domingo, 27 de noviembre de 2011

El viaje



LA MUJER ha trabajado de sol a sol durante un año para ahorrar el costo del viaje. Con reverencia extiende el boleto y, tras recibirlo de vuelta, dando pasitos cortos, como de niña, conquista su asiento.
Saca un pañuelo y limpia tontamente la impoluta ventana. El vehículo se pone en marcha. De a poco, el verde mate de sus ojos se vuelve radiante como el verde de la campiña. Cuando asoman en el paisaje las flores —margaritas, rosas y petunias—, la mujer se ve a sí misma, descalza, correteando entre los colores.
Luego se suceden árboles frondosos, innúmeros riachos de aguas espejadas de sueños, montañas cada vez más altas, y las sedas del cielo a punto de arder sobre los trópicos.
Cuando el vehículo se detiene, la mujer se pone de pie y, dando pasitos cortos, como de niña, se enfrenta otra vez a la ciudad gris de la que nunca ha partido. Sonríe..., durante meses. Persiste la ventana en sus ojos como una puñalada de luz.
Safe Creative #1111260604248
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viernes, 25 de noviembre de 2011

No pensar




[RECETAS EXPRESS PARA MEJORAR NUESTROS RELATOS, XLVII]

A la hora de escribir relatos, no hay que permitir que nuestra parte racional, lógica y cartesiana invada las situaciones. Los relatos han de ser congruentes y tener una sólida causalidad interna, pero más vale que no sean ni racionales ni cartesianos. Más vale dejar fluir el inconsciente mientras se escribe (luego ya habrá tiempo de revisar y reparar), soltar el hilo rígido de los pensamientos, flotar en esa nada aparente que es no pensar con el intelecto, y darse cuenta de que en realidad está llenísima de cosas (percepciones, emociones, imágenes...) que se pueden transmitir con palabras.

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lunes, 21 de noviembre de 2011

Un elefante sobre la cabeza



JORGITO afirma que tiene un elefante sobre la cabeza. Papá lo amenaza, cinto en mano, para que se deje de tonterías. Mamá se persigna y recalca que en su familia son todos sanitos, no como la de otros. No entiendo qué quiere decir, pero sé que Jorgito no miente. En cambio yo, cuando mamá y papá discuten sobre qué hacer, sí miento: les digo que Jorgito me atemoriza, que me va a contagiar lo loco, que el elefante tal vez me pise mientras duermo, y me largo a llorar.
Esta mañana, gracias a que me froté las manos con cebolla, he sido especialmente persuasivo. «Para su bien y el tuyo ―dijeron mis padres al unísono―, tu hermano debe pasar un tiempo alejado de nosotros».
Juro que lo quiero a Jorgito, pero cómo admitir que un elefante liliputiense me dispute con total impunidad los maníes.
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Safe Creative #1111150527862

El presente microrrelato llegó a las deliberaciones finales de octubre pasado del concurso que organiza la Microbiblioteca en la categoría de castellano. Felicitaciones a los otros deliberados y, especialmente, a la ganadora, Mar Horno.
  
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lunes, 14 de noviembre de 2011

Lo que trae la lluvia


Quiero darle fervorosamente las gracias a la estupenda artista y amiga Aurora Ruá por la generosidad de ilustrarme el presente texto. Lo que trae la lluvia es el primer minicuento que aparece en El elefante con una imagen especialmente concebida para el mismo. La experiencia de un dialogo entre texto e imagen, entre artista y escritor, es más que bonita. Aurora, de nuevo, ¡muchas gracias!































LLEGÓ con la lluvia. La encontré frente a la puerta como un gorrión que se cayó del nido. No recordaba su nombre, ni su edad, ni de dónde venía. Le prometí llevarla hasta el pueblo más cercano cuando acabase la siembra, jamás cumplí. Ignoro por qué disimuló la falta. Mi abuela decía que la lluvia ha marcado siempre la historia de  nuestra familia,  por eso la bauticé Fermina, como ella.
Desde el principio me sedujo la música de su voz y ese inaugurar el mundo de sus palabras sin raíces. Su curiosidad pronto desanudó cada uno de mis silencios.
Fue el año más feliz de mi vida, el año de la gran seca.
Al cabo volvió a llover. Empapada y balbuceante, Fermina me señaló la cicatriz en la pierna que tantas veces yo había acariciado: habló de un alazán que la arrojó cuando niña, de la fractura expuesta, de una mujer esquiva que la cuidaba con cariño.
Hace un par de semanas que diluvia. Un par de semanas que la lluvia entreteje recuerdos. Un par de semanas que le suplico que se detenga.

viernes, 11 de noviembre de 2011

De la necesidad de la narrativa...



...según Fernando Sorrentino

Si tuviera que formular un reclamo para argumentar la necesidad de la narrativa en la vida humana, de la literatura que asume como género el cuento o la novela, ¿qué sería lo esencial que expresaría?
No hay nada que argumentar en favor de tal necesidad. Los hechos empíricos están certificando, y con creces, esa necesidad. No diré nada nuevo si afirmo que, como todos vemos, al ser humano le complace que le cuenten historias. Y, sobre todo, que esas historias sean gratuitas, sean porque sí, para pasar el tiempo, para divertirse, para gozar de los laberintos de la imaginación, del placer de la fabulación y del embuste.
En tal sentido, soy el primero en adscribirme a esta inconsciencia y a esta frivolidad.

Fuente: Contemporáneos del mundo, número 15.
Una larga y sustanciosa entrevista que Garzón Céspedes le hiciera al autor.

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domingo, 6 de noviembre de 2011

¿Microrrelato o minificción?

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«Frente a otros muchos términos empleados para designar a este género literario, microrrelato me parece el más adecuado, pues minificción (nomenclatura utilizada en algunos países de Sudamérica) recubre un área mucho más vasta que la de del microrrelato, ya que agrupa a los microtextos literarios ficcionales en prosa tanto a los narrativos (el microrrelato, la fábula, la parábola, la anécdota, la escena o el caso) como a los que no son narrativos (el poema en prosa, la estampa, el miniensayo).
Además, el vocablo microrrelato alude claramente a sus dos constituyentes básicos: la hiperbrevedad (micro-) y la narratividad (relato), mientras que minificción remite a los rasgos de hiperbrevedad (mini-) y ficcionalidad (ficción), es decir, a la condición imaginaria del universo representado en el texto literario, sin alusión alguna a la narratividad, componente imprescindible del relato hiperbreve».
Irene Andrés-Suárez

oOo

Nota: Correcta y clara diferenciación la que hace Andrés-Suárez entre microrrelato y minificción. No obstante me permito disentir en cuanto a que el término microrrelato sea más apropiado para denominar al género. La estudiosa parte de un argumento sólido: la narratividad versus la ficcionalidad de uno y otro término. El problema radica en que el autor de brevedades no escribe exclusivamente microrrelatos: tómese por ejemplo al Elefante donde conviven en perfecta armonía microcuentos, fábulas, microrrelatos. Pienso que con la mayoría de los cultores de lo breve sucede algo parecido. Ya desde el vamos más que microrrelatistas somos minificcionistas. De ahí que el término inclusivo de minificción me parezca más acorde.
Dos cosas a considerar: primera, que esta eterna irresolución de cómo denominar al género habla de la gran cantidad de miradas que existen sobre el mismo y del buen momento por el que está pasando. Segunda, que en la práctica todos usamos estos términos (más el de microcuento) indistintamente como sinónimos.
Una última apostilla: ¿no sería mejor buscar una palabra para el género que excluya toda referencia a su extensión?
Arte: Delphin Enjolras, Mujer joven leyendo junto a una ventana
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martes, 1 de noviembre de 2011

El ventanuco



A LA SEMANA de que comenzase la lluvia, los vi. Eran tres: una mujer, un ave y un enmascarado. El enmascarado, de seguro un esclavo o un sirviente, iba al timón. El ave sostenía una antorcha entre sus garras. La mujer, de pie en la proa del bote, estaba desnuda. Éste volaba suavemente sobre las olas enfurecidas. Cuando observé que se acercaban al arca, cerré el ventanuco. Estuve días sin indagar el exterior, pensando. Al cabo volví a asomarme. Enseguida los vislumbré. En esta ocasión retuve la mirada absorto en la mujer hasta que estuvieron a no más de cincuenta codos. Finalmente el miedo me ganó la partida otra vez. Entre imprecaciones juré que reuniría valor hasta de dónde no tuviese si volvían a mostrarse.
Cuando la falúa se detuvo frente a mi compartimiento, el ave me alumbró con su antorcha. Los ojos de la mujer, bellos como dos lunas de amatista, se clavaron en mí. Había tristeza en su mirada.
―Creía que eras él ―dijo, y se alejaron bajo la pesada cortina de agua tan mansamente como habían llegado.
Ignoro si aquello fue una prueba o una alucinación, pero, tras varias décadas, aún subo al monte para otear con una vaga esperanza a través del ventanuco.


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