MAMÁ
dice que tengo pájaros en la cabeza, pero no es cierto. Tengo patitos; patitos
de goma que juegan conmigo en la bañera, en los charcos o en el lavamanos.
Creía que nadie más que yo podía verlos, hasta que, el otro día, Esteban metió
la mano en mi cabeza y me sacó a uno de ellos. Dejé que jugara con él y, cuando
le pedí que me lo devolviera, se negó. Entonces le dije a mamá que me daba
miedo que a Esteban se le echara a volar mi patito. Ella cerró la notebook, y le ordenó, a la vez que le
guiñaba un ojo:
—¡Regresale
a tu hermana el patito!
Y
al contrario de lo que yo esperaba, él ni siquiera protestó. Pero de repente,
mamá, bajo la influencia de su condición de escritora realista, me dijo:
—Cariño,
¿entendés que lo de pajaritos en la cabeza…
—¡Patitos,
yo tengo patitos!
—…
bueno, patitos, es sólo una metáfora?... Amén de que si fueran de goma, ¡no
podrían estar vivos!
—Sí,
mamá —le respondí, apretando las manos, mientras Esteban se jactaba del huevo
que había puesto mi patito.
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