martes, 6 de septiembre de 2016

La venganza es un plato que se sirve frío



—BUENAS TARDES, soy Javier Brizzi —dijo el tipo apenas abrí la puerta.
—¡Vaya! —sonreí—, yo me llamó igual.
—Sí, pero yo soy el auténtico —repuso el otro, y con paso firme traspasó el umbral.
—¡Oiga! —protesté mientras él se arrellanaba en mi sofá preferido—. Si esto es una especie de broma, es de muy mal…
—Le doy diez minutos para que se marche, caso contrario lo haré sacar por la fuerza pública.
—¿Está usted chiflado? —vociferé—, ¡yo de aquí no me muevo!
A poco un par de policías comprobaban, documento mediante, que el intruso se llamaba Javier Brizzi; yo, en cambio, no podía encontrar mi DNI. Comenzaba a preocuparme cuando llegó mi mujer.
—¡Adriana, haceme el favor de decirles a estos caballeros quién soy yo! —rugimos al unísono ambos Javieres.
La mirada de Adriana se paseó por mi cara y por la del impostor, hasta que, al tomar conciencia de la situación, me sonrió de manera casi imperceptible.
—No sé quién es este señor —dijo, y entregándose a los brazos del otro, agregó—: ¡Pero éste es Javier Brizzi, mi marido!
—Supongo que ella nunca acabó de perdonarme —atiné a murmurar mientras me sacaban de la casa.

4 comentarios:

Miguel Ángel Pegarz dijo...

Inquietante, y deja pensando justo en la historia de la que no sabemos nada.

Gabriel Bevilaqua dijo...

Las dos historias, como diría algún cuentista. Gracias por leer, Miguel Ángel.

Saludos cordiales

Torcuato dijo...

Un aplauso. Da gusto leerte.

Gabriel Bevilaqua dijo...

Gracias, Torcuato.

Saludos funambulescos

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