jueves, 26 de octubre de 2017

Patitos



EL PATITO era de goma, estaba sucio y tenía los ojos despintados. Sin saber por qué lo recogió del montón de basura y se lo llevó a su casa. Y lo lavó y le pintó los ojos. Al otro día, al sonar el despertador, sintió como unas manos lo agarraban del cuello, lo conducían fuera de la casa y lo dejaban quién sabe dónde. Se sentía sucio y no podía ver. Entonces quiso pedir ayuda, pero lo único que consiguió articular fue un triste y solitario «¡Cuac!».
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miércoles, 11 de octubre de 2017

Nocturno



CUANDO se largó a llover, buscó algún reparo; pero las casas, pegadas hombro con hombro, carecían de cualquier gesto amable. Entonces descubrió que había un paraguas en medio de la calle. De tres zancadas llegó hasta él, lo abrió y volvió sobre sus pasos. Era un buen paraguas, como los de antes, con asta y mango de madera. Agradeció su suerte y caminó sin apuro. Poco le importaba que ahora lloviera a cántaros: bajo aquel paraguas la lluvia le parecía una cosa lejana, que sucedía en otra parte. Al cabo de unas cuadras notó que un hombre caminaba a la par de él, pero en la vereda de enfrente, y que no llevaba paraguas. Apretó el paso, y el otro hizo lo mismo. Aminoró la marcha, y el otro volvió a imitarlo. Bufando, se detuvo y se acercó al cordón de la vereda. El otro también se acercó. Y de repente se sintió intimidado por aquella mirada aviesa y sin fondo. Aun así, se cargó de valor.
—¿Qué quiere? —le dijo.
—No se trata de lo que yo quiera, sino de lo que usted me va a tener que pedir —le respondió el otro, y desapareció al amparo de un relámpago.
Poco después, al llegar a su casa, el hombre intentó, primero, cerrar el paraguas, y luego, como no lo conseguía, dejarlo en la calle. Mas ahora el mango era una mano que oprimía con creciente fuerza a la suya. Azorado, apartó la vista, y volvió a ver al otro, en la vereda de enfrente, jugando con un bisturí entre los dedos de su única mano.
Entonces, dejó de llover.
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