento debe atrapar desde las líneas iniciales la atención del lector.
5. Un buen cuento inicia sus tramas en el momento crítico.
6. Un buen cuento no debe rebasar las veinticinco páginas.
7. Sea usted breve.
8. Por lo tanto, un buen cuento debe ser conciso.
9. Un buen cuento debe tener un golpe sorpresivo final.
10. Un buen cuento se tantea y se arrea desde las piernas de una temprana y atractiva muchacha.
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domingo, 6 de octubre de 2013

En la estación



A LAS TRES DE LA MAÑANA, una mujer salió del armario y me preguntó si faltaba mucho para que pasara el tren. Me quedé mudo, y ante mi descortesía, se metió de nuevo en el armario. No pude más que levantarme y abrir la puerta del mueble, correr para un lado y para otro las perchas, buscar en vano. A la madrugada siguiente, a la misma hora, la mujer reapareció y me hizo idéntica pregunta. En esa ocasión, tras observarla detenidamente —era pelirroja, de ojos grises y tenía un lunar en el pómulo izquierdo—, atiné a decirle que no sabía, y volvió a marcharse. A la noche siguiente mudé el pijama por mi mejor traje y un ramo de flores. Puntualmente, la extraña salió del armario y formuló su acostumbrada consulta. Le reiteré que lo ignoraba, pero enseguida añadí que si yo fuera un tren, y ella aguardara mi paso, ni volando las vías lograrían retrasarme, y le entregué el ramo de rosas carmesí; entonces adornó su cabello con una de las flores y comenzamos a charlar. Durante varias semanas se continuaron nuestros encuentros al pie del armario: unas veces bailábamos; otras, organizábamos picnics nocturnos; siempre reíamos. Una madrugada, imprevistamente, me reveló que su boleto se vencía esa misma noche y que ya no volveríamos a vernos. Cabizbaja, me preguntó si la echaría de menos. Sonreí. Cuando la puerta del armario se cerró a nuestras espaldas, aún alcanzamos a oír el silbato del tren en la lejanía.
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miércoles, 2 de octubre de 2013

¿Cómo escribo? (Italo Calvino)



Escribo a mano, y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta. Llega un momento en el que ni siquiera yo mismo puedo descifrar mi letra, así que uso una lupa para ver lo que he escrito. Tengo dos caligrafías diferentes. Una es de buen tamaño, con letras bastante grandes: las o y las a tienen un gran agujero en el medio. Esa es la caligrafía que uso cuando estoy copiando o cuando estoy bastante seguro de lo que estoy escribiendo. Mi otra caligrafía corresponde a un estado mental menos seguro y es muy pequeña: las o son como puntos. Es muy difícil descifrarla, incluso para mí mismo.
Mis páginas están siempre cubiertas de tachaduras y revisiones. En una época hacía una cantidad de versiones manuscritas. Ahora, después de la primera versión, manuscrita y llena de tachaduras y agregados, empiezo a mecanografiar, descifrándola sobre la marcha. Cuando finalmente releo la versión mecanografiada, descubro un texto absolutamente distinto, al que con frecuencia vuelvo a revisar. Después hago más correcciones. En cada página intento primero hacer las correcciones a máquina, después corrijo un poco más a mano. Con frecuencia la página se vuelve tan ilegible que tengo que volver a mecanografiarla. Envidio a esos escritores que pueden seguir adelante sin corregir.
[…]
En teoría, me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.
[…]
Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir que voy a escribir ese libro. Sólo soy un novelista ocasional. Muchos de mis libros se forman a partir de la reunión de textos breves, relatos; o si no son libros que tienen una estructura general pero que están compuestos por diversos textos. Para mí es muy importante construir un libro alrededor de una idea. Demoro mucho tiempo en la construcción de un libro, haciendo bosquejos que finalmente resultan no tener ninguna utilidad para mí. Los tiro. Lo que determina el libro es la escritura, el material que está verdaderamente sobre la página.
Soy muy lento para arrancar. Si tengo una idea para una novela, encuentro todos los pretextos concebibles para no trabajar en ella. Si estoy abocado a un libro de relatos o de textos breves, me lleva un tiempo empezar cada uno de ellos. Hasta en el caso de los artículos soy lento para empezar. Hasta con los artículos para los periódicos siempre tengo el mismo problema para encaminarlos. Una vez que empecé, puedo ser muy rápido. En otras palabras, escribo rápido, pero tengo largos periodos vacíos. Es un poco como la historia del gran artista chino: el emperador le pidió que dibujara un cangrejo, y el artista respondió: «Necesito diez años, una gran casa y veinte criados». Pasaron los diez años, y el emperador le pidió el dibujo del cangrejo. «Necesito otros dos años», respondió el artista. Después pidió una semana más. Y finalmente tomó su lápiz y dibujó el cangrejo en un momento, con un solo gesto rápido.
[…]
En el pasado, digamos durante los últimos diez años, la arquitectura de mis libros ha ocupado un lugar muy importante, tal vez demasiado importante. Pero sólo cuando siento que he logrado una estructura rigurosa creo tener algo que se sostiene, una obra completa. Por ejemplo, cuando empecé a escribir Las ciudades invisibles sólo tenía una idea vaga de cuál sería la estructura, la arquitectura del libro. Pero después, poco a poco, el diseño cobró tanta importancia que se transformó en el sostén de todo el libro: se convirtió en el argumento de un libro que carecía de argumento. En el caso de El castillo de los destinos cruzados podemos decir lo mismo… que la arquitectura es el libro mismo.
Para entonces yo había llegado a un nivel de obsesión por la estructura que por poco me volví loco. Con respecto a Si una noche de invierno un viajero, podría decirse que no hubiera podido existir sin una estructura muy precisa, muy articulada. Creo que he logrado construirla, y eso me produce una gran satisfacción. Por supuesto, todos estos esfuerzos no tienen nada que ver con el lector. Lo importante es que se disfrute de la lectura del libro, independientemente de todo el trabajo que yo haya puesto en él.
[…]
Mi manera de escribir prosa está bastante próxima a la manera en que un poeta compone un poema. No soy un novelista que escribe novelas largas.
Concentro una idea o una experiencia en un breve texto sintético que se relaciona estrechamente con otros textos para formar una serie. Presto particular atención a las expresiones y a las palabras, tanto con respecto al ritmo como a los sonidos y las imágenes que evocan. Creo, por ejemplo, que Las ciudades invisibles es un libro que ocupa un lugar situado entre la poesía y la novela. Si lo escribiera completamente en verso, sería un tipo de poesía prosaica, narrativa… o tal vez sería poesía lírica, porque la poesía lírica es la que más amo y la que leo en los grandes poetas.
[…]
Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero.
Italo Calvino
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miércoles, 25 de septiembre de 2013

La rama



CUANDO era chico me gustaba jugar a espadas y dragones. Una rama larga y casi recta hacía las veces de espada y el viejo Spike, mi perro, interpretaba al malvado dragón. Con sus grandes ojos tristes de cocker spaniel me miraba correr a su alrededor, incitándolo a pelear, a lo que respondía con unos bostezos enormes que yo tomaba por bocanadas de fuego de las que apenas lograba escapar. Pero si había una parte de nuestras batallas que al viejo Spike le salía bien, era la de hacerse el muerto. Cuando lo tocaba levemente en la cabeza con mi espada, se ponía patas para arriba, sacaba la lengua y se quedaba… dormido. Un día, pese a mis lágrimas, el dragón ya no quiso volver a ser el viejo Spike; y mi papá y yo lo enterramos en el jardín, con la rama hecha trizas a su lado.
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sábado, 21 de septiembre de 2013

Explicación falsa de mis cuentos (Felisberto Hernández)



Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Eso me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.
Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.
Explicación falsa de mis cuentos (1955)
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domingo, 15 de septiembre de 2013

Los afanes de un padre



QUISO DIOS que el mismo día que me ordené sacerdote, un 25 de octubre de hace casi cincuenta años, comenzara también mi afición secreta. Recuerdo a aquel pequeño gorrión desamparado que encontré en la calle y cómo, por misericordia, le torcí el cuello. Incapaz de abandonar su cuerpo para festín de algún gato sarnoso, lo envolví en un pañuelo con la intención de darle cristiana sepultura. Pero impensadamente le extendí las alas y supe, como si fuera una revelación, que debía coleccionarlas. Desde entonces, cada 25 de octubre, sumo un nuevo par de alas a mi repertorio: de un canario, de un zorzal, de un periquito... Párrafo aparte merecerían las peripecias que padecí al desviar, en sendas oportunidades, los fondos de la colecta anual para engalanar mi colección con las alas de un quetzal y un águila calva. O cuando robé del museo de La Plata los restos fósiles de un arqueópterix. Sin embargo, próximo a cumplir mis bodas de oro como coleccionista y sacerdote, prefiero referirme al deseo de coronar mi afición de manera única. Mi amiga y confidente, Sor Lourdes, ha accedido a brindarme su ayuda: desde hace años, los 25 de cada mes, la visita clandestinamente un ángel.
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miércoles, 11 de septiembre de 2013

La materia de las palabras



A partir de los años treinta y hasta la mitad de nuestro siglo se afirmó que la novela no podría superar jamás el gran realismo del siglo XIX. Se nombraba a Proust y a Joyce como los precursores de la crisis definitiva y se vaticinaba la muerte segura de la novela, cuyos contenidos naturales habrían de quedar absorbidos por los procedimientos audiovisuales de comunicación y entretenimiento. Al fin resultaron falsas aquellas profecías: la novela ha mostrado un vigor creciente y ha ofrecido hasta la fecha una diversidad que, sin ceñirse ya a la estricta referencia de la sociedad de la época, como hizo en la segunda mitad del siglo pasado, presenta múltiples perspectivas, según el modo de hacer y las obsesiones de cada autor.
Es fácil comprobar que la novela se ha adaptado a las visiones más variadas, en cuanto a la forma de narrar y a la estructura de los relatos, y que ha dado cabida a toda clase de ficciones sin dificultar ninguna especulación ética, estética o fantástica. Hay aspectos de nuestra cultura y hasta de nuestra experiencia individual que se nutren primordialmente de la verosimilitud de ternas y mitos novelescos.
También la novela de nuestro siglo, recuperando la tradición simbólica de algunos modelos clásicos, muestra su eficacia para sondear en la condición, peripecias y metamorfosis de personajes, estirpes, grupos y hasta pueblos enteros, transmutados mediante lo literario en presencias autosuficientes, que no precisan de referentes vivos para convencer al lector de su verdad, y que tantas veces resultan además parábolas esclarecedoras de la realidad no literaria.
No era la novela lo que estaba en crisis, sino una determinada manera de entenderla. Pero recientes polémicas sobre el papel del novelista en la sociedad parecen apuntar el reverdecimiento de aquellas doctrinas que veían la novela como algo subsidiario de la realidad: un mero reflejo, el espejo a lo largo del camino de la cita famosa; como si de nuevo la novela estuviese obligada a cumplir las funciones de los tiempos en que ella era el medio principal para la transmisión de ideologías y la crítica de costumbres.
Sin embargo, parece que no puede mantenerse un concepto de realidad similar al decimonónico o al acuñado por cierta crítica sociologista para exigir el permanente vicariato y compromiso de la novela con la realidad no novelesca. Elementos tan dispares como las nuevas concepciones cósmicas, la narrativa en imágenes, el psicoanálisis o la simultaneidad de los sucesos más lejanos con su general difusión testifican la crisis del propio concepto de realidad, que no es nunca unívoca ni está perfilada con absoluta diafanidad.
Actualmente es preciso convenir que la realidad está configurada también por la novela; que la realidad se compone, por una parte, de hechos, relaciones y normas, pero que, por otra, incluye lo imaginario, y que es patrimonio de la novela, precisamente, lo imaginario construido mediante la pura materia de las palabras. Y del mismo modo que desconocer la importancia del lo imaginario sería amputar y simplificar gravemente lo complejo de nuestra realidad, no aceptar la preponderancia de la novela —y de toda la ficción literaria— dentro de lo imaginario manifestaría un peligroso olvido del ámbito y de la potencia de ese signo, identificador por excelencia de lo humano, que constituye la palabra.
Debería considerarse también que, frente a otros campos en que lo imaginario se ofrece de modo compulsivo, creando seres, paraísos o terrores capaces de angustiar y violentar al hombre, emplazando el cumplimiento de su destino más allá de la muerte, la novela representa lo imaginario no compulsivo, acomodado siempre a nuestra medida; por eso asumimos la posible seducción de su lectura como algo, plenamente integrado en la vida cotidiana, sin perjuicio de los elementos oscuros e inefables que a su través podemos conocer o intuir. De ahí que las novelas, en el ejercicio de su función liberadora, tengan capacidades que desbordan su indiscutible virtud como remedio de soledades.
Libertad
Por su afirmación en lo imaginario, pertenecen las novelas a las zonas más libres de la conciencia, y se marcan allí con señales susceptibles de reconciliar a los hombres con sus sueños y permitirles sospechar que, del mismo modo que la realidad imaginaria puede moldearse, podría también ser moldeada la realidad vigil, integrada cada vez en mayor medida por aspectos problemáticos en que juegan fuerzas capaces de arrollarnos a todos.
Y, sin embargo, mientras se asume —aunque amargamente— la tiranía de los gigantescos engranajes de esa otra parte de la realidad en lugar de reivindicar el desarrollo urgente de lo imaginario, se sospecha de ello, se pretende constreñirlo y acotarlo. Pues no significaría otra cosa volver a prescribir para la novela funciones instrumentales concretas respecto de la realidad no novelesca. Sin olvidar que la novela, en su utilización institucional, no pasa de ser simplemente un medio para la enseñanza de la lengua, con frecuencia aplicado en meros procesos de autopsia.
Frente a las exigencias de compromiso de la novela con la realidad no novelesca habría que demandar compromiso de la realidad no novelesca con lo imaginario, y muy en especial con la novela. Esto debe suponer la plena libertad de los narradores para que transformen sus obsesiones en novelas, pero también llevaría consigo la decidida implantación de lo imaginario novelesco en la formación de los ciudadanos, concediendo un papel muy relevante al embeleso de su lectura.
José María Merino
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