viernes, 26 de febrero de 2010

El suicida


Enrique Anderson Imbert es uno de esos escritores que precedieron y apuntalaron las bases de la actual explosión del género —o subgénero, según se vea— de las «minificciones». En su haber cuenta con decenas de piezas antológicas, pero hoy, particularmente, deseo referirme a una de ellas: «El suicida». Este texto de 249 palabras —sin incluir el título— narra el calvario de un hombre en su afán de ponerle fin a su existencia. Y no digo más. Sin embargo, no crean que les transcribiré el texto. En cambio, sí, quiero compartirles una animación de Mariano G. Aponte basada, por supuesto, en dicho microrrelato. Es una auténtica joyita y les aseguro que no se arrepentirán de dedicarle los poco más de cinco minutos que dura. Eso sí, para los que desconozcan el texto, dejo en sus manos la decisión de qué hacer primero: leer el cuento o ver la animación.






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miércoles, 24 de febrero de 2010

Dama sin corazón


CUANDO EL PROFANADOR abrió la tumba de Lady Mariam, en lugar de uno, halló dos cuerpos lujuriosamente abrazados. De inmediato, Sir Arthur Dryden saltó del féretro y lo mató en pos de salvaguardar el honor de la dama. No se imaginó entonces que —tan solo una semana después— la muy zorra lo sustituiría por el referido profanador.


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Arte: El beso (1908), de Gustav Klimt


jueves, 18 de febrero de 2010

Sin retiro


CUANDO LA JOVEN, bella y arrepentida prostituta cruzó las puertas del cielo, creyó que había sido absuelta de sus pecados. Ignoraba que en verdad la requerían, clandestinamente, por su oficio.


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domingo, 14 de febrero de 2010

Anímese: cuente una historia


Entre recortes viejos rescato —casi íntegramente— este artículo aparecido hace unos años en un matutino porteño.

Espero les resulte tan sugestivo como a mí.


Anímese: cuente una historia

Por Graciela Montes


¿QUIERE HACER ALGO IMPREVISTO y ganarse una cuota de libertad? Cuéntese un cuento. Un cuento que a usted le contaron alguna vez, que recuerda tal vez imperfectamente. Un cuento nuevo, que improvisa mientras cuenta. Un relato de la memoria. Lo que leyó en un libro. Una película. Lo que le sucedió esta mañana mientras salía de casa. Alguna historia para contar hay siempre. Y no tema, siempre va a haber alguien que quiera escucharla, también hay hambre de historias.

Es cierto que últimamente es poco lo que contamos. Nos falta la confianza, o la ocasión, o el deseo. Los que cuentan son siempre otros, a nosotros parece tocarnos el papel de espectadores lejanos. Pero usted no haga caso, cuente.

[…]

Tómese tiempo. Pida cuentos también, como hace un niño. Aprenda de él. Sólo un niño, en su radiante prepotencia de niño, sabe pedir un cuento. Dramáticamente, como cosa de vida o muerte, sin pudor ni mezquindades. Piense que el niño sabe bien de qué se trata, aunque usted lo haya olvidado.

Cuente, porque contando usted estará horadando los muros de la prisión, ganando espacio. Contar es un acto de libertad muy apreciable.

[…]

Antes parecía más sencillo, menos arduo. El que había viajado, el que había leído, el que había vivido podía contar. Tenía para contar, traía historias en el morral, y tenía confianza en poder contarlas. Hoy no entendemos muy bien cómo hay que hacer acopio. Ni cuáles son las historias que vale la pena conservar. Tanto más valiente entonces el que cuente. Y el que pida que le cuenten y pare la oreja y se disponga a la espera.

Cuente, vuelva a contar. Piense que, cuando usted cuenta, el tiempo está a sus pies. El tiempo, el gran ogro general, lo obedece. Usted está ahí —una persona entre muchas— y de pronto empieza a contar. La escena es seguramente trivial, una escena cotidiana, porque usted está de sobremesa, o viajando en tren, o esperando en la vereda. Pero usted empieza a contar y, de pronto, se abre una fisura en la escena. El tiempo de todos los días, el tiempo “natural” digamos (el tiempo dentro del cual su narrar acontece, con su decorado tan conocido) se abre y deja paso a “otro tiempo”, su propio tiempo artesanal, el que usted está fabricando palabra a palabra con su relato.

Aparentemente no ha sucedido nada y, sin embargo, la suya ha sido una pirueta extraordinaria. Usted ha dado un salto, se ha montado sobre las palabras y tomado las riendas. Se mantiene en equilibrio, tensa la cuerda. Si lo hace más o menos bien, el que escucha penderá de usted, usted será el dueño del cuento y del tiempo por un rato.


El poder de la palabra


Piense que se trata de un poder muy apreciable, no habría que desperdiciarlo. Con ese poder especulaba Scherezada para demorar la sentencia del rey Schariar. Sabía, como buena narradora que era, que nada malo le sucedería mientras pudiera seguir contando y comprometiendo a su público en el cuento, puesto que ahí, adentro del cuento, eran otras las reglas. De cuento en cuento el alfanje se mantendría en vilo, de cuento en cuento se podría seguir viviendo.

Claro que tal vez su relato no alcance para hechizar a nadie, puede ser una pequeña anécdota, algo muy breve. De todas formas, mientras dure, usted mantendrá lo fatal a raya.

[…]

Contar, volver a contar no es un gesto menor, afloja las soldaduras, introduce una cuña en lo establecido. Parte de lo que la escuela tendría que ofrecer hoy es la ocasión de contar. No pienso en grandes historias fantásticas, en relatos prestigiosos, no sólo en eso sino, mucho antes, en el relato mínimo. Una ocasión de contar. Una pequeña brecha. Que le den a uno la palabra y le insuflen confianza en poder contar.


***


Arte © Campaña de lectura de la librería checa Anagram: «Las palabras crean mundos».


sábado, 6 de febrero de 2010

El tigre ajedrecista y el mago


ÉRASE UNA VEZ un tigre que ofrecía a sus víctimas perdonarles la vida si lograban derrotarlo en una partida de ajedrez. Al cabo de una de tantas victorias, el tigre espetó:


—Eres bueno, pero no lo suficiente: si hubieras sacrificado el caballo podrías haber evitado el jaque mate.


—Aunque la razón te asiste —dijo el mago—, siendo mi vida la que está en juego no podía darme el lujo de perder otro caballo. —Y, tras pronunciar un conjuro, se escapó a lomos del equino.


Moraleja: No te fíes de los magos, próximos a la desgracia suelen ser hombres de recursos inesperados.


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Arte © J. L. Muñoz, «Albvs Eqvitatvs»


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