miércoles, 26 de octubre de 2011

Incertidumbre



LLUEVE dentro de la habitación. Fina y persistentemente. A ratos el techo se inquieta y caen goterones como puños, relampaguea y truena.
Benjamín, sentado en una silla destartalada, parece dormido. Cuando el agua le llega a los hombros, abre los ojos, se pone de pie y se dirige hacia la puerta. Mientras la atraviesa cansinamente, murmura “La alcoba principal, dos cuartos de huéspedes, el salón de juegos, un baño y ahora la biblioteca”.
Mira hacia un lado y otro de la sala y se acomoda en un sillón de cojines empolvados junto a la chimenea. El espacio mansamente comienza a oscurecer.
Benjamín sonríe, cierra los ojos y, aunque trata de no pensar en nada, lo asedia una vez más la incertidumbre: ¿pueden los fantasmas ahogarse?


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lunes, 24 de octubre de 2011

La muerte de la trama



«La novela es más cómoda para el lector. Hablamos de una novela normal, con una trama fácil de seguir. Porque la novela te lo cuenta todo, te da todos los datos. El cuento, al dejarse muchas cosas fuera, precisa de un lector que le preste más atención. Necesita un lector avisado y acostumbrado a ese ritmo. Es más como el lector de poesía. Creo que tiene razón José María Merino que hablaba en un libro de la muerte de la trama. Al lector le cuesta trabajo que una trama comience y termine cada cinco páginas. En un libro de relatos cuando te has hecho a una trama termina y empieza otra y eso necesita un lector diferente. Que sepa leer mejor. La prueba está en que yo no veo a nadie leyendo microrrelatos en el metro. Al contrario la gente lee unos tochos...».
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miércoles, 19 de octubre de 2011

Montería



TRAS SOLTAR A LOS PERROS, el baqueano me informa sobre la liebre flautista. Dice que su música encanta a los cazadores. «Nadie que la haya escuchado ha vuelto a la civilización», sentencia, y, mientras advierto lo singular de sus orejas, saca una flauta.
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miércoles, 12 de octubre de 2011

El reparador



HACÍA un rato largo que la esperaba. Aún no me creía que semejante beldad hubiese aceptado mi invitación, cuando una joven delgada como un espárrago, ojerosa y con un pucho entre los labios, se sentó frente a mí. Llevaba el vestido rojo y el clavel blanco prometidos.
―Se me hizo tarde, nene. ¿Hay drama?
Sólo atisbé a negar con la cabeza. Deduje que la mujer de mis sueños me había engañado. ¿O estaría en algún rincón del local riéndose a mis costillas? La busqué con la mirada.
―¿Pasa algo? ―dijo el espárrago, perdón, la muchacha, tras enterrarme en una bocanada de humo.
―No, no pasa nada ―respondí, y entregado a las circunstancias, agregué―: ¿Ordenamos?
La velada aconteció exigua en palabras, porque la joven tenía sus mandíbulas obscenamente dispuestas a terminar con su delgadez aquella misma noche. No pude probar bocado.
Cuando ella iba por su quinta porción de torta de chocolate con frutillas, un hombre singular ―no sabría decir por qué― se le acercó y le pidió que lo acompañase. A poco descubrí que el mismo tipo le señalaba a la que era mi cita original, la mesa en que me hallaba.
En medio de una animosa conversación, el susodicho, como un mozo más, nos trajo una botella de champaña “cortesía de la casa”.
Desbordado, me excusé un instante con la dama, y fui tras él.
―Los sueños, sueños son ―dijo, y guiñándome un ojo, acotó―: Pero para su fortuna, cuando se estropean, aún persiste gente como yo.
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lunes, 10 de octubre de 2011

La bruja Endunda, narración oral

El cuento nació en los albores de la humanidad cuando todavía no se había inventado la escritura. Nació por tanto para ser narrado oralmente, casi con seguridad con los escuchas sentados alrededor del fuego que protegía, daba calor y acunaba palabras, pesadillas y sueños. Con los siglos se forjarían las grandes tradiciones cuentísticas, las cosmogonías, las leyendas.
En lo personal no conozco a nadie que le niegue a sus oídos una buena historia, y, menos que menos, si el contador exhibe cierto arte. Algo habíamos hablado en El elefante sobre el valor de contar. En este punto se hace imposible no mencionar a Laiseca como un maestro de la narración oral de terror.
Todo lo anterior me sirve como pretexto para acercarles a una cuentacuentos para niños, y no tanto― que me ha encantado por la vivacidad de su interpretación. Que la cosa, además, venga de brujas y gatos, también suma lo suyo. Con ustedes, Beatriz Montero y La bruja Endunda
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