sábado, 27 de diciembre de 2008

De terror


Había ido a realizarse un implante capilar; pero, por error, terminaron haciéndole la autopsia. Lo más curioso, sin embargo, fue que así descubrieron que el susodicho llevaba seis meses de muerto. Cuando se lo informaron a su esposa, ésta, horrorizada por haberse compartido con un cadáver, se esfumó.


Con esta mini obtuve una mención especial en el 36 Concurso de Las Historias.


lunes, 22 de diciembre de 2008

Por culpa de un tal Pérez


Al día siguiente que el niño comprobara la veracidad de la historia con la que su madre lo había consolado ante el dientecito caído, la dentadura del abuelo desapareció misteriosamente…


Imagen de Manuel Uhía

lunes, 15 de diciembre de 2008

Infidelidad

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Cuando la descubrió durmiendo con aquel intruso recién llegado la palidez de porcelana que caracterizaba su rostro adquirió un intenso tinte rosáceo que pronto viró al rojo de la sangre sublevada. Un trueno, entonces, se desarrajó en su garganta: «¡Es mía, mía!...» Llevándose el dedo índice a los labios, la mujer abandonó, sigilosa, el lecho. Y ya a su lado, de cuclillas, le restituyó a la que demandaba; pero él, tras dos lagrimones, la rechazó. Sin insistirle, abrazada a la jirafa de peluche, la madre lo dejó marcharse: sabía que a esa edad las infidelidades se perdonan después de la merienda.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Las cebollas


Pelar y cortar cebollas no es una tarea fácil. Hay que tener cierto amor por las lágrimas. Cierta profesión lacrimógena. ¡No era su caso! Pero estaba obligada; su marido, tenía tres pasiones: el alcohol, golpear a diestra y siniestra cuando estaba borracho, y, por supuesto, las cebollas. Quizás, por eso, las odiaba tanto. Ella quería reír, reír despreocupada como la niña que nunca había dejado de ser Y tenía que llorar, llorar por los golpes y llorar por las cebollas. Ella, que odiaba tanto llorar y lloraba a mares. Si con sólo ver las cebollas ya empezaba a lagrimear, como si una mano extraña le abriera un grifo en los ojos. Y hoy, no sabía por qué, lloraba más que nunca. Por eso, cuando los insulsos borrachines amigos de su marido y la madre de éste, llamaron a la puerta y la encontraron bañada en lágrimas, creyeron que lo sabía... Su esposo, en una última hazaña alcohólica a fondo blanco, se había caído hacia atrás, desnucándose. Sintió que una risa, esa risa que creía perdida, pero que siempre había vivido en ella, le florecía desde lo más recóndito del alma, como un pájaro de luz. Sin embargo, sólo lloraba, lloraba con tal profusión, a lagrimones de elefante, que todos los secuaces del difunto quedaron conmovidos. «¡Qué mujer!», dijo uno; «¡y a pesar que la golpeaba tanto!», esgrimió otro; «¡increíble!», sentenció la madre. De más está decir que, desde aquel día, ella dejó de odiar a las cebollas, y que, pelándolas, jamás volvió a llorar, sólo a reír, reír, reír...

lunes, 8 de diciembre de 2008

De venganzas e inversiones



El joven apoyó el cañón del revólver sobre la nuca de su madre y, antes de que apretara el gatillo, ésta le ordenó: «¡No tiembles!, no invertí tantos años de mi vida para criar una mariquita.»


domingo, 7 de diciembre de 2008

Encontrarse

Foto de David AD


Ella adoraba al sol, él veneraba a la luna; se enamoraron en un eclipse.


sábado, 6 de diciembre de 2008

Primeras palabras


La presente constituye mi primera incursión en el mundo de los blogs, ya no como lector, comentarista, voyeaur, sino en calidad de «propietario» de uno de estos dichosos rincones de expresión que nos ha regalado la tecnología.


En particular éste será un sitio dedicado a lo que se ha dado en llamar microrrelatos, minificciones, microficciones, hiperbreves, cuentos breves, cuentos mínimos, cuentos relámpagos, etc.; hay casi tantos nombres como «especialistas» dedicados a «definir» este género. Por mi parte, me decanto por dos términos, los de minificciones y microrrelatos, optando, ya en cuestión de gustos, por el primero. Y claro está que aquí podrán, quienes tengan la insalubre vocación de hacerlo, leer las minificciones garabateadas por un servidor. Lo cual, no destierra de ninguna manera la posibilidad de aderezar, cuando lo crea conveniente, la cosa con relatos más largos. Así como comentarios, reseñas, opiniones, consideraciones y otros brebajes sobre los más diversos temas; ya que la intención es que la base la constituya la ficción pero abriendo las puertas a todo lo que sea de mi interés. Por eso, no se extrañen, por ejemplo, de post sobre animación -cada uno tiene sus vicios-.


Desde ya que todas las opiniones y críticas serán bienvenidas en el necesario marco de respeto que cualquier juego de ida y vuelta demanda para sí. Agradeceré de sobremanera que me hagan notar errores, faltas de ortografía, o cualquier otro dislate por el estilo, ya que soy un mero aprendiz; un albañil de las palabras que recién está aprendiendo a mezclarlas. Y ya se sabe, no es fácil hallar la medida justa de arena, cal, cemento, agua para levantar cuentos y que no se tumben a la primera lectura.


Además, al iniciar esta bitácora asumo el compromiso con sus potenciales lectores -y sobretodo conmigo mismo- de postear, al menos, una vez a la semana; salvo, claro, causas de fuerza mayor -dejando excluida a la pereza como una de dichas causas, ¡rayos!-.


Y como la curiosidad es la virtud de los niños que algunos incautos se olvidan de desterrar de adultos, puede surgir la cuestión de ¿por qué «El elefante funambulista»? Bueno, primero, sencillamente, porque me gustan los elefantes; animal noble e inteligente si los hay. Y segundo, por lo fantástico, lo paradojal y lo sorprendente que resultaría ver a un paquidermo con toda su graciosa voluminosidad haciendo equilibrios sobre un hilo. Sería una maravilla, y como yo comparto la idea de que «el hombre vive para maravillarse», adelante, pues, me otorgo licencia para intentarlo desde el título. Además, creo que todos, en algún momento, hemos tenido la experiencia vital de sentirnos como en una cuerda floja: donde el mirar hacia abajo no constituye otra posibilidad más que una invitación al suicidio y donde desandar el camino que nos ha desanudado allí resulta un imposible… Por lo tanto, lo único que nos queda en tal circunstancia es salvar nuestro bien más preciado, la dignidad; entregándonos al desafío del abismo con la solitaria certeza que empuñamos: la pértiga con que se balancea la fe en nosotros mismos. Y quién sabe, después de todo, quizás y sólo quizás, al llegar a la seguridad de la plataforma, recibamos el aplauso emocionado del público que nos ha prestado su cordial atención. Aunque claro, habrá también quien derrame profundas lágrimas por aquello de lo que los hemos privado…


Por último, decir que me han quedado muchas cosas en el tintero que no acierto a esbozar en este momento; pero tengo la esperanza de que el tiempo en su devenir me otorgue la oportunidad y el oficio para poder decirlas. Cuento con ustedes para escucharme -jeje, para leerme, digo-.

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