sábado, 30 de noviembre de 2013

Paso - inspiración - barrida



A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.
Cuando barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso - inspiración - barrida. Paso - inspiración - barrida. De vez en cuando, se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después proseguía paso - inspiración - barrida.
Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí y la limpia detrás, se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, cuando se sentaba con Momo, le explicaba sus pensamientos. Y como ella lo escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y hallaba las palabras adecuadas.
—Ves, Momo —le decía, por ejemplo—, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.
Miró un rato en silencio a su alrededor; y siguió:
—Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.
Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:
—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.
Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir:
—Entonces es divertido; eso es importante, porque de ese modo se hace bien la tarea. Y así ha de ser.
Después de una nueva y larga interrupción, siguió:
—De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento.
Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:
—Eso es importante.
Momo, de Michael Ende
Páginas 38 y 39
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sábado, 23 de noviembre de 2013

Mientras leo el diario



CON ENVOLTURAS DE CARAMELOS, mi hijo ha confeccionado una flotilla de aviones que despegan desde una cartulina y lanzan, entre la mesa ratona y mi sofá, un sinnúmero de estruendosas bombas que interpreta fielmente con los labios. Poco después escucho una nueva explosión, mayor que las anteriores, y enseguida mi hijo se dirige hacia la puerta con los avioncitos. «¿Ya terminaste de jugar?», le pregunto, y me dice que le han torpedeado el portaaviones y que debe llevar sus F-18 Super Hornet a la base más cercana antes de que se les acabe el combustible. «¡Mirá vos! —exclamo, ya solo—; y yo que pensaba que la cartulina era una pista de aterrizaje en tierra». Entonces, envuelta en una densa columna de humo, la cartulina se hunde. Dejo el diario sobre mis rodillas, me restriego los ojos, y vuelvo a mirar; pero ya no quedan rastros del portaaviones. En su lugar descubro, cinco o seis baldosas más allá, lo que parece un diminuto periscopio. Al instante, un torpedo se aproxima raudamente hacia mi sofá; y lo único que atino es a levantar los pies antes del impacto.
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sábado, 16 de noviembre de 2013

«Cuarto oscuro», de Verónica Andrea Ruscio




Cuarto oscuro, de Verónica Andrea Ruscio
Páginas: 56
Editorial: El Mono Armado
Año: 2013

Cuarto oscuro es un pequeño gran libro de poesía. Pequeño porque está constituido por apenas 25 poemas. Grande porque todos los textos están minuciosamente trabajados y pensados; al punto que en cada uno de ellos se advierte la mano de una verdadera orfebre de la palabra que, línea tras línea, nos deja entrever su respeto y, sobre todo, su amor por el arte que profesa. Sin embargo lo que más me gusta de la poesía de Verónica no es su perfección, sino lo que nos cuenta. Y digo cuenta porque la autora desarrolla una poesía predominantemente narrativa a partir de instantáneas de la vida cotidiana. Así acontece en poemas como Bolsa, de terrible resolución; o en Habitación 409, donde nos sumergimos en el presente eterno de su anciana protagonista; o en El hijo, un poema de silencios en el cual se dice todo a través de aquello que callan las palabras:

EL HIJO
La ventana de la primera planta está abierta.
Es domingo y hace fresco.
Un jilguero ha anidado en el árbol
y se hace oír.

El hombre sigue en la casa.
Está subiendo la escalera.
Ahora abre la puerta de ese cuarto y se asoma.

Mira la cama y los trofeos.
Los libros de lectura, el dinosaurio de plástico
y la número cinco en el rincón.

Todo está igual.
Todo está igual,
Martincito.

Baja el sol y el jilguero canta.
Eso es lo distinto.
Ese maldito nido, que no estaba.
Y la ventana abierta es lo distinto.

Hay que cerrar,
hay que cerrar.
Y que no entre más la tierra,
Martincito.

La ventana de la primera planta está cerrada.
Es domingo, noche calma.
Solo falta la canción del jilguerito.
El resto está igual.
El resto está igual.

En la contratapa del libro, Griselda García afirma, sobre la poesía de Verónica, algo que suscribo plenamente: «La mirada extrañada hacia las escenas cotidianas genera el efecto de estar ante ellas por primera vez, aunque hayan sido vistas antes mil veces. Para poder captar la esencia de las cosas, sus detalles más íntimos, es necesario saber esperar, como indica el acápite. Entonces, en el momento adecuado, el alma sale a la luz y ahí clic, se toma la foto o escribe el poema».
Entre esos clics poemáticos, además de los ya citados, y teniendo en cuenta que todos los textos son de valía, destaco en especial a: Año nuevo, donde la alegría de tenerse unos a otros, de haber pasado el día juntos, prevalece a la pobreza; Teresita, que plasma los entretejidos de una moderna Penélope; El signo, que da pie a un poema de vuelos compartidos; El nadador, con un protagonista al que, una vez en el agua, ya nadie podrá parar; Manzana, donde la poeta, al igual que Eva, cede a la tentación… Pero si tuviera que quedarme sólo con uno, elegiría Mamushka; un prodigio de imágenes y de ritmo que me encantó desde la primera vez que lo leí en la web.


MAMUSHKA
Ella,
la que lleva un pez adentro,
se mete radiante como un numen
en la pileta.
Mamushka.

No sabe de espejos, ni de Borges,
ni de sus vidas repetidas.
No ha leído más que un par de veces
algunos versos chilenos.
Mamushka.

Se sienta en el borde
a bambolear las piernas.
Después pasa grávida
(ingrávida)
en posición de sueño.
Onírica pasa junto a mí
hacia la parte honda.
Mamushka.

Llega, saca la cabeza, mira.
Respira por la piel.
No sé si es un pez o una sirena.
Mamushka.

En su bikini negra a rayas,
cargadas ubres de hidromiel
niegan el agua y flotan.
Mamushka.

Aguas cálidas y primeras.
Una igual a ella le nada dentro.
Mamushka.
Mamushka.
Mamushka.

En cuanto a la estructura del libro, el mismo está organizado, al modo de un álbum de fotos, en tres secciones: Retratos, Animales y Objetos, con 17, 3 y 4 textos respectivamente; más un Epílogo: Foto de cara. Y al igual que todo libro que se precie, Cuarto oscuro cuenta con su propia página en Facebook y un más que interesante booktrailer:




Cabe acotar que Cuarto oscuro es el primer poemario que publica Verónica, aunque la autora cuente en su haber —y pese a su edad— con una dilatada experiencia literaria. Dicho lo cual, no sorprende un debut tan sólido; de textos envidiablemente logrados y maduros, tanto desde la forma como desde el contenido.
Por último, para los interesados en la obra de Verónica más allá del presente libro, recomendarles que visiten su bitácora, Poesía es revelación, donde podrán tener acceso a poemas nuevos, reflexiones literarias, reseñas, etc.; siempre desde una mirada sutil y talentosa. Imperdibles resultan, por ejemplo, dos de sus más recientes trabajos: Esa rebeldía y La edad de las preguntas.

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viernes, 8 de noviembre de 2013

La caída (II)



AQUEL HOMBRE siempre dejaba las cosas a medio hacer, a tal grado que a nadie le extrañó que, al arrojarse de un vigésimo piso, se sirviera de la ventana abierta del tercero para abandonar la caída. No obstante, he de decir en su defensa, y como testigo imparcial que, en dicha ocasión, de verdad, le puso ganas al asunto: de otra manera no se explica que dejara pasar las del noveno, el séptimo y el quinto.
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viernes, 1 de noviembre de 2013

Una cuestión de oído



TODAS LAS TARDES la muñeca le sirve el té a la niña, le ofrece unos bizcochitos que se ha encargado de hornear y le limpia la boca con servilletitas de papel. Luego la peina y le cuenta cómo le fue en la escuela y en el club, mientras la niña, sin chistar por los ocasionales tirones de pelo, le festeja cada una de sus peripecias.
Esta tarde, la mamá de la muñeca vuelve a irrumpir en la habitación con una niña nueva y, tras colocarla junto a la otra, le pregunta a cuál de las dos prefiere. Espera que finalmente su hija se desligue de aquella poco agraciada niña vieja. La muñeca camina alrededor de la niña nueva y se detiene a su espalda para pasarle el peine por la extraordinaria melena roja. «Parece, mi amor —dice la mujer—, que ya has elegido». Pero ante una queja, imperceptible para el oído humano, de la niña nueva, la muñeca torna a sentarse a la mesa y exclama: «Laurita, ¿quieres más té y bizcochos?». Entonces la madre alza por los cabellos a la niña nueva, la mira desconcertadamente, y se la lleva a la cocina susurrando platillos para la cena.
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