viernes, 28 de junio de 2013

De simbiosis



Hay entre muchos relatos mínimos una fuerte tendencia a vivir de las energías y de la memoria del lector. Esos microrrelatos cobran la figura de una ficción, y el lector pone casi toda la sustancia. En el proceso de lectura, el minicuento segrega su peculiar fluido hipnótico, de manera que tal vez el lector está leyendo algo ya conocido que, bajo la forma de tal minificción, tiene sabor de primera lectura.
José María Merino
De La glorieta de los fugitivos (Segunda parte: La glorieta miniatura)
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sábado, 22 de junio de 2013

Aliento final



CAE EL SOL. Las bisagras del enrejado se quejan con voz de sombra. Abraham lleva la mente en blanco; sabe que sólo está cumpliendo con su deber pero hay en el mismo un dolor de hijo que lo flagela. Con pequeños pasos atraviesa el largo pasillo hasta el recinto donde él yace. A poco desliza la tapa del féretro y apoya la estaca sobre el pecho inerme. Le tiemblan las manos al observar aquel rostro macilento y adusto. De repente Stoker abre los ojos, aferra la estaca y le espeta:
—Esta es la razón última de tu existencia, mi querido Van Helsing.
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sábado, 15 de junio de 2013

El verbo leer



El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ʻel modo imperativoʼ. Yo siempre les aconsejé a mis estudiantes que si un libro los aburre lo dejen; que no lo lean porque es famoso, que no lean un libro porque es moderno, que no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz.
Jorge Luis Borges
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martes, 4 de junio de 2013

Suzie



LOS GATOS de Kaeronel son invisibles a los ojos de los perros. Resulta impagable ver cómo le toman el pelo a los más terribles e inicuos canes. Por eso, cuando concluyó mi trabajo en Kaeronel, y pese a la prohibición de sacar a los gatos del país, no pude renunciar a Suzie. Ignoraba que su invisibilidad se invierte fuera de Kaeronel; es decir, con el tiempo se vuelven invisibles a los ojos humanos y visibles a los de los perros. Día tras día, contemplé amargamente como Suzie ganaba esa trasparencia que uno supone sólo propia de los fantasmas. El día que finalmente desapareció, me recuerdo, frente al espejo, acariciando el fingido aire entre mis brazos. Para colmo con la invisibilidad vino el cambio de carácter. De silenciosa como un ángel pasó a alborotadora profesional. Conciliar el sueño se volvió una hazaña. Una noche, extrañado de no oírla, salí en su búsqueda. Hallé a un perro gruñéndole al vacío. Luego sobrevino un maullido, unas dentelladas, el silencio. Y, tras la oscuridad de un hilo de sangre, el regalo de verme por última vez en sus ojos.
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