UN HOMBRE CALVO, que flotaba como un ahogado profesional, golpeó ayer a mi puerta. Supuse que la responsable era la corriente, aunque jamás existió corriente alguna en esta calle ni en ninguna otra. No respondí. A veces, pienso que tanta soledad me está volviendo loco; a veces, que debí de haberme ido con los demás…
Esta mañana, el hombre calvo regresó en compañía de una mujer, tres niños y un perro. Todos flotaban de maravillas. Rogué para que pasaran de largo, pero vinieron directamente hasta mi puerta. Y comenzaron a golpear.
—¡Vayan a la casa de al lado que tiene dos baños, tres cuartos para los chicos y hasta una cucha para el perro! —grité de repente, y los golpes cesaron.
Yo no creo en lo sobrenatural. La corriente —en la que sí creo, pese a que no existe—, por suerte, se llevó los cuerpos. Lo que verdaderamente me preocupa ahora son esas, veamos, una, dos, tres… diez familias que se acercan flotando derechito hacia mi puerta.
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5 comentarios:
Me ha asombrado tanto tu historia como la forma de contarla. Genial. Me ha encantado.
Gracias, Manuela. A mí me ha encantado tu comentario ;)
Saludos ficticianos
Algunas personas no saben hacer otra cosa más que molestar a los demás.
Saludos,
J.
Es lo malo de sobrevivir, la soledad.
Yo tampoco creo en lo sobrenatural,pero me gusta creer que lo sobrenatural es posible. Le da más interés a todo.
Como siempre, me encanta tu visión de las cosas y las palabras que les pones.
Y sí, es una lucha, José.
¡Gracias, Ángeles!
Saludos sobrenaturales
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