miércoles, 9 de febrero de 2011

De dinos y anécdotas

Dinosaurio


El dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Si existe un microrrelato que ha dividido las aguas en cuanto a las opiniones sobre sus méritos como pieza literaria es El dinosaurio de Augusto Monterroso. Para algunos se trata de una genialidad, para otros de una fenomenal tomadura de pelo. He notado que entre los primeros se encuentran muchos ―que no todos― teóricos del género. En cambio, entre los autores parece prevalecer ―aunque quizás me equivoque― la segunda categorización.


En todo caso la anécdota que sobre el origen de El dinosaurio le contara Juan José Arreola a Antonio Fernández Ferrer, quien la reproduce en su libro La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas, resulta de ser cierta reveladora…



«Vivíamos allí, en aquel departamento tan chico, tres amigos: Ernesto Mejía Sánchez, José Durand y yo; y uno de ellos tenía necesidad de comunicación, siempre tenía que contar todo lo que le pasaba en el día. Generalmente, en ese momento de su juventud, eran penalidades de carácter amoroso; él batallaba mucho con esto y nos desvelaba, y a veces cuando ya estábamos nosotros dormidos ―Mejía en el cuarto y yo en el hall en su camastro, muy moderno pero camastro al fin―, llegaba este hombre, a veces en la madrugada, y entonces hacía que se tropezaba y ya despertaba uno: “iAy!, ¿qué te pasa, José, qué te pasa?”. Y él empezaba: “¡Ay!, que te tengo que contar...” Y nomás se sentaba a la orilla de la cama; uno estaba acostado y Durand se sentaba al lado y empezaba a contar qué le había pasado y uno se dormía... y no sabemos si se daba cuenta o no, pero él seguía allí hablando y a veces uno de los dos se despertaba y estaba José Durand, que era muy alto ―casi dos metros― y todavía estaba a la orilla de la cama. Y un día me dijo Ernesto Mejía Sánchez: “¿Sabes que cuando desperté todavía estaba allí este dinosaurio?”. Ernesto se quedó dormido y el otro no se levantó. Y Tito lo sabía, porque a él también le pasaba. La idea era que uno se quedaba dormido, y Durand, aunque te viera dormido, no se levantaba ni se iba a acostar, se quedaba el amigo allí, a la orilla de la cama... Ya ves, el origen del cuento es completamente concreto, porque como Durand era muy alto, se le decía de todas las maneras: “dinosaurio”, por ejemplo».

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15 comentarios:

Torcuato dijo...

Ja, ja. No está mal la explicación.
Un abrazo.

David Baizabal dijo...

Pues yo me inclino más hacia la segunda opinión. No creo que sea una tomadura de pelo, pero tampoco que sea una obra maestra como muchos pretenden mostrarla. Hay microrrelatos mucho mejores de Monterroso y más breves. Pero qué se le va a hacer, la popularización de una obra escapa a las manos del autor.


Un abrazo

Gabriel Bevilaqua dijo...

Torcuato, no sé cuánto habrá de cierto (hay otras versiones) pero resulta bastante creíble.

Así es, Baizabal, cuando una obra comienza a rodar cobra vida propio y este hiperbreve creció hasta el tamaño de un verdadero dinosaurio. Se sabe que ha Monterroso no le hacía demasiada gracia que todos lo conocieran por el infame bicho y a la vez desconocieran el resto de su obra donde hay, como bien dices, microrrelatos superiores. Uno: “Caballo imaginando a Dios”.


Saludos.

Unknown dijo...

Gracias por esta 'anécdota' que desconocía. Aunque tal vez apócrifa no deja de ser interesante.
(Y si la comento en el lugar y momento oportuno pareceré tan culta! ja ja)
Gracias Gabriel

Palabras como nubes dijo...

Buena anécdota, gracias por compartirla.

No creo que sea una tomadura de pelo ni un gran cuento, sí, uno con suerte. "Hazte la fama y échate a dormir".

Volviendo a la anéctoda, pobre tipo, realmente hay que estar necesitado de diálogo o algún tipo de acercamiento para ver que tu interlocutor se duerme y seguir allí,a su lado, como si aún te estuviera prestando atención :)

Jeve y Ruma.

Esteban Dublín dijo...

Qué anécdota maravillosa. Gracias por compartirla, y por cierto, ¿de dónde la sacaste?

Marce dijo...

Veo al "dinosaurio" de una manera muy tierna, me produce ternura el grandullón.
En el mundo del arte, de la literatura y de una infinidad de disciplinas más, a veces una obra agarra una popularidad desproporcionada, aún siendo, en términos generales, buena. Un abrazo Gabriel

Gabriel Bevilaqua dijo...

Jeje, vale, Patricia.

Jeve, Ruma: para mí tampoco ―pese a lo que dicen los académicos― es un gran cuento.
Y sí, pero más que pobre tipo, qué tipo pesado, jeje ;)

Esteban, la anécdota forma parte del prólogo del libro referido en la nota; ahora bien, dicho libro es claramente imposible de conseguir en las librerías… pero para algo tenemos el mundo virtual: abre este link y cliquea en “La mano de la hormiga.doc” y podrás descargarte el libro que es una fabulosa antología con varios cientos de microrrelatos!!!!

Así es, Marce. La popularidad del dichoso dino es desproporcionada, habría que ver las causas. En parte, yo creo que es debido a que es fácil de imitar o parodiar: hay cientos de versiones, algunas incluso muy buenas (yo tampoco he podido obviar la tentación, jeje). Aunque quién sabe.


Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

De ser cierta, esta anécdota debería olvidarse: no creo que esté bien explicar ni la genialidad ni las tomaduras de pelo.
En fin, abrazos,
PABLO GONZ

Acuática dijo...

Lo mismo da que el texto sea bueno o malo, porque ya es un clásico y a estas alturas nada puede hacerse. La explicación me ha parecido graciosa y creo que es bastante creíble, pero opino como Pablo: no debería haberse explicado.
Un saludo
:)

Gabriel Bevilaqua dijo...

No sé si estará bien o no, Pablo; pero es inevitable.

Acuática, considero que un texto debe valer sólo por lo que es, sin explicaciones; pero de todas maneras resulta interesante conocer la génesis de algunos textos. Por cierto, no recuerdo si ya habías pasado por aquí antes; en todo caso, ¡bienvenida al Elefante!


Saludos cordiales.

Unknown dijo...

Sí que me había pasado antes por aquí, pero lo hacía de vez en cuando... Subsanaré ese error a partir de ahora :)
Un saludo!

Gabriel Bevilaqua dijo...

Bueno, gracias, pero recuerda que la reincidencia corre a total riesgo tuyo ;)

Saludos.

Verónica Ruscio dijo...

Siempre me pregunto sobre los orígenes de los textos. Cuando están terminados, todo parece estar bien y en su lugar, pero la manera en que los autores lo logran es otro cantar.

Coincido con vos, Gabriel, en que los textos deben ser juzgados por lo que dice el texto y ni una palabra más. De todos modos, es muy interesante la anécdota.

Saludos.

Gabriel Bevilaqua dijo...

Verónica, cuando leemos un buen texto todo fluye con naturalidad como si siempre hubiera sido así; ignoramos cuántas mudanzas de palabras, de frases, de párrafos se han sucedido para lograr esa armonía. Escribir siempre es reescribir (ay, lo digo como si vos no lo supieras, ¡que sos correctora!).

Por cierto, bienvenida al Elefante.

Saludos.

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