jueves, 29 de diciembre de 2011

Herencias de un fantasma



LO OBSERVA por enésima vez rebotar contra la pared. «En cuanto a la fe en sí mismo ―piensa la madre―, ha salido a mí. Lástima ―bufa― que también haya heredado lo inepto del padre».
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Les deseo a todos los amigos, lectores y visitantes fantasmas del Elefante un Feliz y Próspero Año Nuevo.
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martes, 27 de diciembre de 2011

La gloria del cuento según...



... Medardo Fraile
«La gloria del cuento es la brevedad. Hacer impacto. Si en esa brevedad el verbo se hace carne, sale un cuento maravilloso. Y siempre tiene algo de misterio. Se debe encontrar una sobriedad que no quite expresividad. En realidad, nadie sabe lo que es un cuento. Al que cree saberlo, se le nota, porque hace un mal cuento».
Pintura: Mary Jane Ansell, The Butterfly Book
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martes, 20 de diciembre de 2011

El vendedor de ventanas portátiles



RAMÓN CORTÉS le dice a todo el mundo que él es un vendedor de ventanas portátiles. “Mis ventanas ―afirma― tienen el tamaño de una caja de fósforos, por lo que pueden llevarse en el saco o en el pantalón en el caso de los caballeros, o en la cartera, en el de las damas. Son inmunes a los pelotazos, no se ensucian y jamás fallan”. Cuando alguno de sus interlocutores le solicita una demostración, con los ojos saltones, enseña una de sus palmas horizontal y vacía. Ante la incredulidad del cliente, Ramón Cortés tira de una de las aristas de la ventana. “Otra ventaja de mi producto ―arguye mientras extiende ambos brazos en direcciones opuestas― es que se adapta al tamaño que uno necesita”. Y agrega: “Para restaurarla a su forma portátil, lógicamente, realizamos la operación en sentido inverso”. Su discurso concluye siempre con un rotundo: “¿Cuántas me dijo que quiere?”. Tal vez por misericordia o para sacárselo de encima, la gente suele efectuar la compra a cambio de una modesta suma. Pero Ramón Cortés sabe perfectamente que lo toman por loco, ya que todos, sin excepción, olvidan lo comprado en el suelo.
Lo curioso del caso es que durante las investigaciones para dilucidar cómo los asaltantes evadieron el cerco policial en la reciente toma del Banco Provincia, Ramón Cortés, quien se hallaba entre los rehenes, declaró:
―Eran buenos muchachos..., ni dudaron en usar mis ventanas.

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lunes, 12 de diciembre de 2011

El tío Iván



ESTA NOCHEBUENA, el tío Iván se apareció en casa provisto de un pequeño arsenal de fuegos artificiales. Mamá le dijo que de ninguna manera iba a permitir semejante despliegue de artillería en el jardín, que era muy peligroso para los chicos ―¡qué rabia me da cuando ella, alegremente, nos hace quedar como tarados!―. Pero el tío, que ejerce de concejal y tiene la palabra entrenada para salir airoso ante cualquier discusión, pudo convencerla de que nada malo nos iba a pasar ya que sólo oficiaríamos de mirones. Así, a las doce en punto, mientras todos brindaban, Matías, Rubén y yo, aplaudimos el despegue del que sería el primero y último de «Los Patriots del tío Iván». Enseguida, un reno cayó sobre el arbolito de Navidad del jardín; otro, entre las mollejas y chinchulines que aún quedaban en la parrilla; y otro fue a parar al fondo de la piscina a fabricar burbujas. En tanto, Papá Noel abrió un agujerazo ―dado su consabido sobrepeso― en el techo del living. Mamá no esperó a que cayese el último de los renos para echarle la bronca al tío. Matías y Rubén están preocupados porque tal vez no lo vuelva a invitar, comparto su aflicción, sobre todo después que ella le dijese «¡Olvidate que tenés una hermana!». No obstante, me puede la envidia: ¿por qué nosotros tuvimos que ligarnos al viejo y todo su bichaje, mientras la bolsa repleta de juguetes fue a dar a la casa del odioso de Alvarito?

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La presente minificción ha sido publicada en La Esfera Cultural en el marco de la convocatoria La otra Navidad.

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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Los coleccionistas de vidrio, de Aurora Ruá



Los coleccionistas de vidrio
Autora: Aurora Ruá
Ilustraciones: Paula Alenda
Páginas: 94
Editorial: Tándem Edicions
Año: marzo 2011
Colección: La bicicleta amarilla

Me ha gustado —y mucho— leer Los coleccionistas de vidrio. Como se lo expresé a la autora, se lo hace con el mismo placer que se bebe un vaso de agua fresca. La prosa fluye limpia, amena, sin quiebres... Una delicia.

El libro se divide en cuatro capítulos, en el primero, La casa azul, Aurora nos presenta a los protagonistas: Andrés, un niño que perdió a su madre al nacer y, pocos años después, a su padre y su tío en un naufragio; quedando así a cargo de su abuelo. Éste es un viejo marinero que desde la muerte de sus dos hijos no ha vuelto a aventurarse al mar. Ambos viven en la casa azul que refiere el título del capítulo. El tercer protagonista es Joaquín, quien no lo pasa nada bien dado que su padre es un borrachín. 

Cierto día, la maestra pregunta sobre el significado de la palabra coleccionismo, y, luego, sobre qué colecciona cada uno. Al llegarle el turno a Joaquín, y decir éste que nada, recibe una burla (podría coleccionar chapas y posavasos de los bares) que lo hace salir corriendo, previo ajuste con el bocazas, de la clase. Anoticiado el abuelo de lo sucedido, urde un plan. Pero mejor que se los cuente la autora:  

[...] —Podéis explorar tras la tormenta —sugirió el abuelo—. Es el mejor momento, las olas arrojan tesoros ocultos a la orilla, como éste.
Entonces sacó de su bolsillo un objeto y lo colocó sobre la mesa. Era una piedra redondeada de color rojo.
—¿Qué es? —preguntaron al unísono.
—Vidrio de mar.
Los niños se miraron con extrañeza y acariciaron la superficie pulida de la piedra.
—¿De dónde la has sacado? Es precioso...
—Lo encontré tras una tormenta, entre las piedras de la orilla. Son difíciles de encontrar, no creáis... Alguna vez me he planteado ir a buscar más, coleccionarlas, pero ya estoy mayor para andar yo solo por las rocas... Además, tampoco tengo la vista que tenía... Podríais acompañarme algún día a buscar más.
—¿Hay vidrio bajo el mar?
—Claro, vidrio arrojado por los hombres a lo largo de miles de años. Cada uno de estos vidrios tiene una historia sorprendente. Fíjate bien, parece una simple piedra, pero... piensa por un momento qué objeto fue antes de convertirse en este fragmento. ¿Qué manos lo lanzaron al mar? ¿Cuánto tiempo ha viajado y qué distancia ha recorrido? Cada uno de ellos guarda una historia extraordinaria. Éste, sin ir más lejos, es parte de la copa del pirata Barbanegra... ¡No me digáis que no conocéis la historia!
Los dos niños negaron boquiabiertos. [...] 

Entonces el abuelo les cuenta la singular historia de La copa del pirata, tras lo cual, y ante la curiosidad de los chicos por conocer cómo se enteró de lo referido, el anciano les dice que es como si (las piedras me) susurraran las palabras al oído, sólo hay que saber escuchar. Luego, como no podía ser de otra manera, el abuelo le regala la piedra roja a Joaquín para que comience su colección. 

El abuelo, por supuesto, es un cuentacuentos, y en cada capítulo les regalará a los niños y a nosotros la historia de las piedras que los niños vayan hallando. Por lo tanto,  tenemos dos lecturas simultáneas: la de las vicisitudes de los pequeños y la de los cuentos. La técnica de intercalar historias dentro de una narración mayor tiene una larga y fructífera tradición literaria que nos remonta a Scheherezada, El Decamerón, Corazón de Edmundo de Amicis, etc. (con las singularidades de cada caso). Pero como toda técnica a la que se utiliza sabiamente, funciona para el lector como si fuera la primera vez.

Los capítulos siguientes (sobre los cuales no voy a explayarme, espero que con el primero haya sido suficiente para despertar vuestro apetito lector) son: La Cala del Viento, Teresa y Los coleccionistas de vidrio. Con sus respectivos cuentos: El farol de loto, La botella del náufrago y El escarabajo del faraón.

Sobre los cuentos acotar que son un prodigio de imaginación. Me han gustado todos, pero mis preferidos son La copa del pirata y El farol de Loto. De este último les dejo el comienzo:

Loto era la hija más joven del emperador, la más bella, la más alegre y afectuosa. Era el tesoro más preciado del monarca, y crecía entre mimos y constantes cuidados en lo más recóndito del harén del palacio, ajena al mundo real que respiraba  al otro lado de las murallas. [...]

Entre las muchas páginas destacables del relato no puedo dejar de citar el encuentro en el capítulo 2 de los amigos con la que será la cuarta protagonista, Teresa.

[...] La inspeccionaron de arriba abajo, era un lugar mágico en el que el rumor del mar se oía amortiguado, como cuando pones una caracola junto al oído.
—¿Crees que alguna vez vuelven por aquí las sirenas? —preguntó Joaquín.
—No sé, aunque el abuelo dice que todavía existen, yo no lo tengo muy claro.
Salieron por la abertura del otro lado, que daba a otra bahía más amplia; entonces la vieron. Apenas podían creerlo, sobre una roca, sentada tomando el sol con los ojos cerrados, descansaba una sirena de largos cabellos dorados. Se quedaron inmóviles como estatuas, con las bocas abiertas por la sorpresa, hasta que, de pronto, ella percibió su presencia y se incorporó.
—Hola —les dijo—. ¿Qué estáis mirando?
No era una sirena, era tan solo una niña a la que no conocían. [...]


El libro, además, viene bellamente ilustrado por Paula Alenda. Un total de nueve acuarelas recrean pasajes de la historia de Andrés y Joaquín o de los cuentos. Las mismas son sobrias y delicadas.

En cuanto al libro como objeto en sí, se ve que estamos ante una editorial responsable. La edición está muy cuidada, el papel es de buena calidad y el tamaño y tipo de la letra altamente legible.

En suma, un libro que desde aquí recomiendo para los peques (de 8 años en adelante se específica en la contratapa) y para los no tan peques que gustan del dejarse llevar por la buena lectura sin importar edades.

Mis más sinceras felicitaciones, Aurora.
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domingo, 4 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 10. LOS HOMBRES CALVOS


Cienmanos: Bicho todavía sin clasificar en ningún orden de la zoología, que consta de muchas cabezas creativas, y de un montón de manos (nadie ha sido capaz de contarle cuántas, porque se están moviendo continuamente). Se caracteriza por avanzar con las manos sobre el papel y sobre el teclado del ordenador, con la intención de crear una micronovela.

Y la micronovela ha alcanzado ya el Capítulo 10, donde, de la mano de David Guirao y de un servidor, hacen irrupción los hombres calvos... 

Desde aquí vaya mi agradecimiento a Purificación Menaya por habernos embarcado en este fantástico proyecto, y a David con el cual ha sido un placer trabajar por su excelente recreación del texto.

Espero que nuestra participación resulte de vuestro agrado.  


Brevísimo y singular resumen hasta el presente capítulo: Todo comienza con nuestra protagonista, Paula (Lew), tambaleándose por unas callejuelas oscuras poco antes de su azaroso y fugaz encuentro con Víctor Tim. Atrás ha quedado el cuerpo sin vida de Bruno (Laborda)...
Pronto nos enteramos que Bruno había viajado en el tiempo (al pasado), entrecruzando su destino con el de Paula.
Paralelamente, Sebastián Laborda inicia la investigación para desentrañar el misterioso cuaderno de notas de Víctor. Para lo cual solicita la ayuda de un viejo profesor amigo suyo: Emilio.
En un callejón, Paula trata de limpiar sus zapatos para desorientar a los hombres que la persiguen. Se devela que Bruno había ido a parar al Valladolid de 1947.
Víctor Tim se da cuenta que olvidar su cuaderno de notas en un despacho de la facultad ha sido un gravísimo error...
Carmen, la esposa de Emilio, es amiga de una tal Paula... A través de una discusión entre los esposos, Emilio se desenmascara...
Paula se tropieza con Sebastián y nos anoticiamos que la Paula amiga de Carmen es, efectivamente, nuestra protagonista; y que ha logrado viajar hasta el año 2011 escapando de sus perseguidores gracias al preparado que Bruno había desarrollado a partir de las notas de Víctor. 


CAPÍTULO 10. LOS HOMBRES CALVOS



























HACÍA volutas de humo cuando golpearon a la puerta.
—¡Adelante! —dijo el anciano.
Dos sujetos enfundados en gabardinas negras ingresaron a la lujosa habitación y saludaron, con una reverencia, al viejo tras el escritorio. Este les hizo un gesto con la mano.
—¡Disculpe! —dijo el mayor de los hombres, y al tiempo que se quitaba el sombrero le asestó un codazo al otro para que lo imitase. Sus calvas relucieron bajo la luz cenital.
—Así está mejor: la buena educación ante todo. —Hizo una pausa en forma de ingente voluta de humo—. ¿La atrapasteis?
—Sobre eso queríamos hablarle...; créame que estuvimos a punto, pero... se nos escapó.
El anciano se puso de pie y golpeó el escritorio.
—¡Imbéciles!
Luego apagó el puro.
—Decidme exactamente cómo la perdisteis.
—La teníamos acorralada en un callejón —intervino el más joven—, cuando la sinvergüenza sacó una botellita de su faltriquera y se tomó el contenido. En cuestión de segundos desapareció frente a nuestros ojos.
—"Nunca bajes la guardia ante una pelirroja, son problemáticas por antonomasia", eso me decía mi padre cada vez que se peleaba con mamá —rememoró el viejo, y tras acariciarse la barbilla, agregó—: Entonces como yo sospechaba Bruno le confió todo a la chica. ¡Debemos atraparla cueste lo que cueste!
—¿Cómo? —indagó el mayor.
—Usaremos lo que nos queda de la fórmula para seguirle los pasos.
—Pero ignoramos a qué época viajó.
—No te preocupes, la sustancia abre un paso temporal sólo entre el presente y el 2011.
El anciano se apartó del escritorio y les pidió ayuda a los hombres para ponerse la gabardina negra. La curiosidad aguijoneó al más joven:
—Señor, algo así, tan acotado, ¿realmente servirá para nuestros planes?
—¡Ja! Vislumbro un poco de materia gris en esa cabezota. En verdad, Bruno sólo alcanzó a reproducir una de las fórmulas que Víctor Tim había desarrollado para viajar en el tiempo, pero hay más, muchas más. ¿Entiendes? —El joven asintió—. Por eso es imprescindible que hallemos a la chica: si Bruno tenía el cuaderno de notas de Víctor, ella debe saber dónde lo ocultó.
—Jefe —intervino el mayor—, su sombrero favorito.
El anciano sonrió, y pasándose una mano por la calva antes de vestir el borsalino negro, dijo:
—Muchachos, ¡el futuro tiene nombre de mujer!

Texto © Gabriel Bevilaqua
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domingo, 27 de noviembre de 2011

El viaje



LA MUJER ha trabajado de sol a sol durante un año para ahorrar el costo del viaje. Con reverencia extiende el boleto y, tras recibirlo de vuelta, dando pasitos cortos, como de niña, conquista su asiento.
Saca un pañuelo y limpia tontamente la impoluta ventana. El vehículo se pone en marcha. De a poco, el verde mate de sus ojos se vuelve radiante como el verde de la campiña. Cuando asoman en el paisaje las flores —margaritas, rosas y petunias—, la mujer se ve a sí misma, descalza, correteando entre los colores.
Luego se suceden árboles frondosos, innúmeros riachos de aguas espejadas de sueños, montañas cada vez más altas, y las sedas del cielo a punto de arder sobre los trópicos.
Cuando el vehículo se detiene, la mujer se pone de pie y, dando pasitos cortos, como de niña, se enfrenta otra vez a la ciudad gris de la que nunca ha partido. Sonríe..., durante meses. Persiste la ventana en sus ojos como una puñalada de luz.
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viernes, 25 de noviembre de 2011

No pensar




[RECETAS EXPRESS PARA MEJORAR NUESTROS RELATOS, XLVII]

A la hora de escribir relatos, no hay que permitir que nuestra parte racional, lógica y cartesiana invada las situaciones. Los relatos han de ser congruentes y tener una sólida causalidad interna, pero más vale que no sean ni racionales ni cartesianos. Más vale dejar fluir el inconsciente mientras se escribe (luego ya habrá tiempo de revisar y reparar), soltar el hilo rígido de los pensamientos, flotar en esa nada aparente que es no pensar con el intelecto, y darse cuenta de que en realidad está llenísima de cosas (percepciones, emociones, imágenes...) que se pueden transmitir con palabras.

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lunes, 21 de noviembre de 2011

Un elefante sobre la cabeza



JORGITO afirma que tiene un elefante sobre la cabeza. Papá lo amenaza, cinto en mano, para que se deje de tonterías. Mamá se persigna y recalca que en su familia son todos sanitos, no como la de otros. No entiendo qué quiere decir, pero sé que Jorgito no miente. En cambio yo, cuando mamá y papá discuten sobre qué hacer, sí miento: les digo que Jorgito me atemoriza, que me va a contagiar lo loco, que el elefante tal vez me pise mientras duermo, y me largo a llorar.
Esta mañana, gracias a que me froté las manos con cebolla, he sido especialmente persuasivo. «Para su bien y el tuyo ―dijeron mis padres al unísono―, tu hermano debe pasar un tiempo alejado de nosotros».
Juro que lo quiero a Jorgito, pero cómo admitir que un elefante liliputiense me dispute con total impunidad los maníes.
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El presente microrrelato llegó a las deliberaciones finales de octubre pasado del concurso que organiza la Microbiblioteca en la categoría de castellano. Felicitaciones a los otros deliberados y, especialmente, a la ganadora, Mar Horno.
  
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lunes, 14 de noviembre de 2011

Lo que trae la lluvia


Quiero darle fervorosamente las gracias a la estupenda artista y amiga Aurora Ruá por la generosidad de ilustrarme el presente texto. Lo que trae la lluvia es el primer minicuento que aparece en El elefante con una imagen especialmente concebida para el mismo. La experiencia de un dialogo entre texto e imagen, entre artista y escritor, es más que bonita. Aurora, de nuevo, ¡muchas gracias!































LLEGÓ con la lluvia. La encontré frente a la puerta como un gorrión que se cayó del nido. No recordaba su nombre, ni su edad, ni de dónde venía. Le prometí llevarla hasta el pueblo más cercano cuando acabase la siembra, jamás cumplí. Ignoro por qué disimuló la falta. Mi abuela decía que la lluvia ha marcado siempre la historia de  nuestra familia,  por eso la bauticé Fermina, como ella.
Desde el principio me sedujo la música de su voz y ese inaugurar el mundo de sus palabras sin raíces. Su curiosidad pronto desanudó cada uno de mis silencios.
Fue el año más feliz de mi vida, el año de la gran seca.
Al cabo volvió a llover. Empapada y balbuceante, Fermina me señaló la cicatriz en la pierna que tantas veces yo había acariciado: habló de un alazán que la arrojó cuando niña, de la fractura expuesta, de una mujer esquiva que la cuidaba con cariño.
Hace un par de semanas que diluvia. Un par de semanas que la lluvia entreteje recuerdos. Un par de semanas que le suplico que se detenga.

viernes, 11 de noviembre de 2011

De la necesidad de la narrativa...



...según Fernando Sorrentino

Si tuviera que formular un reclamo para argumentar la necesidad de la narrativa en la vida humana, de la literatura que asume como género el cuento o la novela, ¿qué sería lo esencial que expresaría?
No hay nada que argumentar en favor de tal necesidad. Los hechos empíricos están certificando, y con creces, esa necesidad. No diré nada nuevo si afirmo que, como todos vemos, al ser humano le complace que le cuenten historias. Y, sobre todo, que esas historias sean gratuitas, sean porque sí, para pasar el tiempo, para divertirse, para gozar de los laberintos de la imaginación, del placer de la fabulación y del embuste.
En tal sentido, soy el primero en adscribirme a esta inconsciencia y a esta frivolidad.

Fuente: Contemporáneos del mundo, número 15.
Una larga y sustanciosa entrevista que Garzón Céspedes le hiciera al autor.

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domingo, 6 de noviembre de 2011

¿Microrrelato o minificción?

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«Frente a otros muchos términos empleados para designar a este género literario, microrrelato me parece el más adecuado, pues minificción (nomenclatura utilizada en algunos países de Sudamérica) recubre un área mucho más vasta que la de del microrrelato, ya que agrupa a los microtextos literarios ficcionales en prosa tanto a los narrativos (el microrrelato, la fábula, la parábola, la anécdota, la escena o el caso) como a los que no son narrativos (el poema en prosa, la estampa, el miniensayo).
Además, el vocablo microrrelato alude claramente a sus dos constituyentes básicos: la hiperbrevedad (micro-) y la narratividad (relato), mientras que minificción remite a los rasgos de hiperbrevedad (mini-) y ficcionalidad (ficción), es decir, a la condición imaginaria del universo representado en el texto literario, sin alusión alguna a la narratividad, componente imprescindible del relato hiperbreve».
Irene Andrés-Suárez

oOo

Nota: Correcta y clara diferenciación la que hace Andrés-Suárez entre microrrelato y minificción. No obstante me permito disentir en cuanto a que el término microrrelato sea más apropiado para denominar al género. La estudiosa parte de un argumento sólido: la narratividad versus la ficcionalidad de uno y otro término. El problema radica en que el autor de brevedades no escribe exclusivamente microrrelatos: tómese por ejemplo al Elefante donde conviven en perfecta armonía microcuentos, fábulas, microrrelatos. Pienso que con la mayoría de los cultores de lo breve sucede algo parecido. Ya desde el vamos más que microrrelatistas somos minificcionistas. De ahí que el término inclusivo de minificción me parezca más acorde.
Dos cosas a considerar: primera, que esta eterna irresolución de cómo denominar al género habla de la gran cantidad de miradas que existen sobre el mismo y del buen momento por el que está pasando. Segunda, que en la práctica todos usamos estos términos (más el de microcuento) indistintamente como sinónimos.
Una última apostilla: ¿no sería mejor buscar una palabra para el género que excluya toda referencia a su extensión?
Arte: Delphin Enjolras, Mujer joven leyendo junto a una ventana
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martes, 1 de noviembre de 2011

El ventanuco



A LA SEMANA de que comenzase la lluvia, los vi. Eran tres: una mujer, un ave y un enmascarado. El enmascarado, de seguro un esclavo o un sirviente, iba al timón. El ave sostenía una antorcha entre sus garras. La mujer, de pie en la proa del bote, estaba desnuda. Éste volaba suavemente sobre las olas enfurecidas. Cuando observé que se acercaban al arca, cerré el ventanuco. Estuve días sin indagar el exterior, pensando. Al cabo volví a asomarme. Enseguida los vislumbré. En esta ocasión retuve la mirada absorto en la mujer hasta que estuvieron a no más de cincuenta codos. Finalmente el miedo me ganó la partida otra vez. Entre imprecaciones juré que reuniría valor hasta de dónde no tuviese si volvían a mostrarse.
Cuando la falúa se detuvo frente a mi compartimiento, el ave me alumbró con su antorcha. Los ojos de la mujer, bellos como dos lunas de amatista, se clavaron en mí. Había tristeza en su mirada.
―Creía que eras él ―dijo, y se alejaron bajo la pesada cortina de agua tan mansamente como habían llegado.
Ignoro si aquello fue una prueba o una alucinación, pero, tras varias décadas, aún subo al monte para otear con una vaga esperanza a través del ventanuco.


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miércoles, 26 de octubre de 2011

Incertidumbre



LLUEVE dentro de la habitación. Fina y persistentemente. A ratos el techo se inquieta y caen goterones como puños, relampaguea y truena.
Benjamín, sentado en una silla destartalada, parece dormido. Cuando el agua le llega a los hombros, abre los ojos, se pone de pie y se dirige hacia la puerta. Mientras la atraviesa cansinamente, murmura “La alcoba principal, dos cuartos de huéspedes, el salón de juegos, un baño y ahora la biblioteca”.
Mira hacia un lado y otro de la sala y se acomoda en un sillón de cojines empolvados junto a la chimenea. El espacio mansamente comienza a oscurecer.
Benjamín sonríe, cierra los ojos y, aunque trata de no pensar en nada, lo asedia una vez más la incertidumbre: ¿pueden los fantasmas ahogarse?


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lunes, 24 de octubre de 2011

La muerte de la trama



«La novela es más cómoda para el lector. Hablamos de una novela normal, con una trama fácil de seguir. Porque la novela te lo cuenta todo, te da todos los datos. El cuento, al dejarse muchas cosas fuera, precisa de un lector que le preste más atención. Necesita un lector avisado y acostumbrado a ese ritmo. Es más como el lector de poesía. Creo que tiene razón José María Merino que hablaba en un libro de la muerte de la trama. Al lector le cuesta trabajo que una trama comience y termine cada cinco páginas. En un libro de relatos cuando te has hecho a una trama termina y empieza otra y eso necesita un lector diferente. Que sepa leer mejor. La prueba está en que yo no veo a nadie leyendo microrrelatos en el metro. Al contrario la gente lee unos tochos...».
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miércoles, 19 de octubre de 2011

Montería



TRAS SOLTAR A LOS PERROS, el baqueano me informa sobre la liebre flautista. Dice que su música encanta a los cazadores. «Nadie que la haya escuchado ha vuelto a la civilización», sentencia, y, mientras advierto lo singular de sus orejas, saca una flauta.
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miércoles, 12 de octubre de 2011

El reparador



HACÍA un rato largo que la esperaba. Aún no me creía que semejante beldad hubiese aceptado mi invitación, cuando una joven delgada como un espárrago, ojerosa y con un pucho entre los labios, se sentó frente a mí. Llevaba el vestido rojo y el clavel blanco prometidos.
―Se me hizo tarde, nene. ¿Hay drama?
Sólo atisbé a negar con la cabeza. Deduje que la mujer de mis sueños me había engañado. ¿O estaría en algún rincón del local riéndose a mis costillas? La busqué con la mirada.
―¿Pasa algo? ―dijo el espárrago, perdón, la muchacha, tras enterrarme en una bocanada de humo.
―No, no pasa nada ―respondí, y entregado a las circunstancias, agregué―: ¿Ordenamos?
La velada aconteció exigua en palabras, porque la joven tenía sus mandíbulas obscenamente dispuestas a terminar con su delgadez aquella misma noche. No pude probar bocado.
Cuando ella iba por su quinta porción de torta de chocolate con frutillas, un hombre singular ―no sabría decir por qué― se le acercó y le pidió que lo acompañase. A poco descubrí que el mismo tipo le señalaba a la que era mi cita original, la mesa en que me hallaba.
En medio de una animosa conversación, el susodicho, como un mozo más, nos trajo una botella de champaña “cortesía de la casa”.
Desbordado, me excusé un instante con la dama, y fui tras él.
―Los sueños, sueños son ―dijo, y guiñándome un ojo, acotó―: Pero para su fortuna, cuando se estropean, aún persiste gente como yo.
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lunes, 10 de octubre de 2011

La bruja Endunda, narración oral

El cuento nació en los albores de la humanidad cuando todavía no se había inventado la escritura. Nació por tanto para ser narrado oralmente, casi con seguridad con los escuchas sentados alrededor del fuego que protegía, daba calor y acunaba palabras, pesadillas y sueños. Con los siglos se forjarían las grandes tradiciones cuentísticas, las cosmogonías, las leyendas.
En lo personal no conozco a nadie que le niegue a sus oídos una buena historia, y, menos que menos, si el contador exhibe cierto arte. Algo habíamos hablado en El elefante sobre el valor de contar. En este punto se hace imposible no mencionar a Laiseca como un maestro de la narración oral de terror.
Todo lo anterior me sirve como pretexto para acercarles a una cuentacuentos para niños, y no tanto― que me ha encantado por la vivacidad de su interpretación. Que la cosa, además, venga de brujas y gatos, también suma lo suyo. Con ustedes, Beatriz Montero y La bruja Endunda
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