sábado, 30 de junio de 2018

Espejos



EL HOMBRE se para frente al espejo, se corre hacia un lado y hacia otro, intensifica la mirada, como si esperase un milagro, y vuelve, como todas las noches, a bufar. De repente, la esposa entra y le pregunta:
—¿Estás bufando?
—Sí, querida; hacer el nudo de la corbata nunca va a ser uno de mis puntos fuertes —improvisa, da una última mirada al espejo, y agrega—: Ya tengo que irme.
—¡Ay!, ¿cuándo te van a cambiar de horario?
—Un día de éstos.
Ella extiende una mano y él se acerca, se abrazan y se besan.
—¡Un día de éstos! —repite, y se dirige hacia la puerta de calle, la abre y la cierra, pero no sale.
Cuando la mujer se retira al dormitorio, él, sigilosamente, hace lo propio al jardín y se transforma. Entre aleteo y aleteo, siente que aún no tiene corazón para confesarle la verdad, y, menos aún, para pedirle que se convierta.
Ella, entretanto, toma un libro escondido bajo la cama, y piensa que será la mujer más feliz del mundo cuando él se atreva a decirle la verdad, la convierta, y ya no deba fingir que es tan ciega como los espejos.
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domingo, 10 de junio de 2018

El chal



—TÍA —le digo, sentándome a su lado y tomando entre las mías sus gélidas manos—, usted ya ha cumplido su ciclo vital. Porque no se porta bien y deja que la metan en el ataúd y la pongan linda para el velorio. ¡Hasta los primos de Chivilcoy prometieron que iban a venir a despedirla!
—Vos no entendés, por primera vez en mi vida soy parte de algo más grande que yo…
—Claro, el otro lado debe ser enorme.
—¡Y pensar que siempre fuiste mi sobrino preferido!
—Por eso mismo estoy aquí —el empleado de la funeraria me mira y me señala repetidamente el reloj—, y porque no quiero que pase vergüenza; imagínese qué va a decir la gente si falta a su propio funeral.
—Ya nada…
—¡Los fiambres de las salas 3 y 5 —vocifera otro empleado asomándose a la habitación— tampoco quieren entrar a sus ataúdes!
—… volverá a ser lo que fue.
Seguidamente, mi tía se levanta de la silla, me da un beso y se reúne en el pasillo con los otros difuntos. Intercambian unas palabras y alcanzo a escuchar que van a marchar hacia la plaza. Yo me quedo junto al ataúd, sin saber qué hacer, hasta que descubro su chal sobre el respaldo de la silla. Entonces lo agarro y salgo a la calle. Viva o muerta, no puedo permitir que mi tía se resfríe.
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