jueves, 29 de septiembre de 2011

Erizo



EN LAS NOCHES de luna llena el cuerpo de Ileana se cubre de plumas de colores. Ariel le manifiesta que luce tan hermosa como un ave del paraíso o un quetzal. Ella le agradece, y luego se encierra en el dormitorio a llorar. Sabe que miente, que rechaza su imagen, que tapa las superficies reflectantes, que le niega el cobijo de sus brazos cuando más lo necesita.
Pero una noche Ileana ya no resiste el desamparo.
―¡Me abrazás o me mato! ―dice con un cuchillo sobre su vientre.
Ariel le conoce ese brillo en la mirada y sabe que habla en serio. Resueltamente camina hacia el armario y descubre el azogue:
―¿Cómo abrazarte si mi cuerpo muda de esta manera?
―Así ―responde Ileana mientras acomoda su levedad de plumas entre los brazos de aquel revoltijo de espinas que sólo se desenmascara ante el espejo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Sobre los signos de puntuación: El testamento













Se cuenta que un señor, por ignorancia o malicia, dejó al morir el siguiente escrito:
«Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco jamás se pagará la cuenta del sastre nunca de ningún modo para los Jesuitas todo lo dicho es mi deseo Facundo».
Cuando se leyó el documento, las personas aludidas se atribuían la preferencia.  Con el fin de resolver las dudas, acordaron que cada uno se llevara el escrito y le colocara la puntuación respectiva.
El sobrino Juan lo presentó de la siguiente forma:
«Dejo mis bienes a mi sobrino Juan, no a mi hermano Luis.  Tampoco, jamás se pagará la cuenta del sastre.  Nunca, de ningún modo para los Jesuitas.  Todo lo dicho es mi deseo. Facundo».
El hermano Luis presentó su reclamo de esta manera:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? ¡No! A mi hermano Luis.  Tampoco, jamás se pagará la cuenta del sastre.  Nunca, de ningún modo para los Jesuitas.  Todo lo dicho es mi deseo. Facundo».
El sastre justificó su derecho como sigue:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis?  Tampoco, jamás. Se pagará la cuenta del sastre.  Nunca, de ningún modo para los Jesuitas.  Todo lo dicho es mi deseo. Facundo».
Los Jesuitas consideraron que el documento debería interpretarse de la siguiente manera:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis?  Tampoco, jamás. ¿Se pagará la cuenta del sastre?  Nunca, de ningún modo.  Para los Jesuitas todo.  Lo dicho es mi deseo. Facundo».
Esta lectura ocasionó grandes escándalos y para poner orden, se acudió a la autoridad.  Ésta consiguió establecer la calma y después de examinar el escrito, dijo en tono severo:
Señores, aquí se está tratando de cometer un fraude; la herencia pertenece al Estado, según las leyes; así lo prueba esta interpretación:
«¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis?  Tampoco.  Jamás se pagará la cuenta del sastre.  Nunca, de ningún modo, para los Jesuitas.  Todo lo dicho es mi deseo. Facundo».
En tal virtud, y no resultando herederos para esta herencia, queda incautada en nombre del Estado, y se da por terminado este asunto.
Nota: el presente texto cuenta con numerosas versiones en la red. Desconozco al autor/a.
Arte: Pierre Auguste Renoir, La lectora, 1890

domingo, 18 de septiembre de 2011

A los pies de mi cama



UN DESCONOCIDO comenzó a sentarse todas las noches a los pies de mi cama. Al principio creí que era un fantasma, pero los menudos restos de tierra que dejaba sobre la colcha, aludían a otro origen... Tardé una semana en juntar valor para hablarle. Como él era tímido, demoró otra en responder. Dijo que no sabía nada de sí mismo ni cómo llegaba cada noche hasta mí, pero que le placía verme dormir. Le dije que tendríamos que buscarle un nombre, y le elegí el de Virgilio, como mi papá. Tanto me acostumbré a su presencia que pronto se me hizo imposible conciliar el sueño sin el velo de su mirada.
Un día, tonta de mí, le comenté a mi mejor amiga lo de Virgilio. Ella se lo dijo a su mamá, y ésta, a la mía. Mamá ignoró los terrones que desmenuzaba en mis manos, y sin peros me llevó al siquiatra. El tipo trató de meterme en la cabeza que sufría de alucinaciones edípicas y no sé qué otras yerbas. Ante su fracaso, apeló a otro método: «Mirá piba, ¿sabés qué? Virgilio, sí existe, pero lo secuestré y lo recluí bajo siete llaves. Así que no vas a verlo nunca más, ¿entendiste?». Estuve semanas sin dormir, ni siquiera los sedantes que el alienista me aplicaba con fruición surtían efecto.
Una noche, mientras lloraba, Virgilio volvió a sentarse a los pies de mi cama.
―Repudio la violencia pero temía por vos ―dijo, y descubrí sus manos manchadas de sangre.

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miércoles, 14 de septiembre de 2011

«Otro final» se hace corsario



Todo autor tiene textos emblemáticos, en mi caso creo que Otro final (microrrelato ya de los viejitos, y que ganara en su momento un primer premio en Minificciones) entra en ese rango. Hoy, desempolvado, el susodicho vuelve a esta bitácora desde las páginas de la revista cultural El Corso Nº 20, donde han tenido la gentileza de publicarlo, cabe decirlo, excelentemente ilustrado. La invitación a leerlo o releerlo, según cuadre, queda hecha.

Clic sobre la imagen para ver a pantalla completa.
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domingo, 11 de septiembre de 2011

12 notas...


...del «Cuaderno de Notas», de Anton Chéjov
Ahora la gente se vuela la tapa de los sesos porque está harta de la vida o por razones semejantes; en otra época, por haber malgastado dinero del erario público.
Sírvame una porción de gran maestro de la calumnia y la maledicencia con puré de manzanas, por favor. El camarero, que no comprendía, molesto con su propia falta de perspicacia, hubiera querido responder algo, pero Pochakín le echó una mirada severa y le dijo: ¡Fuera! Poco más tarde el camarero trajo lengua con puré: había comprendido.
Extracto del Diario de un perro viejo: “Los humanos no comen los huesos que la cocinera hizo hervir para la sopa, ni beben el agua en que los hirvió. ¡Qué idiotas!”.
Es necesario educar a una mujer de modo que sepa reconocer sus errores; de otro modo, siempre creerá tener razón.
Si alguien elije una ocupación que le es ajena, el arte por ejemplo, se vuelve infaltablemente un funcionario. ¡Cuántos funcionarios en la ciencia, el teatro y la pintura! A aquel a quien la vida le es ajena; a aquel que no está dotado para la vida, no le queda más remedio que volverse un funcionario.
Tiene dos esposas: una en Petersburgo, la otra en Kerch. Y, todo el tiempo, escándalos, amenazas, telegramas. Llega al borde del suicidio. Pero termina por encontrar una solución: vive con sus dos mujeres juntas. Las dos están estupefactas, como petrificadas: pero es así como se callan, se vuelven inesperadamente silenciosas.
Un hombre, a quien la rueda de un vagón arrancó una pierna, se inquieta porque en la bota de la pierna perdida había 21 rublos.
“…Esa mujer… Me casé a los veinte años, no he tomado un solo trago de vodka en toda mi vida, no he fumado un solo cigarrillo…” Y sin embargo… Después que hubo pecado todos lo amaron más aún y le tuvieron más confianza. Y, caminando por la calle, comenzó a darse cuenta de que la gente era más tierna y gentil con él, sólo porque era un pecador.
Hay escritores cuyas obras, consideradas por separado, nos parecen brillantes, pero en conjunto apenas si nos impresionan. Por el contrario, en otros casos, un solo libro no nos sugiere nada en particular, pero el conjunto de las obras nos parece límpido y brillante.
Una señorita coqueta, entre risas: “Todo el mundo me tiene miedo... los hombres, el viento... Ah, qué importa... ¡No me casaré jamás!” Su hogar es una desgracia, su padre es alcohólico. Si la gente pudiera ver cómo trabaja con su madre, cómo ella misma se esfuerza por esconder a su padre, todos le profesarían un respeto profundo... Pero también se asombrarían de que le dé tanta vergüenza su pobreza, su trabajo, y que no se avergüence de las tonterías que dice.
Más vale morir a manos de un imbécil, que recibir de él un solo halago.
Comenzó una relación con una mujer de 45 años y a escribir historias de horror, casi al mismo tiempo.

Arte: Félix Vallotton, La liseuse, 1922
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jueves, 1 de septiembre de 2011

Quimeras


NO SÉ QUÉ ME PASÓ por la cabeza pero al notar a mi prometida tan temerosa ante aquella quimera de granito, le referí una historia apócrifa según la cual estos seres tendrían la costumbre de petrificarse a fin de dormir por siglos.
Sentí como su mano se estrechó con fuerza a la mía. Me entusiasmé.
―Sólo pueden ser despertados por una mujer de corazón valiente mediante tres golpes en la nariz ―dije, y agregué entre risitas―: ¡No es tu caso!
Sentí como su mano se desenlazó con brusquedad.
Al instante se plantó frente a la estatua, le aplicó los tres golpes y giró hacia mí con la mirada encendida.
―Viste... ―fue lo único comprensible que alcancé a escucharle, lo demás fueron gritos.
Luego la quimera, ahíta, volvió a petrificarse, no sin antes regurgitar nuestro anillo de compromiso.
«Gracias a Dios ―pensé mientras lo recogía― que no lo hice grabar».

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