sábado, 30 de mayo de 2015

La pianista



I
A Juana le gusta tocar el piano todos los días, salvo los domingos. Los domingos ella se ausenta sin dar explicaciones y la casa se queda muda como un salón de clases en verano. Entonces cierro los ojos y sueño con que Juana toca el piano;  pero no es lo mismo: hay que oír cómo desafina. Ella dice que no es su culpa, que en los sueños los pianos se vuelven increíblemente distraídos.
II
El piano de Juana es un piano de cola, de los que se usan en las grandes orquestas o como aquellos que aparecen en las películas en blanco y negro. Juana dice que quería ser pianista desde que estaba en la panza de mamá; y también dice que algún día vamos a tocar a cuatro manos, pero que para eso falta mucho.
III
Esta mañana le conté a mamá sobre Juana.  Y mamá me dijo que quién me había hablado sobre ella; que Juana nos había abandonado el mismo día que yo nací, un domingo; y que, recalcó, nosotros nunca tuvimos un piano. Entonces Juana me guiñó un ojo e hizo danzar tempestuosamente sus delgadas manos sobre las teclas. Y por un instante, sólo por un mínimo instante, mamá se olvidó de sus labores y levantó la cabeza.
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El presente texto llegó a las deliberaciones finales del pasado mes de abril del «IV Microconcurso La Microbiblioteca».
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miércoles, 20 de mayo de 2015

Hojarasca



SOBRE el ombligo de Paula aterriza una hoja. No sé de dónde ha salido, ya que la ventana está cerrada y no tenemos plantas en el dormitorio. El caso es que una segunda y una tercera se apean del aire sobre la boca y el pubis de Paula, respectivamente. A estas hojas, flemáticas como caracoles, le continúa una desapacible legión que cubre por completo a mi mujer. Entonces vuelve la calma. Y Paula se despierta y me nombra. «No temas», le digo, y la busco una y otra y otra vez entre las hojas.
Safe Creative #1505174109287

El presente microrrelato fue seleccionado como ganador del mes de abril próximo pasado de la convocatoria Calendario Microcuentista 2016, que organiza mensualmente la Internacional Microcuentista.
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domingo, 10 de mayo de 2015

El viejo y la arena



UN HOMBRE hace footing en la playa cuando se topa con un viejo pescador que ha lanzado el sedal de su caña en la arena.
—Abuelo —dice el corredor esbozando media sonrisa—, ¿están picando?
—Todavía no, hijo —responde el viejo, arrellanándose sobre su cobija.
El hombre sonríe abiertamente.
—Tal vez debería intentarlo en el mar.
—Tal vez… pero de acá nunca me voy con las manos vacías —arguye el viejo, y mientras el hombre se aleja, añade—: ¡Hijo, aunque pensés que me falta algún tornillo, andá con cuidado; estas arenas suelen ser peligrosas!
—Claro, abuelo; ¿será que son movedizas? —dice el corredor soltando una carcajada.
El viejo, cariacontecido, se pone de pie pero sin salirse de su cobija; y, a la par que siente que un pez ha picado, contempla cómo una aleta surca vertiginosamente la arena tras los pasos del hombre que aún ríe.
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