domingo, 27 de octubre de 2013

«En la estación», en la voz de Celia Carnovale


El pasado 15 de octubre, Celia Carnovale tuvo la gentileza de leer «En la estación» en su programa radial «Te cuento», que se emite los martes de 20 a 21 horas por AM 1090 Radio Décadas. Gentileza a la que sumó el detalle de hacerme llegar un video con el audio de dicha lectura. 
 Gracias por todo, Celia.



jueves, 17 de octubre de 2013

Capitán de mar y guerra



DE CHICO me gustaba encarnar al capitán de un submarino. Mi nave consistía en una vieja cama plegable que mamá me dejaba usar a condición de que no hiciera demasiado ruido a la hora de la telenovela. Una vez a bordo, desparramaba sobre el colchón partes de electrodomésticos inservibles: la pequeña bobina de un secador de pelo devenía en el motor diesel del submarino; el dial de una radio, en sonar; el cooler de una computadora, en el mecanismo propulsor… Como armamento, unas pilas hacían las veces de torpedos. Al divisar a los barcos enemigos —algunas cajas de fósforos—, las pilas se deslizaban rápidamente a través del océano de baldosas. Pero mi puntería no siempre era buena, y a cada fallo seguía una obligada inmersión y el estruendo de un sinnúmero de cargas de profundidad. Entonces mamá decía «Más bajito», y yo apagaba los motores y hacía silencio; hasta que sobrevenía el crujir del acero mientras el submarino se abismaba más y más. Recuerdo que en una ocasión me preguntó qué representaba ese sonido. Con aire trágico le respondí que era un canto fúnebre, ya que nos hundíamos sin remedio. Se acercó sonriente y, al tiempo que me tomaba en sus brazos, dijo «Yo te salvo». Enfadado, alegué que eso le restaba seriedad al juego y volví al submarino. Nunca supuse que años después, hostigado por el crujir auténtico del acero, iba a rogar por aquellos brazos salvadores de mamá.
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domingo, 13 de octubre de 2013

El buen cuento (decálogo apócrifo), de Edmundo Valadés



1. Un cuento debe saber contar bien una historia.
2. Un buen cuento no debe incluir elementos innecesarios.
3. Un buen cuento debe tener un buen principio, un buen diálogo, una buena estructura y un mejor final.
4. Un buen cuento debe atrapar desde las líneas iniciales la atención del lector.
5. Un buen cuento inicia sus tramas en el momento crítico.
6. Un buen cuento no debe rebasar las veinticinco páginas.
7. Sea usted breve.
8. Por lo tanto, un buen cuento debe ser conciso.
9. Un buen cuento debe tener un golpe sorpresivo final.
10. Un buen cuento se tantea y se arrea desde las piernas de una temprana y atractiva muchacha.
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domingo, 6 de octubre de 2013

En la estación



A LAS TRES DE LA MAÑANA, una mujer salió del armario y me preguntó si faltaba mucho para que pasara el tren. Me quedé mudo, y ante mi descortesía, se metió de nuevo en el armario. No pude más que levantarme y abrir la puerta del mueble, correr para un lado y para otro las perchas, buscar en vano. A la madrugada siguiente, a la misma hora, la mujer reapareció y me hizo idéntica pregunta. En esa ocasión, tras observarla detenidamente —era pelirroja, de ojos grises y tenía un lunar en el pómulo izquierdo—, atiné a decirle que no sabía, y volvió a marcharse. A la noche siguiente mudé el pijama por mi mejor traje y un ramo de flores. Puntualmente, la extraña salió del armario y formuló su acostumbrada consulta. Le reiteré que lo ignoraba, pero enseguida añadí que si yo fuera un tren, y ella aguardara mi paso, ni volando las vías lograrían retrasarme, y le entregué el ramo de rosas carmesí; entonces adornó su cabello con una de las flores y comenzamos a charlar. Durante varias semanas se continuaron nuestros encuentros al pie del armario: unas veces bailábamos; otras, organizábamos picnics nocturnos; siempre reíamos. Una madrugada, imprevistamente, me reveló que su boleto se vencía esa misma noche y que ya no volveríamos a vernos. Cabizbaja, me preguntó si la echaría de menos. Sonreí. Cuando la puerta del armario se cerró a nuestras espaldas, aún alcanzamos a oír el silbato del tren en la lejanía.
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miércoles, 2 de octubre de 2013

¿Cómo escribo? (Italo Calvino)



Escribo a mano, y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta. Llega un momento en el que ni siquiera yo mismo puedo descifrar mi letra, así que uso una lupa para ver lo que he escrito. Tengo dos caligrafías diferentes. Una es de buen tamaño, con letras bastante grandes: las o y las a tienen un gran agujero en el medio. Esa es la caligrafía que uso cuando estoy copiando o cuando estoy bastante seguro de lo que estoy escribiendo. Mi otra caligrafía corresponde a un estado mental menos seguro y es muy pequeña: las o son como puntos. Es muy difícil descifrarla, incluso para mí mismo.
Mis páginas están siempre cubiertas de tachaduras y revisiones. En una época hacía una cantidad de versiones manuscritas. Ahora, después de la primera versión, manuscrita y llena de tachaduras y agregados, empiezo a mecanografiar, descifrándola sobre la marcha. Cuando finalmente releo la versión mecanografiada, descubro un texto absolutamente distinto, al que con frecuencia vuelvo a revisar. Después hago más correcciones. En cada página intento primero hacer las correcciones a máquina, después corrijo un poco más a mano. Con frecuencia la página se vuelve tan ilegible que tengo que volver a mecanografiarla. Envidio a esos escritores que pueden seguir adelante sin corregir.
[…]
En teoría, me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.
[…]
Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir que voy a escribir ese libro. Sólo soy un novelista ocasional. Muchos de mis libros se forman a partir de la reunión de textos breves, relatos; o si no son libros que tienen una estructura general pero que están compuestos por diversos textos. Para mí es muy importante construir un libro alrededor de una idea. Demoro mucho tiempo en la construcción de un libro, haciendo bosquejos que finalmente resultan no tener ninguna utilidad para mí. Los tiro. Lo que determina el libro es la escritura, el material que está verdaderamente sobre la página.
Soy muy lento para arrancar. Si tengo una idea para una novela, encuentro todos los pretextos concebibles para no trabajar en ella. Si estoy abocado a un libro de relatos o de textos breves, me lleva un tiempo empezar cada uno de ellos. Hasta en el caso de los artículos soy lento para empezar. Hasta con los artículos para los periódicos siempre tengo el mismo problema para encaminarlos. Una vez que empecé, puedo ser muy rápido. En otras palabras, escribo rápido, pero tengo largos periodos vacíos. Es un poco como la historia del gran artista chino: el emperador le pidió que dibujara un cangrejo, y el artista respondió: «Necesito diez años, una gran casa y veinte criados». Pasaron los diez años, y el emperador le pidió el dibujo del cangrejo. «Necesito otros dos años», respondió el artista. Después pidió una semana más. Y finalmente tomó su lápiz y dibujó el cangrejo en un momento, con un solo gesto rápido.
[…]
En el pasado, digamos durante los últimos diez años, la arquitectura de mis libros ha ocupado un lugar muy importante, tal vez demasiado importante. Pero sólo cuando siento que he logrado una estructura rigurosa creo tener algo que se sostiene, una obra completa. Por ejemplo, cuando empecé a escribir Las ciudades invisibles sólo tenía una idea vaga de cuál sería la estructura, la arquitectura del libro. Pero después, poco a poco, el diseño cobró tanta importancia que se transformó en el sostén de todo el libro: se convirtió en el argumento de un libro que carecía de argumento. En el caso de El castillo de los destinos cruzados podemos decir lo mismo… que la arquitectura es el libro mismo.
Para entonces yo había llegado a un nivel de obsesión por la estructura que por poco me volví loco. Con respecto a Si una noche de invierno un viajero, podría decirse que no hubiera podido existir sin una estructura muy precisa, muy articulada. Creo que he logrado construirla, y eso me produce una gran satisfacción. Por supuesto, todos estos esfuerzos no tienen nada que ver con el lector. Lo importante es que se disfrute de la lectura del libro, independientemente de todo el trabajo que yo haya puesto en él.
[…]
Mi manera de escribir prosa está bastante próxima a la manera en que un poeta compone un poema. No soy un novelista que escribe novelas largas.
Concentro una idea o una experiencia en un breve texto sintético que se relaciona estrechamente con otros textos para formar una serie. Presto particular atención a las expresiones y a las palabras, tanto con respecto al ritmo como a los sonidos y las imágenes que evocan. Creo, por ejemplo, que Las ciudades invisibles es un libro que ocupa un lugar situado entre la poesía y la novela. Si lo escribiera completamente en verso, sería un tipo de poesía prosaica, narrativa… o tal vez sería poesía lírica, porque la poesía lírica es la que más amo y la que leo en los grandes poetas.
[…]
Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero.
Italo Calvino
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