BEATRIZ
se despierta muerta de frío y le pide a Víctor que se levante y ponga otra
frazada. Éste se finge dormido, pero la mujer lo zamarrea y le dice que no se
haga el sota, que mañana cumple años y que está deprimida. El hombre bufa, va
hasta el placar y vuelve con la primera frazada que encuentra. Cuando se
dispone a extenderla sobre la cama, Beatriz, cejijunta, alega:
―Ésa
no, querido; que la fragata me hace soñar con naufragios. Mejor la que tiene
cuadritos.
El
marido esta vez no bufa, inspira; y marcha nuevamente hasta el placar. Retira
una, dos, tres frazadas, hasta que da con la de a cuadritos. Mientras la tiende
sobre la cama, Beatriz dice:
―Sabés
que recién caigo en la cuenta de que al ser los cuadritos blancos y negros la
frazada parece un tablero de ajedrez.
―¿Y?
―se atreve a preguntar el hombre.
―Que
ahora que lo sé, seguramente voy a soñar con que juego al ajedrez, y para jugar
al ajedrez hay que pensar y yo no quiero pensar mientras sueño. Mejor buscá una
que no tenga motivos.
Víctor
regresa con tres frazadas monocromas y dice:
―Éstas
las usamos siempre y nunca te han hecho soñar…
Beatriz
mira y remira, tamborilea con los dedos sobre su boca; al fin exclama:
―¡Querido,
la verdad es que ya no tengo frío!
El
hombre guarda las frazadas, se acuesta, y, antes de apagar la luz, sonríe.
Mañana le va a pedir al repostero que, por primera vez, le ponga a la torta
tantas velitas como años cumple su mujer.
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