lunes, 26 de diciembre de 2016

La muralla



INTENTÓ pasar entre ellos, pero los hombres formaban una auténtica muralla de espaldas alrededor del accidente. Disgustado, se trepó a una de las espaldas, pero el tipo se lo sacudió de encima, como si se tratara de un muñeco. «¡Será mejor que no lo vea!», le previno alguien. La advertencia, lejos de desanimarlo, lo empujó a arremeter contra el baluarte. «¡Váyase!», le ordenó una voz, y otras muchas voces se hicieron eco de la orden. Pero no se amedrentó. Se distanció unos pasos, tomó vuelo y alcanzó a saltar por encima de la multitud. Lamentablemente, el aterrizaje no fue bueno. Se había roto las piernas y el dolor le nublaba la vista. «Creo que voy a desmayarme», dijo, cuando oyó una seguidilla de frases. «¡Será mejor que no lo vea!», «¡Váyase!», «¡Váyase!». De pronto, pareció comprender, y suplicó que dejaran pasar al tipo del otro lado de la muralla. Los hombres se miraron y asintieron con una sonrisita. Una de las espaldas le abrió un hueco justo para verse a sí mismo a punto de saltar. Con paso firme, penetró en el círculo, pero no había nadie dentro. Suspiró. «Pensé que…», comenzaba a decir, pero advirtió cómo el círculo se volvía a cerrar y, aun luego de refregarse los ojos y sacudir la cabeza, pudo comprobar que todos y cada uno de aquellos hombres repetían su rostro.
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lunes, 12 de diciembre de 2016

Sueño de una tarde de otoño



CUANDO empecé a trabajar con mi padre en el bote, conocí a muchos pasajeros extraños, pero ninguno como aquéllos de una tarde de otoño. Primero aparecieron un par de pingüinos que, muy educadamente, solicitaron nuestro servicio. Mi padre aceptó cruzarlos siempre que pudieran pagar el pasaje.
—¿Y por qué no nadan? —quise saber mientras subían.
—¡No molestes a los señores! —me reprendió mi padre.
—Señor y señora —intervino la pingüina—, y tu pregunta, jovencito, no molesta. Lo cierto es que ya estamos grandes para esos menesteres.
—¡Ah! —dije yo, pero no por la respuesta, sino porque apareció de repente un elefante.
—¿Cuánto cuesta el pasaje? —dijo.
—Cien pesos, aunque no creo que el bote aguante —juzgó mi padre.
—¿Tiene seguro? —dijo el elefante.
—No.
—Yo tampoco. —Y su risa sonó como una andanada de artillería. Luego, guiñándome un ojo, agregó—: ¡Perdón! Lo cierto es que soy más liviano que una hoja. —Y acto seguido se subió al bote.
A mitad del río, una fuerte brisa levantó al elefante por los aires, pero, de un salto que casi nos puso a todos a nadar, alcancé a sujetarlo por la trompa.
—¡Gracias, muchas gracias! —repetía él sin cesar, y los pingüinos y yo, para su tranquilidad, completamos el viaje subidos a su lomo.
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jueves, 24 de noviembre de 2016

En una isla cualquiera



CAE la tarde, y Verónica encuentra otra botella en la playa. Dentro, como siempre, hay una carta. Mientras la extrae, anhela que esta vez vaya dirigida a alguna de las demás mujeres pero, al instante, reconoce la letra. Es de su esposo. Le cuenta que se siente solo, y que Carlitos la extraña y pide por ella. Verónica estruja el papel de igual manera que aquellas palabras estrujan algo en su pecho. Mira el horizonte como si fuera ciega, y luego escribe, en la misma hoja, que todavía no es tiempo, que tiene que ayudar a sus compañeras de infortunio, que algún día, pronto, marchará con ellos. Seguidamente, arroja la botella, cargada de mentiras, otra vez al mar. Y se acaricia las seis lunas de su vientre, sin saber si debe dar las gracias o maldecir por aquella noche de amor antes del naufragio.
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El presente texto llegó a las deliberaciones finales del pasado mes de octubre del «Microconcurso: La Microbiblioteca Esteve Paluzie».
Foto © Autor desconocido
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jueves, 10 de noviembre de 2016

Tres hombres y un violonchelo



—¡PAPÁ, hay tres hombres en el living abrazados a un violonchelo! —dice mi hija al irrumpir como un torbellino en la biblioteca.
—Eso no es posible, Alicia, nosotros no tenemos instrumentos musicales —le respondo sin apartar la vista de mi lectura.
—¡Yo que sé!... ¡Lo habrán traído ellos!
Doy vuelta la página y acaricio a Georgie.
—Ya veo; de todos modos, no recuerdo haber invitado a nadie —de repente, alarmado, levanto la vista—. ¿Qué te dije sobre nunca abrir la puerta a extraños?
—¡Yo no le abrí la puerta a nadie, papá! —protesta Alicia con gesto ceñudo—. ¡Pero deberías preguntarles qué desean!
Georgie me mira y se reacomoda perezosamente en mi regazo.
—Dejame que termine este capítulo —le digo enseñándole un volumen respetable de páginas—, y después les pregunto.
Molesta, Alicia gira sobre sí misma y se marcha a grandes zancadas.
—¡Ay, estos niños de hoy! —exclamo, y tras retomar mi lectura, escucho las primeras notas de la Suite nº 1 en sol mayor de Bach.
—Georgie, lo que de verdad me desconcierta no es la música, ya sabemos lo vívida que puede llegar a ser la imaginación de mi hija; sino el hecho de por qué se habrá figurado que eran necesarios tres hombres para tocar un violonchelo.
—Cuestión de compatibilidades, mi estimado; según de qué humor esté el instrumento, lo toca uno o el otro o el otro —dice Georgie, todo sonrisa, antes de desaparecer por completo entre las páginas del libro.
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jueves, 27 de octubre de 2016

Blusas



INÉS se compró una blusa igual a la mía. Dijo que era pura coincidencia y que la iba a estrenar para la fiesta de cumpleaños de nuestra mejor amiga. Pese a que le señalé que esa prenda no se correspondía con su figura alta y distinguida —¡tanto como una jirafa!— ni que combinaba con el color de sus ojos —¡saltones y amarillentos!—, ella no se resignó.
—En vez de los hermanos, vamos a parecer las hermanas corsas —gruñí.
Inés me festejó la ocurrencia con una risita en falsete y me subrayó que las blusas no eran iguales.
—La tuya es verde y la mía es azul. —Y arqueando las cejas, agregó—: ¡Verde!, vos siempre tan ecológica.
—¡Hasta aquí llegamos! —exploté—. ¡Ponete en mi lugar! ¡A mí estas cosas me dan vergüenza! Así que, aunque yo compré antes que vos la blusa, no la voy a usar; ¿sabés por qué?... Porque no voy a ir al cumpleaños.
Inés se puso seria.
—A mí también estas cosas me dan vergüenza, pero no te preocupés; la que no va a ir al cumpleaños soy yo.
Entonces nos miramos largamente sin mover un pelo, hasta que, entre lágrimas, convenimos que unos trapos no iban a interponerse en nuestra amistad. Ninguna de las dos iría al cumpleaños.
Sobra decir que ambas concurrimos a la fiesta con nuestras respectivas blusas. Lo que no sobra decir es que a la cumpleañera la blusa verde azulada que vestía no sólo le quedaba mejor que a nosotras, sino que, además, la coincidencia le provocaba auténtica y malsana alegría.
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Foto © Autor desconocido
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viernes, 14 de octubre de 2016

Las maletas



—LLEVO una mujer dentro de la maleta —dijo el hombre al tomar asiento a mi lado en la estación ferroviaria.
—Y yo llevo en la mía un elefante —le respondí.
—No, en serio —insistió—, llevo una mujer, pero confieso que me hizo gracia lo del elefante.
—La mentira no figura entre mis pasatiempos —le previne secamente.
—¡Disculpe! Sólo que un elefante… por la cuestión del tamaño… usted me entiende, ¿no?
—Mi maleta adapta cualquier cosa a su tamaño —argüí.
El tipo se quedó pensativo.
—¿Y por qué lleva una mujer en su maleta? —quise saber.
—¡Para ahorrar!, pero no se preocupe, esta chica es contorsionista.
—¿Esta chica? Creí que se trataba de su mujer.
—¡Qué va! Sólo somos compañeros del circo —dijo, y atusándose el bigote, agregó—: Si su maleta es como dice, quizá pudiera hacernos un lugar.
—Mire —sonreí—, mejor le pago el boleto.
Los ojos de mi interlocutor brillaron con malicia.
—¡Sabía que bromeaba! —gruñó.
—¡Tanto como usted! —repliqué.
El hombre demudó su cara, se puso de pie y abrió la maleta. Para mi sorpresa, una bella joven salió de la misma. Sin vacilar, le di al tipo el dinero para los pasajes y me quedé conversando con la contorsionista. Había química. Entonces abrí mi maleta, saqué al elefante y la invité a entrar. Cuando el hombre regresó, el elefante le dijo:
—Llevo una pareja de tortolitos dentro de la maleta.
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lunes, 26 de septiembre de 2016

Apego



EL FANTASMA que todas las noches deambula por la cornisa es muy educado. No arrastra cadenas que hagan ruido, ni espía a través de las paredes, ni asusta a la gente buena. Cada tanto recita versos tristes a la luna o entona tangos de los años treinta. También es buen conversador, con él he departido, durante mis frecuentes noches de insomnio, sobre los más variados temas. Lo cierto es que le he tomado cariño. Tanto que hoy, cuando termine su jornada, como de costumbre, saltando al vacío, lo voy a acompañar.
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martes, 6 de septiembre de 2016

La venganza es un plato que se sirve frío



—BUENAS TARDES, soy Javier Brizzi —dijo el tipo apenas abrí la puerta.
—¡Vaya! —sonreí—, yo me llamó igual.
—Sí, pero yo soy el auténtico —repuso el otro, y con paso firme traspasó el umbral.
—¡Oiga! —protesté mientras él se arrellanaba en mi sofá preferido—. Si esto es una especie de broma, es de muy mal…
—Le doy diez minutos para que se marche, caso contrario lo haré sacar por la fuerza pública.
—¿Está usted chiflado? —vociferé—, ¡yo de aquí no me muevo!
A poco un par de policías comprobaban, documento mediante, que el intruso se llamaba Javier Brizzi; yo, en cambio, no podía encontrar mi DNI. Comenzaba a preocuparme cuando llegó mi mujer.
—¡Adriana, haceme el favor de decirles a estos caballeros quién soy yo! —rugimos al unísono ambos Javieres.
La mirada de Adriana se paseó por mi cara y por la del impostor, hasta que, al tomar conciencia de la situación, me sonrió de manera casi imperceptible.
—No sé quién es este señor —dijo, y entregándose a los brazos del otro, agregó—: ¡Pero éste es Javier Brizzi, mi marido!
—Supongo que ella nunca acabó de perdonarme —atiné a murmurar mientras me sacaban de la casa.

lunes, 22 de agosto de 2016

Siempre



DICEN que hay algo malo conmigo. Lo dicen un par de señores de alas enormes y gesto grave. Yo les repito que te extraño como al aire y al agua, y ellos callan y se apartan y conferencian. Y llaman a otro señor y a otro. Finalmente, el más anciano de todos posa ambas manos sobre mi cabeza y sonríe. «¡Olvida, como Dios manda, a quien hayas querido!», dice, y yo, cuando él retira sus manos, sigo preguntando por vos. Una y otra vez. Siempre.
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jueves, 4 de agosto de 2016

Mensajería a primera vista



ERA la quinta vez que pasaba ante la misma ventana cuando vi a aquel hombre.
—Disculpe —le dije—, hace horas que estoy dando vueltas como un perro; ¿podría indicarme la salida?
Me miró fijamente y dijo:
—Es tarde, su autobús ya lo habrá abandonado.
—No lo creo —sonreí—, mi mujer jamás permitiría algo así.
El hombre auscultó el silencio.
—Le aseguro que estamos solos en el castillo.
—¡Qué buen oído! —exclamé sardónicamente—. Y dígame, ¿hace mucho qué trabaja aquí?
—Casi una eternidad.
—¡Con razón esa cara! —le dije mientras manipulaba mi celular—. ¡Uf! —bufé—, supongo que habrá teléfono fijo en esta covacha.
—¿Covacha? ¡Mida sus palabras, caballero!
Se veía que el tipo era sensible.
—Disculpe, ¿pero hay o no hay?
—Yo no preciso de esas cosas.
—¡Qué suerte la mía! Si tan sólo pudiera comunicarme con mi señora… Mire —extraje una foto—; ¿no le da envidia?
—Hombres afortunados ha habido en todas las épocas, pero jamás tan carentes de mérito alguno. —Hizo una pausa sin apartar la vista de la foto—. Si me facilita la dirección dónde se hospedan, podría hacerle saber de su percance.
—¿Sí? ¿Y cómo va a ir? ¿Volando? —le dije mientras le entregaba una tarjeta.
—Como señor de Poenari, ésa es la menor de mis cualidades —dijo inaugurando una sonrisa de inquietantes colmillos, y tras revolotear alrededor de mi cabeza, se perdió anhelante en la noche.
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La presente mini ha sido seleccionada por el escritor Aldo Flores como ganadora de la regata 201 —de junio próximo pasado de la Marina de Ficticia. Según su criterio:
El diálogo en el relato se emparenta con el tiempo real de la vida. La conversación, que el narrador personaje entabla con el nosferatu, invita a que el lector sea partícipe en la ficción, que se apropie de las palabras y de la gesticulación misma que ofrecen las acotaciones. “El autor” hace que la ficción manufacturada en diálogo se viva. “Mensajería a primera vista” es un relato preciso, certero y de notable calidad.

Foto © Jacqueline Hammer, Windows of the Forest
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miércoles, 20 de julio de 2016

Una visita inesperada



MIENTRAS resolvía a disgusto ecuaciones de primer grado, un castillo diminuto se desplazó desde una esquina a otra de mi escritorio. Instintivamente miré hacia la biblioteca. Faltaba un libro. Me puse en pie y el castillo saltó al suelo y se encaminó hacia la puerta. «¡No temas!», le dije, «sólo quiero saber si sos el castillo del mago Howl». Una luz intensa brotó de su interior. «¡Calcifer!», exclamé, y el demonio de fuego que alimenta el hogar y mueve al castillo, volvió a palpitar con fuerza. Entonces le pregunté por Sophie, por Howl, por Michael…; debí de abrumarlo, porque el castillo marchó hasta el libro de Diana Wynne Jones —oculto bajo mi almohada— y se zambulló entre sus páginas.  El splash me empapó la cara de palabras. Angustiado, me apresuré a leer: «En el reino de Ingary, donde existen cosas como las botas de siete leguas y las capas de invisibilidad, ser el mayor de tres hermanos es una desgracia». Parecía que todo estaba en orden, así que cerré el libro y lo coloqué de nuevo en la biblioteca. Durante varias semanas no ocurrió ningún otro incidente. Pero una tarde, al volver de la escuela, faltaban dos libros de mi biblioteca. Uno era, lógicamente, «El castillo ambulante»; del otro no tuve ni idea hasta que, a lomos del mismo, el castillo apareció con una niña a través del espejo.
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martes, 5 de julio de 2016

Como ayer



HACE TRES MESES que su padre murió, y recién ahora ha conseguido reunir fuerzas para volver a la que por casi treinta años también fuera su casa. Tras abrir de par en par las ventanas del living y del comedor, se queda de pie en el umbral de la cocina. Sobre la mesa parece aguardarlo la vetusta radio de su padre. Al arrimarse a ella, le crece el recuerdo de su viejo tomando mate y canturreando los tangos que todas las mañanas escuchaba religiosamente por Radio Splendid; mientras él, apenas un purrete, lo acompañaba tomando la leche. Entonces enciende la radio. Y los acordes de «La cumparsita», el tango preferido de su padre, colman, como ayer, cada rincón de la cocina. Poco importa que el cable de la radio esté desconectado.
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Como ayer, leído por Juan Morán, durante la emisión del programa Wonderland (a partir del minuto 33) del pasado 20 de febrero.


Como ayer, leído por Ana Vidal, durante la emisión del programa número 20 de Soles en el ocaso (a partir del minuto 51) del pasado 16 de marzo.

Gracias a ambos por sus lecturas.
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miércoles, 22 de junio de 2016

La parada



UN TIPO va y viene delante de mi ventana, situación que no sería llamativa si yo no viviera en un décimo piso.  De repente el tipo se detiene, mira hacia adentro y golpea en el cristal. Me hago el distraído, pero su insistencia me derrota.
—¿Ya pasó el ómnibus? —me pregunta.
—Mudaron la parada hace un mes —le respondo como para sacármelo de encima.
—No puede ser, el viernes tomé aquí mismo el de las once y cuarto.
Iba a asegurarle que se habría confundido con la parada del edificio de la otra cuadra, cuando una mujer nos interpela:
—Caballeros, ¿ésta es la parada del 218?
—Sí, señora —le responde el otro, sonriendo.
—¿Ya pasó?
—Mire usted, eso es precisamente lo que le preguntaba al señor.
Los dos me miran como si yo fuera una especie de profeta.
—Creo que… —y me quedo con el «no» en la boca al descubrir que se aproxima el 218.
—¡Adiós y gracias! —me dice sardónicamente el hombre tras subir al ómnibus, en cambio, la mujer no me dice nada. «Mal educada», susurro.
Y cuando me dispongo a cerrar la ventana, una chica punk, dos policías y una monja me preguntan casi al unísono:
—¿Ésta es la parada del 218?
—Sí —les digo, resignadamente—. Pero recién acaba de pasar.
—¡Ay, qué pena! —suspira la monjita—, ya no me dan las piernas ni para estar de pie.
Los policías me miran con gesto ceñudo y no me queda más remedio que sacar una silla a la cornisa.
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lunes, 6 de junio de 2016

El otro bajo la lluvia



LLUEVE. Y un hombre, calvo y de barba, está de pie bajo la lluvia, inmóvil. Nadie más se atreve a esta inclemencia, a estos relámpagos que ciegan y a estos truenos que rompen los nervios. De repente, el hombre bajo la lluvia comienza a inclinarse hacia un lado y hacia otro, según la dirección que tome ésta. Lo observo más detenidamente y descubro que tiene los ojos cerrados. El viento arrecia, crujen las ramas de los árboles, y pareciera que aquel hombre fuera a sumarse al conjunto de hojas que se arremolinan, como peces, dentro del océano que cae. Pero él permanece anclado al suelo. Indemne ante las fuerzas de la naturaleza que se agitan a su alrededor. Me pregunto si estará loco, o si será un valiente. Yo, tan cómodo y tibio en mi quinto piso, y él ahí, calado hasta el alma; con la sola compañía de mi mirada, que no sé por qué no lo puede abandonar… Y lentamente, como sucede con las emociones violentas, la lluvia comienza a amainar. Los relámpagos apagan su fuego y los nervios reposan de los truenos. Y el hombre continúa de pie, incólume. Caen unas últimas gotas y el aire se aquieta como un puño de seda. Y el hombre abre los ojos y desaparece. Inútilmente lo busco por los senderos que se bifurcan. Entonces me paso ambas manos desde la calva hasta la barba; y me descubro mojado, o mejor dicho, empapado hasta el alma. Bajo la persiana y voy por una toalla.
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viernes, 20 de mayo de 2016

Ésa es la cuestión



MI MUJER habla, habla y habla. De su mamá, de la nueva novela mexicana, del novio casi adolescente de la vecina. Cosas que ni me van ni me vienen. A veces me gustaría que la tecla «Mute» del control remoto del televisor sirviese también para ella. De hecho, la he probado en varias ocasiones; pero los milagros no existen. Al menos eso es lo que creía hasta esta noche. Como el viejo control se había roto, compré uno nuevo. El vendedor me aseguró que era universal. ¡Y tenía razón!
A escasos segundos de que comenzara el «superclásico», mi mujer no se dignaba a darme una tregua; entonces le apunté disimuladamente con el flamante control remoto…
¡Qué delicia mirar el partido sin oír su cantinela! Sin embargo, ella, como yo no le respondía ni siquiera con mis habituales monosílabos, se paró delante de la pantalla. Comprendí que me estaba gritando al observar su cara colorada y su enorme boca abierta. Cuando le pedí amablemente que se corriese, se abalanzó sobre el control como una fiera.
Forcejeamos durante unos minutos, hasta que sin querer apreté el botón de apagado y ella se cayó redonda al piso. ¡Por una vez pude ver el partido como Dios manda! Ahora, de cuclillas a su lado, me siento todo un Hamlet: «Encender o no encender a mi mujer, ésa es la cuestión».
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lunes, 9 de mayo de 2016

El vaso de leche



SE HABÍA hecho con el vaso de leche que alguien dejó a medio tomar en la mesa de una cafetería. A poco, acuclillado en la soledad del callejón, vio emerger de la leche un submarino.
Tras refregarse los ojos, el submarino no sólo persistía, sino que, seguidamente, descubrió al capitán y a otros marineros en la vela del mismo. Aquél, provisto de un megáfono, le solicitó detalles sobre el mar donde se encontraban.
Al informarse de lo del vaso de leche, el capitán dijo que por lo menos no habían ido a parar, como la última vez, al suplicio tropical de una sopa. Luego le dio las gracias y ordenó una pronta inmersión.
Él, con el vaso entre ambas manitos, se quedó largamente como una estatua. Recién al volvérsele el estómago chicharra, se atrevió, no sin pena de que los hombrecitos todavía anduvieran por ahí, a beber la leche.
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El presente texto llegó a las deliberaciones finales del mes de marzo, ¡pero del año 2012!, del «Microconcurso La Microbiblioteca».

martes, 26 de abril de 2016

Mejor hubiera sido sacar la basura



MI HERMANO Y YO habíamos salido a cazar con un rifle de balines. Acordamos que aquél que matase menos lagartijas tendría que sacar la basura durante un mes. Él falló todos los disparos. Yo, en cambio, acerté diez de diez. No obstante, cada vez que íbamos a recoger mis lagartijas, no hallábamos de ellas ni siquiera una gotita de sangre. Según mi hermano, la distancia y las condiciones atmosféricas, como el calor y la humedad, suelen producir ilusiones ópticas. Creo que esa explicación no se la creía ni él, pero le sirvió para justificar un empate y así no tener que sacar la basura.
Esa misma noche me desperté con un intenso dolor en los pies. Al correr las sábanas, descubrí que diez lagartijas traslúcidas me estaban mordisqueando los dedos. Hice de todo para quitármelas: patalear como si estuviera bailando un malambo, golpearlas con una enciclopedia, poner los pies en agua caliente, hasta que recordé haber visto en algunas series de tevé que la sal ahuyenta a los fantasmas. Desde entonces duermo con un salero y una caja de curitas sobre la mesa de luz. Pero lo peor de todo es que no le puedo demostrar a mi hermano que yo sí gané aquella tarde, porque cada vez que le pido que se quede en mi cuarto para ver las lagartijas, las muy sinvergüenzas no se aparecen.
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lunes, 1 de febrero de 2016

Calendario Microcuentista 2016




Durante todo el pasado año, la Internacional Microcuentista tuvo la feliz idea de organizar un concurso de microrrelatos a partir de una imagen; para realizar, con los ganadores de cada mes y sus fotografías inspiradoras, un Calendario Microcuentista 2016. Dos pequeños relatos de mi autoría, Hojarasca y Al cabo de un mes, animan los meses de abril y diciembre, respectivamente.

viernes, 22 de enero de 2016

Vuelos



EL MAGO contempla el acto de la trapecista una vez más. Hace meses, desde que él se unió al circo y la vio volar como un pájaro de trapecio en trapecio, que la ama. Pero nunca se ha atrevido a confesárselo. Esta noche, sin embargo, lleva un hatillo de fósforos en su manga que, apenas ella termine su acto, transmutará en un ramo de ruborizadas rosas blancas. Y mientras piensa en lo tonto que ha sido por esa manera tan suya de dilatar las cosas, un relámpago de sombras le atraviesa el alma… La trapecista se ha demorado en ganar el aire una fracción de segundo, lo suficiente para caer hacia aquel abismo sin red que ha devuelto el público a las gradas. Entonces el mago apresura unas palabras ininteligibles. Y en el preciso instante en que las manos de la trapecista no alcanzan a las de su partenaire, la mujer vuela tan lejos inaugurando sus alas de paloma, que ni con el auxilio de mil galeras, él jamás podrá hallarla.
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El presente texto ha recibido una mención y posterior accésit por voto popular entre los micros mencionados en la sexta propuesta anual del V Certamen de relato corto para mesilla de noche que organiza el sitio Esta noche te cuento.
.Linda

miércoles, 13 de enero de 2016

Algo así



ERA LA HORA en que el mar baja y los cangrejos salen de sus escondites, cuando casi me tropiezo con un tipo enterrado en la arena hasta el cuello. Me acuclillé a su lado. Él le agradeció a Dios por mi aparición salvadora, pero al comprobar que yo no hacía nada, primero me injurió, y luego me prometió riquezas inimaginables. «Lo siento —le dije mientras me apartaba del paso de los cangrejos—, pero considere usted que, con seguridad, jamás tendré otra ocasión de ver algo así».
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El presente texto resultó 1º finalista del III Certamen de microrrelato “Realidad Ilusoria”, que organiza anualmente Miguel Ángel Page.
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