sábado, 24 de febrero de 2018

El lector y su oyente



I
Cuando aquella noche el anciano se desmayó en la calle, lo reanimaron unos impetuosos lengüetazos. Eran de una perra menuda, de color ocre y mirada triste. Él la acarició y ella lo siguió hasta su casa. No tuvo más remedio que dejarla entrar. «Sabés —le dijo—, a los ochenta y siete pirulos, sos mi primera mascota». Y enseguida recalentó unos fideos que le habían quedado de la cena. «Espero que te gusten», sonrió, y a la perra le gustaron, casi tanto como su casita improvisada con una caja de cartón y una frazada en desuso.
II
Cuando el clima y el reuma se lo permitían, el anciano iba al parque a leer bajo la sombra pródiga de algún árbol. Entonces había que ver cómo la perra prestaba atención a las palabras que salían de sus labios, y cómo, en aquellos párrafos poblados de zozobra, a ella se le crispaba el lomo. Hombre y animal formaban así una especie de simbiosis que hacía imposible determinar quién había adoptado a quién.
III
Una noche, el viejo apartó la vista de su lectura y descubrió que su fiel oyente tenía la mirada más triste que nunca. Con la rapidez de un rayo se acuclilló a su lado, pero no halló respuesta a sus caricias. Lloró largamente, y al incorporarse se observó a sí mismo sentado en el sofá y con el libro abandonado sobre las rodillas. De pronto algo tocó su mano. Era la perra que le traía la correa para guiarlo al parque más hermoso que jamás hubiera conocido.
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martes, 6 de febrero de 2018

No son horas



A LAS TRES de la mañana, Juan se despierta con ganas de comer un huevo frito. Así que va hasta la cocina, pone el sartén a calentar y saca un huevo de la heladera. Luego llena una jarra con agua para comprobar que éste no flote. Afortunadamente, el huevo se queda dormido en el fondo y Juan procede a cascarlo. Pero sobre el sartén no cae un huevo, sino un pequeño libro. Juan retira el sartén del fuego, y, tras redimir al libro del aceite, husmea sus páginas. Contiene un único texto, breve, de esos que algunos llaman microrrelato. El mismo comienza con la frase: «A las tres de la mañana, Juan se despierta con ganas de comer un huevo frito». Entonces Juan cierra el libro y vuelve a la cama. Aquellas no son horas para comer huevos fritos, y menos aún para demorarse en relecturas.
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El presente texto resultó ganador del pasado mes de noviembre del II Concurso de microrrelatos «La Radio En Colectivo/Valencia Escribe».
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