martes, 11 de marzo de 2014

El prisionero número trece



DEPOSITA EL CORAZÓN de su décima tercera víctima en el baúl, junto a los otros, y sonríe. Tras cinco años ha logrado rendir la superstición de que el número trece lo llevaría a la cárcel. «La única prisión ha sido la de mi propia ignorancia», dice, y cierra el baúl. Luego marcha hacia su mesa de trabajo y, dispuesto a recuperar el tiempo perdido y la atención de los medios, mira y remira una docena de fotografías. Finalmente escoge la de una veinteañera rubia que asiste a sus clases, y la pega con suma delicadeza en un frasco vacío. Vuelve a sonreír y, antes de irse a la cama, dispone en su maletín los libros de Borges y Cortázar, el cloroformo y el estuche de pana con su escalpelo favorito. Ignora aún que, apenas pose su cabeza sobre la almohada, la viva voz del corazón de su décima tercera víctima jamás le permitirá conciliar el sueño.
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4 comentarios:

Verónica Ruscio dijo...

¡Volvieron tus textos! Qué alegría, Gabriel. :-)

Gabriel Bevilaqua dijo...

¡Gracias, Vero!

Saludos cordiales

Miguel Ángel Pegarz dijo...

Supuso mal su maldición. Un placer leerte.

Gabriel Bevilaqua dijo...

Gracias, Miguel Ángel.

Saludos funambulescos

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