sábado, 13 de abril de 2019

Elogio de la cordura



MI MUJER me despertó porque había escuchado ruidos en el desván. Sin dirigirle la mirada, le dije que seguramente eran producto de su imaginación, pero una retahíla de clacs, clacs, clacs se confabularon para desmentirme. No tuve más remedio que calzarme las pantuflas y seguir su concejo de hacerme con el palo de hockey del placar.
A poco de salir del dormitorio, caí en la cuenta de que nuestra casa carece de desván. Lo que, concatenadamente, me llevó a cuestionarme el uso de la palabra «nuestra», porque, aparte de vivir solo —y no practicar deporte alguno—, yo jamás tuve esposa. No obstante, al regresar a mi habitación, me preguntó por el origen de los ruidos. Tras observarla por vez primera, atiné a endilgárselos a una ventana mal cerrada, además de rezar en silencio para que ella fuese igual de consistente que aquel palo de hockey que aún persistía entre mis manos.
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El presente texto forma parte del libro «Brevedades. Antología argentina de cuentos re-breves» (Gardella, 2013, página 19).
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