miércoles, 24 de septiembre de 2014

Dimensiones (Edith Wharton)



Se suele decir que un “buen argumento” para un cuento es aquél que, si se lo desarrollara, constituiría una buena novela. Esta idea puede defenderse en determinados casos; pero ciertamente sería errado basar en ella una teoría general. Cada “argumento” (en el sentido que el novelista le da al término) contiene necesariamente en sí sus propias dimensiones; y uno de los dones esenciales de un narrador de ficción es el de discernir si el argumento que se abre ante él se ajusta a las proporciones de un cuento o de una novela. Si aparece adaptable a ambas formas de relato, con toda seguridad será inadecuado para ambas. […] Hay al menos dos razones por las cuales un argumento se ajusta más a la forma de una novela que a la de un cuento; pero ninguna de ellas se basa en el número de lo que llamamos “incidentes” o hechos externos, que luego el texto contendrá. […] Los elementos de un argumento que exigen un desarrollo más prolongado son, por un lado, el despliegue gradual de la vida interior de los personajes, y en segundo lugar, la necesidad de producir en la mente del lector el sentido del paso del tiempo. Muchos hechos externos a los personajes, por variados y excitantes que sean, pueden desarrollarse en unas pocas horas, pero los dramas morales que por lo común tienen hondas raíces en el alma, reinan durante lapsos mucho más prolongados, y la súbita manifestación externa en que culminan sólo pueden presentarse paso a paso de modo que ésta quede explicada y justificada. […] Hay casos, claro, en que el cuento puede dar cuenta de un drama moral, contando precisamente esta culminación. Si los hechos narrados son de tal condición que una simple retrospectiva puede iluminarlos, podrán adecuarse a un cuento; pero si son de naturaleza más compleja, y sus frases lo suficientemente interesantes como para justificar su elaboración, el lapso de tiempo deberá naturalmente reducirse y la forma de la novela se vuelve la adecuada.
Edith Wharton
Instrucciones secretas para empezar a escribir, de Leopoldo Brizuela (compilador).
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jueves, 11 de septiembre de 2014

Tras el accidente



LA NIÑA se sienta en el umbral de la puerta y mira a la gente pasar, lee, se suena la nariz. Su madre seguramente no ha de demorarse. Si tan solo le hubiera confiado la llave de la casa como lo hacen las otras madres con sus hijos. Pero no. «Todavía sos muy pequeña», le ha dicho, en su momento, entre grave y jovial. A veces la niña piensa que su madre la percibe como mucho más chica de lo que ella realmente es. ¡Si ya hace los mandados sola! Y se tiende la cama y se prepara el desayuno… «No es justo», murmura, de a ratos, hasta que se queda dormida. Y sueña que su mamá no la quiere más, que la ha abandonado. Tiembla y llora. Entonces la madre la zamarrea suavemente de los hombros. «¡Mamá!», grita la niña y la abraza. «¡Perdoname, tesoro, no pude seguirte antes; los médicos no me dejaban!», se disculpa la madre, mientras le seca las mejillas, y agrega: «Ésta ya no es nuestra casa». Y tomadas de la mano se pierden por la calle, bajo el círculo de la luna, sin la compañía de sus sombras.
Safe Creative #1409061919013

El presente texto ha recibido en el mes de agosto próximo pasado una mención en el IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que organiza el sitio Esta noche te cuento.
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