ÉL tenía los oídos descompuestos. Pero, entiéndase, no era que estuviese quedándose sordo, porque oír, oía perfectamente, lo suyo pasaba más bien por una cuestión idiomática. Así, por ejemplo, a un simple «Hola, ¿cómo estás?», nunca sabía qué responder, porque sus oídos se habían encaprichado en traducirle todo al inglés, y de inglés no entendía nada de nada. Le aconsejaron entonces aprender el idioma, pero nunca logró superar el nivel básico. Se sentía condenado a comunicarse para siempre mediante señas o papelitos, hasta que un día aquella estudiante de intercambio, amorosamente, le dijo «Hello, how are you?», y él pudo oír la frase en perfecto castellano.
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4 comentarios:
Un poco como el protagonista de tu relato nos sentimos todos en la vida, no siempre, no con todo el mundo, pero sí que es verdad que muchas veces, aunque hablemos, estamos incomunicados, y puede (cabe la posibilidad) que tampoco estemos entendiendo a quien nos habla.
Muy buen texto.
Besos.
Claro, el amor no entiende de barreras idiomáticas... Y los de Google devanándose los sesos para inventar un traductor simultáneo :D
Muy lindo el texto, y muy simbólico.
La vida siempre soluciona los problemas que nos pone por delante.
Muy optimista de mi parte, ya lo sé.
Voy a golpearme los dedos con la puerta y regreso.
Saludos,
J.
Sí, Sara, la comunicación, de alguna manera, a veces, se las arregla para incomunicados. Paradojas, que le dicen.
Ángeles, no sólo el amor, también el espanto nos une, y ahí sí nos va a servir el traductor :)
José, no hace falta que te golpees los dedos, si esperas un poco, la vida también se encarga de eso ;)
Gracias a todos.
Saludos funambulescos
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