Abrió un pequeño agujero en la torre más alta y su ojo de gigante vislumbró una sirenita en medio de la carga de tritones. La última ola había llenado de mar la fosa. Presuroso, desvencijó escalones hasta dejarse frente al puente levadizo en el preciso instante en que el agua lo diluía. Los muros comenzaron a ceder pero con la ola final vino el abrazo de la niña. Poco después, la voz de una mujer se perdía por la playa, en vano.
4 comentarios:
uf!
Tan bueno como siempre!
Gracias Virginia.
¿cuántas veces nos encontramos en ese instante ideal para desaparecer de la vida real? lamentablemente hay pocas sirenas que nos tomen en sus brazos para llevarnos con ellas :D
Habrá que esperar uno de esos instantes mágicos que aunque contados rasgan la tela de la realidad... ;)
Saludos Aus.
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