HERIBERTO y el Juanchis eran dos mendigos que compartían vereda, soledades y naufragios. Un día, Heriberto, con el énfasis que lo caracterizaba, dijo que todo lo que existe en el universo puede ser contado: los planetas, las estrellas, las galaxias...
―Bien ―lo interrumpió el Juanchis―, pero vamos a algo más cercano a nosotros, ¿no te parece?
―¿Cómo qué?
―A nuestras amigas.
―No entiendo.
―Las pulgas. Te apuesto las limosnas de una semana a que no podés contar cuántas pulgas tiene la Betty.
―¡Todo lo que existe puede ser contado!... ¿Pero se dejará la Betty?
―Claro, hombre; si hace añares que somos carne y uña.
Aunque indignada, la Betty consintió a que Heriberto, gracias a un hueso medio pelado al que no cesaba de entrarle, le contara las pulgas. Acto que proseguía con el posterior guardado ―y sin rasguños porque además de mendigos eran ecologistas― de los insectos en un frasco de lata que había traído el Juanchis.
Luego de varias horas y quichicientas mil pulgas, Heriberto dijo:
―Seré pobre pero jamás necio: Juanchis, te doy la derecha.
Por un instante el Juanchis quiso confesarle que la lata tenía un agujero en la base, y que había estado contando una y otra vez las mismas pulgas amaestradas que el vasco Arizmendi le había prestado; pero sabía que Heriberto era un hombre de cobijar enconos, así que se mitigó el marote aceptando sólo un día de limosnas en lugar de la semana convenida.
Arte: Bartolomé Esteban Murillo, Joven mendigo (1650)
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