viernes, 31 de mayo de 2013

La primera sabiduría



La ficción fue la primera sabiduría de la humanidad. Cuando la realidad exterior parecía sólo un conjunto de adversidades incomprensibles, hostiles, violentas, la ficción ayudó a entenderla: el sol es una brasa que un mano inocente lanzó una vez al cielo, el viento nos trae la voz de los muertos, la lluvia derrama de repente sobre nosotros las lágrimas perdidas, en los sueños nos habla lo que deseamos o lo que tememos. La ficción fue la primera forma comprensible de la realidad.
 José María Merino
Del libro La glorieta de los fugitivos
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martes, 21 de mayo de 2013

Pragmatismo



ACABA DE SALIR al mercado la androide BTX 500. Menuda, curvilínea y pelirroja. La definen como una apasionada al fútbol que puede recitar con tajante certeza la alineación de cualquier equipo por modesto que sea. Además, sabe preparar desde sushi hasta ravioles caseros, pasando por el cebiche, el asado en cruz o la fabada. Cuesta sólo 22800 créditos, pagaderos en 36 cuotas sin intereses. Pero lo mejor de todo es que viene programada con una subrutina para dormirse inmediatamente después de hacer el amor.
¿Lo puede creer, doctor? Yo, sí. Le aseguro que no se trata de publicidad engañosa, me lo confirmaron ayer un par de amigos. Por eso, le pido que dejemos de lado mis problemas de comunicación con las mujeres para centrarnos, decidida y únicamente, en mi fobia a la tecnología.
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martes, 14 de mayo de 2013

De antología

Cuentos largos
¡Cuentos largos! ¡Tan largos! ¡De una página! ¡Ay, el día en que los hombres sepamos todos agrandar una chispa hasta el sol que un hombre les dé concentrado en una chispa; el día en que nos demos cuenta de que nada tiene tamaño, y que, por lo tanto, basta lo suficiente; el día en que comprendamos que nada vale por sus dimensiones —y así acaba el ridículo que vio Micromega y que yo veo cada día—; y que un libro puede reducirse a la mano de una hormiga porque puede amplificarlo la idea y hacerlo el universo!
Juan Ramón Jiménez
Si bien la minificción moderna nació a principios del siglo veinte, los primeros en llamar la atención sobre el género, y de alguna manera darle entidad, fueron Borges y Bioy al publicar, en 1953, su ya mítica antología Cuentos breves y extraordinarios. Luego Edmundo Valadés nos regalaría en 1970 su propio compendio: El libro de la imaginación. Un par de décadas más tarde, en 1990, Antonio Fernández Ferrer, con su La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas, le daría finalmente cabida al género en España. Desde entonces se han editado un sinnúmero de antologías dedicadas al microrrelato, atendiendo a los más diversos criterios de selección, pero casi siempre apoyadas en «autores consagrados» y con cierto afán historicista (salvo en el caso de las antologías devenidas de concursos —que revisten otro carácter, como el de la Microbiblioteca). Sin embargo, y creo no equivocarme al afirmarlo, hasta el momento no se había realizado una antología que reuniera a aquellos microrrelatistas (o al menos un buen puñado de ellos) que comenzaron a publicar sus minitextos en bitácoras personales a partir de la segunda mitad de la década pasada; dando origen a lo que algunos han definido como «generación blogger». Y nótese que dije «hasta el momento» porque el próximo 18 de mayo se presentará en Madrid De antología. La logia del microrrelato, una propuesta de la Editorial Talentura que le da voz en papel a dicha generación. Desde este punto de vista estamos en presencia de una antología que apuesta por el presente pero, sobre todo, por el futuro.
La edición, que estuvo a cargo de Rosana Alonso y Manu Espada, reúne a 69 microrrelatistas —muchos de ellos amigos del Elefante—, entre los que se halla, inexplicablemente, un servidor. Cabe acotar que todo lo referente al libro, como el listado de los autores, minisemblanzas y noticias varias, puede consultarse en «De antología», la bitácora que Talentura ha dispuesto para tal fin. Allí, entre otras 68, además podrán echarle un ojo a mi peculiar biografía.
Y como no podía ser de otra manera, la antología cuenta, por amabilidad de José Luis García, con un interesante booktrailer:


Por último decir que, previamente a la presentación de De antología, la excelente escritora Susana Camps, también de mano de Talentura, hará lo propio con su Viaje imaginario al Archipiélago de las Extinta. Una verdadera fiesta del microrrelato por partida doble.
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viernes, 10 de mayo de 2013

El cuento fantástico, por Ángel Olgoso



Suele decirse que en toda realidad hay algo más de lo que llamamos realidad. Suele decirse que lo fantástico es la intromisión violenta, insólita, de un suceso extraño en el mundo real, la irrupción de lo inadmisible en el seno de la inalterable legalidad cotidiana o, según Cortázar, el momento inesperado en que la puerta que da al zaguán se entorna lentamente para dejarnos ver el prado donde relincha el unicornio. Suele decirse que el autor debe hacer verosímil lo inverosímil, conseguir que la narración vacile entre una explicación natural y otra sobrenatural, sin decidirse por ninguna, creando así la inquietud en el lector. A los que pertenecemos a esa hermandad minoritaria, casi heroica, que cree que sólo lo excepcional es digno de ser contado, nos gusta pensar, además, que la búsqueda de lo insólito, de lo extraordinario, de lo misterioso, de lo irracional, de lo portentoso, de lo que los griegos llamaban tháumata, los romanos mirabilia y Freud Unheimlich, va unida desde la antigüedad a la creación literaria; siendo, de hecho, la matriz misma de la literatura, su molde primigenio, el cuento de los cuentos. En mi opinión, el fantástico es el lugar natural de la escritura, la maravillosa posibilidad quintaesenciada de inventar mundos diversos, alternativos, imposibles, mundos al revés. Pero aunque suscriba las palabras de Walter Scott y prefiera los momentos de delirio, los vagabundeos de la imaginación a todos los tediosos hechos de la existencia, no se trata de un plan de evasión, de una modesta magia contra la opresión de una realidad vulgar, asfixiante o aterradora. No se trata solamente de esto, sino más bien de revelación, de iluminación (como acertó Félix Grande a identificar los cuentos breves con un fogonazo, a cuya luz vemos de pronto y por primera vez un rincón apartado que había permanecido entre sombras), se trata de la facultad de jugar, de agregar algo a la Creación (“enmiendas a los planes de la Creación” llamó Arreola al fantástico), de suplantarla, de reinterpretarla mediante enfoques audaces y saltos impensados, mediante ejercicios libres de la imaginación sin trabas que sitúan al lector sobre la cuerda floja del espacio y el tiempo, impidiéndole una aceptación sumisa de la realidad.
Por otro lado, es cierto que España nunca se ha distinguido por su predisposición a lo fantástico. Hay quien culpa de esta fatalidad al clima con su exceso de sol, a las circunstancias históricas, a la estructura social, a la política educativa, a una atávica visión a ras de tierra, a un inusitado pudor o a todo a la vez. Acerca de este defecto de nacimiento del país, Álvaro Cunqueiro tenía la impresión de que durante demasiado tiempo ha prevalecido entre los escritores españoles un miedo paralizante a abordar lo fantástico, y el lector se ha ido desacostumbrando a que los acontecimientos fabulosos pudieran ocurrir. Esos lectores olvidan que, según Martin Amis, la realidad está sobrevalorada; que, según Lord Dunsany, la existencia es una noche llena de prodigios; y que, según Murakami, todavía nos aguardan grandes extensiones desconocidas y fértiles que esperan que las cultivemos. Intuyo que esa escasez de la tradición fantástica española se debe sobre todo al erróneo, desafortunado juicio que han tenido hasta hace poco de ella los lectores, los editores, los críticos e incluso los mismos escritores. Y vemos que, por lo general, las obras que más se publicitan o que tienen más éxito no son precisamente las que contienen más logros artísticos. Quizá también suceda que la noción de fantástico, al filtrarse paulatinamente a otros géneros según la tendencia actual, ha ido debilitando su radicalidad. Como dice mi amigo y excelente cultivador del género Manuel Moyano, los que intentamos hacer una literatura fantástica seria y de cierta calidad estamos en una especie de tierra de nadie: no gustamos ni a la legión de amantes del realismo ni a los fanáticos de la fantasía más barata.
En mi caso, reconozco que me gusta lo poco común, que me encuentro cómodo con lo extraño, que no me interesa contar ni tampoco sé hacerlo lo que le pasa todos los días a todo el mundo. Pero no cultivo lo fantástico por mero capricho, lo hago irremediablemente porque responde a mi percepción de la realidad. Mi visión de las cosas es extraña y la realidad lo es aún más. Proust decía que el verdadero descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en poseer nuevos ojos. La mía es una literatura de imaginación, de torsión de lo real, con un obsesivo gusto por los contenidos expectantes y vertiginosos, insólitos y perturbadores. El relato fantástico me permite escapar de lo consabido, de lo mostrenco, de lo plano, del repertorio tan limitado que tiene lo que Eça de Queirós llamaba “la impertinente tiranía de la realidad”. La literatura fantástica nos permite innumerables formas de acercamiento al reverso, al envés de lo verdadero, es un mundo infinito de posibilidades, un mundo que se enfrenta al mundo real y, al hacerlo, puede producir una enorme colisión o un simple contraste, pero de ese choque siempre se desprende una lluvia de chispas que ilumina nuestras pobres vidas. Un ejemplo de las diferentes maneras de abordar lo fantástico lo encontramos de nuevo en el añorado Cunqueiro quien pensaba que el hombre precisa, como quien bebe agua, beber sueños; recuerdo que, al responder a supuestas similitudes de su obra con otros autores fantásticos, aclaró en una ocasión que Italo Calvino solía engarzar sus narraciones con algún aspecto didáctico; que Borges intentaba darle un sentido cientifista para que su narración se correspondiera con un orden cuasi matemático; que Perucho hacía surgir su erudición como algo serio, lo cual corta bastante la narración y da la sensación de que tiene miedo de dejarse llevar por lo fantástico de su historia; y que a Bioy Casares le sucedía algo semejante. La mía, sin embargo dice Cunqueiro, parece una pura broma, un divertimento, un contar por contar, y el primer distraído y divertido soy yo.
Ya para terminar, estoy seguro que este libro que hoy presentamos distraerá, divertirá, gustará a los que aborrecen lo banal y lo común; a los que desdeñan los áridos desiertos del realismo, del costumbrismo y del naturalismo; a los que prefieren beber la nutritiva leche de los sueños a comer la áspera hogaza de la vida ordinaria; a los que desean sorber la emoción del misterio y la incertidumbre; a los que desean saciar el inmortal anhelo de oír cuentos, la cosquilleante necesidad de vivir otras vidas, de habitar otras dimensiones, otros territorios perdidos en el ensueño y la lejanía, zonas donde hasta el propio yo puede convertirse en un lugar extraño.
Bienvenidos a la bruma inquietante y magnética de lo inaudito, bienvenidos a la bruma de maravilla del relato fantástico, esa que flota sobre las delgadas fronteras que separan lo real de lo irreal.
Fuente: Culturamas
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lunes, 6 de mayo de 2013

Ocasos



TRAS recorrer la línea costera descubrí que el mejor sitio para levantar una choza era una ensenada al otro lado de la isla. Reuní lo poco que salvé del naufragio y, en parte para ahorrar tiempo, en parte por mi afán exploratorio, escogí acortar camino por su interior.
Desde entonces pasaron varias semanas. La selva se ha vuelto rotunda e impenetrable y, toda vez que pienso en desandar el camino, lo único que hallo al mirar atrás es un desierto que se prolonga hasta donde muere el sol.
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viernes, 3 de mayo de 2013

Quince apuntes en torno al cuento, de Ángel Zapata



1. El cuento debe conmover, herir, maravillar; algo en el cuento debe llamar por su nombre al lector: forzarlo a que despierte.
2. Como los individuos, como las sociedades, un cuento no debe «funcionar», sino existir.
3. Las tramas narrativas no reflejan el modo en que las cosas ocurren «en la realidad», sino las redes que empleamos para apresar lo que ocurre. El cuento indaga precisamente aquello que las tramas convencionales no sabrían captar: es el intento de rodear un resto siempre inaprensible.
4. En la novela la trama es causa. En el relato, mero efecto.
5. El cuento debe parecerse a la vida en esa cualidad que tiene la vida de no parecerse a nada.
6. Es verdad que el avance del cuento debe ir despertando en el lector el deseo de saber, a condición de que el deseo no se vea realizado sino de un modo irónico: a condición de que el cuento desemboque en eso que el lector sabía sin querer.
7. El cuento es una ética de la escritura, y por eso un buen cuento siempre deja algo que desear: le hace un sitio al deseo del Otro.
8. En la novela (o por lo menos en la gran novela clásica, burguesa) la escritura se subordina a la historia, sirve a la historia: las partes trabajan en beneficio de un todo, que les es exterior y heterogéneo. En el cuento la escritura emerge, la producción textual no resulta alienada como producto en el todo de la representación: el trabajo es soberano, y hace su historia.
9. El despliegue del universo novelesco exige la constancia de lo positivo y lo dado; el cuento nace de un rechazo, devuelve el acto de narrar a la pregunta por sus condiciones.
10. El realismo desvía al cuento de su vocación. Al igual que el poema, el cuento no apunta a la realidad, sino a lo real en tanto lo imposible de decir.
11. Dentro del cuento, no se trata tanto de escribir una historia, como de inscribir aquello que la interrumpe.
12. El cuento no debe ayudarnos a soportar la realidad (esta es la exigencia falsamente benévola a la que apelan todos los conformismos), sino a situar en nuestra realidad lo insoportable, y a situarnos frente a ello.
13. En cierto modo, el cuento no es una narración en la que se ha eliminado todo lo insignificante, sino una narración en la que se ha eliminado todo menos lo insignificante, esto es: aquello que aún debía reapropiarse su potencia de significar.
14. La novela clásica tiende a la acumulación (de referencias, de hechos, de sentido); se apuntala sobre el imaginario de la totalidad y la riqueza. El cuento sabe de la castración, de la pobreza de la realidad, y es —como el Eros platónico— hijo de la escasez y del recurso.
15. El rechazo a llegar, la pasión de ir, son distintivos tanto del cuento como del cuentista. El cuento es lo que siempre está en camino. En un cuento, lo único falso o engañoso ha de ser, justamente, su brevedad.
Escribir un cuento (5 propuestas)
Asociación cultural Mucho Cuento
Córdoba, 2008
Fuente: Culturamas
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