jueves, 28 de junio de 2012

Decir y mostrar



Para Enrique Anderson Imbert, una de las claves del oficio del cuentista es comprender que existen básicamente “dos modos” de narrar: decir y mostrar, y que a estos dos modos corresponden dos tipos de relato: el resumen y la escena. “Un narrador, cualquiera sea el punto de vista que haya adoptado, puede decirnos que algo ha ocurrido o puede mostrárnoslo como si estuviera ocurriendo. Son dos grados de visibilidad. El cuento dicho nos informa indirectamente sobre una acción. El cuento mostrado presenta la acción directamente. El primero es una versión personal del narrador. El segundo es el espectáculo ofrecido por los personajes. En el primero la acción se repliega en la mente del narrador. En el segundo la acción se despliega a la vista del lector. En el primero el narrador explica los acontecimientos: nos da resúmenes, sumarios, sinopsis, síntesis, crónicas, comentarios. En el segundo el narrador rinde con vivacidad los acontecimientos: nos da escenas con gestos, diálogos, detalles. Se nos dice de lejos, se nos muestra de cerca”.
de Leopoldo Brizuela
Foto © Nina Leen, Cat peering into glass, 1963
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jueves, 21 de junio de 2012

Tradiciones



TOMÁBAMOS el té en la playa cuando mi señora dijo que había una caracola en el bolsillo izquierdo de mi saco y que allí dentro vivía una mujercita con la que sería feliz. Aquello me pareció tan absurdo que me quedé en silencio. No obstante ella se puso de pie, me dio un beso de despedida y se dirigió mansamente hacia el mar, donde la esperaba un octópodo gigante. Como buen caballero, iba a rescatarla en cuanto terminara mi taza, pero al contemplar a la linda y diminuta pelirroja, recordé que nunca hasta entonces había contradicho a mi esposa, por lo cual preferí —en defensa de nuestras costumbres— evitar el precedente.

domingo, 17 de junio de 2012

Decálogo del imperfecto cuentista, de Félix J. Palma



Como todo cuentista que se precie termina componiendo un decálogo, aquí os dejo el mío, que acabo de pergeñar sin el menor ánimo pontificador, tan sólo con el propósito de exponer de forma divertida el puñado de intuiciones que me guía cada vez que abordo un relato. Pese a vuestras discrepancias, espero que os resulte al menos entretenido. Y recordad que también se puede escribir un buen cuento infringiendo cualquier decálogo, especialmente este.
1) La importancia de la segunda frase. Suele decirse que las dos frases más importantes del relato son la primera y la última. La primera porque, aparte de incitar a la lectura, en ella debe hallarse embotellado el cuento, y la última porque debe volver coherente lo anteriormente expuesto. Pero yo quisiera aprovechar para revindicar el valor de la segunda frase, a la que no se le da importancia pero que en mi opinión es clave, pues establece la manera en la que va a contarse la historia. En la segunda frase está contenido el ritmo de la narración, el tono del narrador y su forma de tratar la historia que va a contarnos.
2) La importancia del perro. Este punto hace referencia a la economía de elementos que debe caracterizar a todo relato que se precie. Si el protagonista, en un determinado momento de la narración, se desentiende de la acción para comprar un perro, ese perro debe salvarle la vida para ganarse su inclusión en el relato. Por esa misma regla, el árbol genealógico del protagonista será más o menos frondoso en relación con el argumento. El personaje tendrá hermanos, madre, esposa, ex esposa, sobrinos, o abuelos solo si estos le ayudan a sostener la cruz de la trama. Ninguno puede presentarse a cenar con las manos vacías.
3) El tamaño no importa. De los variados elementos que caracterizan el relato, el menos determinante es su extensión. Un relato debe tener la extensión que necesite, y será relato siempre que tenga osamenta de relato. Si carece de digresiones, subtramas, anécdotas y demás adornos de la novela, será relato aunque tenga 200 páginas, y si carece de las características del microrrelato, es decir, si continua manteniendo su patrón diáfano de presentación, nudo y desenlace, no será un microrrelato aunque tenga una sola línea.
4) La amenaza del espacio exterior. Un relato debe terminar en sorpresa, no porque sea obligado, sino porque todo cuento debe contar una historia, y toda historia debe estar alumbrada por una mudanza narrativa o conflicto. El relato sorprende con el material que nos ha sido dosificado en las páginas que lo componen: la sorpresa nunca debe venir del espacio exterior, ser ajena al relato, debe estar oculta en él como un polizón.
5) La importancia del final. Un cuento puede tener muchos principios, pero un solo final. Si uno no tiene un final, no debería escribir un relato a menos que sea Hipólito G. Navarro o un genio.
6) El cuidado de la poda. Un cuento no estará terminado hasta que en la corrección no podamos quitarle nada más. Por otro lado, una poda excesiva puede malograr el relato al robarle parte de sus virtudes.
7) La importancia del silencio. Por mucho que los personajes hablen, un cuento solo debe tener diálogos si es imprescindible.
8) La importancia de la mentira. Escribir un relato consiste en engañar, mentir, despistar al lector. En hacerle mirar para otro lado mientras le robamos la cartera.
9) La importancia de saber convertirse en otro. Uno debe pensárselo muy bien al dar por terminado un relato, porque una vez acabado el cuento debe expresar todo lo que ha querido decir su autor mientras este guarda silencio. Si alguien tiene que explicar un chiste es que lo ha contado mal. Todo autor, en fin, debe metamorfosearse en lector antes de dar por válido un cuento.
10) La escasa importancia del decálogo. El que un escritor pueda redactar un buen decálogo no implica que pueda escribir un buen cuento, y viceversa.
Félix J. Palma

Tras la publicación en la web del autor del presente decálogo se desató, entre varios reconocidos escritores, un intercambio de opiniones en torno a lo expresado en el punto 7. Dado lo interesante del debate me he tomado la libertad de transcribir parte del mismo.
[...]
Juan Carlos Márquez: Yo no estoy de acuerdo con algunos puntos del decálogo, pero para eso están los decálogos: para no estar de acuerdo. Eso sí, a mí no me la das, Félix: tú sabes que hay por ahí muy buenos cuentos dialogados.
Miguel Ángel Zapata: El punto 7 del decálogo, esencial. Creía ser el único que defendía tal tesis. Odio hacer pasar la intensidad de un cuento por un fragmento de novela o un partido de frontón entre dos personajes a los que ya no hay quien les pare la lengua. Además, es ya una cuestión de educación primordial: cuando el autor está escribiendo un cuento, es intolerable que los personajes se pongan a hablar, así, como si no existiera tal autor o tal acto de escritura, ignorándolo, menospreciando su arte. Sólo propongo la salvedad de que el cuento se construya íntegramente mediante la técnica del diálogo, sin estilo indirecto o cesión externa del protagonismo a unos y otros parlantes, sólo conversación, y que ésta sea escueta y contenga varios mundos dentro. Esto nos lleva a la cuestión de las voces y el estilo: ¿nos imponemos a lo creado o dejamos que éste (personajes, trama, tono) imponga sus condiciones? Yo abogo por saber (siempre, siempre) que ese cuento es de Cortázar y de ningún otro, independientemente de que hable de fotógrafos fagocitados por su cámara o cronopios. Estilo definido y trabajado, no mímesis con el entorno.
Félix J. Palma: Iba a contestarte, Juan Carlos, pero veo que Miguel Ángel se me ha adelantado, desarrollando magistralmente el punto 7. Es justamente lo que opino: el diálogo, en la mayoría de los cuentos, suele ser prescindible, fácilmente sustituible por una descripción del narrador de la conversación de turno. Sólo tolero, como lector y autor, salpicarlo de alguna frase recurrente, lapidaria o con cualquier otra función dentro de la trama del relato, y siempre que sea preferible a entrecomillarla. El cuento dialogado de principio a fin es otra cosa. Nunca he escrito uno así, ni siento el menor interés en hacerlo, no sé por qué. Supongo que sentiría que estoy haciendo trampas, tirando por lo fácil. Y sí, Miguel Ángel, el estilo es el hombre y el perfume de la prosa. Aunque a veces un estilo demasiado personal supone un hándicap a la hora de abordar ciertas historias.
Juan Carlos Márquez: "Haciendo trampas", "Tirando por lo fácil". Prueba, prueba, Félix. Creo que no nos vamos a poner nunca de acuerdo en este punto. Ni falta que hace. 
Félix J. Palma: ¿Y escribir una historia sin descripciones, sin reflexiones, sin poder ser yo más que a través del diálogo? No sé, Juan Carlos, creo que cualquier historia que se cuente usando únicamente el diálogo ha de empobrecerse inevitablemente. Otra cosa sería que la única forma de contarla fuera ésa..., pero, ¿existe una historia así?
Juan Carlos Márquez: No sé si existe o no, al menos no sé si existe cumpliendo todas esas normas, pero si no existe alguien tendrá que escribirla.
[...]

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jueves, 7 de junio de 2012

Apetitos



TRAS entregarle sus pertenencias, le pidió al bandido que por nada del mundo se mirase en el espejo de oro que contenía aquel estuche.
Unas palabras extraviaron a las otras y el salteador, un instante después, exclamó:
—¡Qué demonios! ¡Este espejo ni reflej...!
—Eso se debe a que en lugar de mostrar lo que ve, se lo devora —dijo el hechicero antes de recogerlo cautelosamente del piso por uno de sus lados.

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