—¿Estás chapita, Charlie?
—¿Por qué?
—Las reglas dicen que no debemos aceptar comida de extraños.
—¡Ah! eso, tranquilo; estos maníes me los dio una niña que me visita todos los viernes, no es ninguna extraña.
—Para el caso es lo mismo; tené en cuenta que...
—¡Te trajo bellotas!
—¿Qué? ¿Para mí?
—Claro, como le comenté que a mi mejor amigo le encantan, ha querido obsequiarte; pero si no las querés, se las devuelvo.
—¿Cómo que no las quiero?
—Por las reglas.
—¿Qué reglas?
—Las que mencionaste...
—¡Ah, ésas! y ¿cómo se llama la niña?
—Verónica.
—Y ¿cómo es?
—Menuda, conversadora, simpática; con una sonrisa de porción de sandía; cabello a dos aguas cual cascadas oscuras; ojos zarcos, siempre en vuelo; y...
—¡Ja, viste que no es ninguna extraña! Ahora, dale, pasame las bellotas...
2 comentarios:
sólo tengo la sonrisa que me dejó el relato :D
Aus, tu sonrisa significa ni más ni menos que el relato funciona. ¡Gracias!
Saludos.
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